El señor procurador, Alejandro Ordóñez, puede pensar lo que quiera y puede ser de la religión que quiera, pero no puede estar por encima del Estado de derecho.
Los altos jerarcas de la Iglesia católica ni siquiera están dispuestos a debatir sobre el aborto legal, permitido en Colombia en tres casos específicos. Eso quedó claro hace unas semanas cuando el secretario permanente del episcopado colombiano, el obispo Daniel Falla, y monseñor Juan Vicente Córdoba, obispo de Fontibón, le exigieron a la Universidad Javeriana clausurar el foro sobre aborto legal, que se iba a realizar en ese centro académico con el auspicio de la Fundación Buen Gobierno, Profamilia y Women’s Link, una ONG internacional que se dedica a promover y defender los derechos de la mujer. A nuestros jerarcas no les importó llevarse por delante la autonomía universitaria, ni hacer gala de una intolerancia que va en contravía del papa Francisco, quien sostiene que la Iglesia de hoy debe tender puentes y derribar murallas en lugar de convertir en anatema a todos aquellos que no estén de acuerdo con sus inamovibles dogmas.
La razón que adujeron estos dos altos jerarcas de la Iglesia colombiana para pedir la clausura del foro a las directivas de la universidad desnuda también un afán por estigmatizar todo lo que la Iglesia no se atreve a entender; según pudo establecer esta columnista, la razón primordial por la que los dos prelados exigieron la suspensión de ese foro en la Javeriana fue la presencia de la ONG Women’s Link como promotora de ese debate. Para estos dos representantes del episcopado colombiano, Women’s Link es el anticristo porque se dedica a practicar abortos por todo el mundo como si fuera un deporte y por ese motivo la Javeriana no podía sentarse a la mesa a debatir con asesinos.
Defender el dogma de la Iglesia católica es legítimo y es parte de los desafíos que tienen las sociedades modernas que se dicen democráticas, en donde el Estado y la religión van por caminos separados. Pero lo que sí resulta peligroso es cuando esa defensa del dogma convierte a los que no lo comparten en impíos, en anatemas y en asesinos.
Para la Iglesia se volvió un pecado hablar de los derechos sexuales y reproductivos de la mujer y quienes los invocan con profesionalismo y dedicación, como Women’s Link o Profamilia, automáticamente son graduados de asesinos o de traficantes de la muerte. Quienes se atreven a decir que la mujer debe ser consciente de sus derechos y que le debe exigir a la sociedad campañas de educación sexual para evitar embarazos no deseados, abriéndole campo a la utilización de métodos anticonceptivos distintos al método de Ogino, son considerados unos descarriados impíos que hay que desterrar porque importunan a los buenos cristianos.
El foro finalmente se hizo en el Congreso y a pesar de la Iglesia colombiana pudimos por primera vez abrir un escenario de diálogo entre orillas distintas que nos alejó de ese oscurantismo de nuestros obispos. El único episodio que deslució fue la desafortunada intervención del procurador delegado para asuntos constitucionales, Andrés Balcázar, quien recurrió a la injuria para descalificar a Profamilia, otro de los promotores del foro, al decir sin ninguna prueba que Profamilia estaba vinculada a un escándalo de tráfico de órganos. Cuando el debate no se hace con argumentos sino con agresiones y peligrosas descalificaciones, es una señal no de fortaleza sino de debilidad.
El señor procurador, Alejandro Ordóñez, puede pensar lo que quiera y puede ser de la religión que quiera, pero su credo no puede estar por encima del Estado de derecho y nuestros obispos pueden imponer su dogma pero solo hasta donde se lo permita nuestro Estado de derecho.
Lo cierto es que Ordóñez y los altos jerarcas no solo se oponen al matrimonio gay, a la adopción por parte de parejas gais y al aborto legal, sino que también tienen un frente común en contra del proceso de paz.
El silencio que la Iglesia ha tenido frente al proceso de paz demuestra el poco apoyo que este tiene en los altos jerarcas. Sé de buena fuente que ese descontento con el proceso ha sido la razón para que el papa Francisco no haya venido a Colombia ni se hubiese podido concertar un encuentro con la Mesa de La Habana cuando el pontífice estuvo en Cuba.
Ya quisiera uno que todos los jerarcas de la Iglesia fueran como Francisco de Roux: abiertos al diálogo, a la reflexión y a la reconciliación. Pero no. Parece que mientras el papa habla de tender puentes y de derribar murallas, las altas jerarquías de la Iglesia andan armando una cruzada en Colombia.