Casi 250 años después del triunfo político de la razón ilustrada, asistimos atónitas a una explosión de negacionistas, homínidos enfurecidos y embravecidos dispuestos a negar cualquier evidencia científica. Negacionistas que van desde el tierraplanismo, el holocausto, la utilidad de las vacunas, el sida, los efectos perjudiciales del tabaco para la salud, el cambio climático, pasando por los volcanes, y, claro, las violencias machistas, el heteropatriarcado y la desigualdad social.
Hablamos de opinólogos que suman cuota de pantalla a golpe de provocación y ocurrencia con el objetivo de armar nuevas mayorías y llevar a cabo sus programas ultras en cuestiones medioambientales, de salud pública, económicas y de derechos humanos fundamentales. No son una especia nueva, la ciencia social nos ha enseñado que los períodos de crisis social contribuyen a dar mayor visibilidad a discursos negacionistas en el debate público que siembran la duda y deslegitiman el orden establecido y la toma de decisiones. Pero sí podemos afirmar que nunca habían contado con altavoces tan potentes. Desde los medios de comunicación de masas, que con la excusa de “dar voz a todas las partes implicadas” desparraman sus peligrosos mensajes, a los miles de canales de difusión propiciados por Internet, llegando a las tribunas de las instituciones del Estado de la mano de la extrema derecha patria.
No es posible desligar la entrada de la extrema derecha en el Congreso de la proliferación de los discursos de odio y el cambio de parecer de la población sobre cuestiones vitales. Vitales porque hablamos de la vida de miles de mujeres asesinadas que quieren cuestionar. Santiago Abascal y Ortega-Smith, líderes de la representación ya institucionalizada de la extrema derecha española, utilizan de forma cotidiana términos como “dictadura de género”, “ideología de género”, “hembrismo”, “feminismo radical”, ” yihadismo de género” o ” feminazis” para referirse despectivamente a la lucha y conquistas feministas. Términos con los que tratan de deslegitimar y sembrar la duda sobre una realidad espantosa.
Los datos ponen cifras a la barbarie, al machismo lacerante que nos invisibiliza, nos violenta y nos mata. De acuerdo con las estadísticas oficiales, desde 2003, 1.113 mujeres fueron asesinadas a causa de la violencia machista. A ellas se suman 43 niñas y niños. Manadas, violaciones grupales, miles de agresiones y violencias machistas diarias.
Sin embargo, de acuerdo con el último Barómetro Juventud y Género 2021, realizado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, uno de cada cinco jóvenes piensa que la violencia machista no existe y que solo es un invento ideológico. En una línea semejante, uno de cada cuatro chicos de entre 15 y 29 años cree que el feminismo busca perjudicarlos. Son casi el doble que hace dos años. Del mismo modo, la percepción de que la violencia de género es un problema social muy grave pasó del 72,4% al 74,2% entre las chicas, pero entre los chicos se redujo casi en 4 puntos (pasó del 54,2% al 50,4%). Y esto al tiempo que el 20,5% de las mujeres encuestadas fueron forzadas a mantener relaciones sexuales no deseadas. Una de cada cinco. Los datos, para una feminista que milita en la ciencia, son ciertamente preocupantes.
En los últimos años han pasado muchas cosas. Vivimos históricos 8M y una explosión del feminismo como fenómeno de masas intergeneracional, pasó el #metoo, el #yositecreo, entramos en la cuarta ola, se instaló el feminismo institucional. Las mujeres somos cada vez más sujetos y menos objetos. De todo esto da cuenta también el citado barómetro, de la preocupante reacción patriarcal que tenemos que combatir y del avance feminista. Las luces y las sombras de un momento de cambio social, crisis de civilización, pandemia mundial. Momento de monstruos, que diría Gramsci. Muestra las sombras, pero también la luz al señalar que desde el 2017, el porcentaje de mujeres que se consideran feministas aumentó del 46,1% al 67,1%, y los hombres que se consideran feministas se incrementaron del 23,6% al 32,8%. Los aliados también, menos mal, se multiplican.
Son millones de personas que, confiamos, están dispuestas a dar batalla racional, dialéctica y científica a los señoros de la reacción patriarcal. Mal haríamos en olvidar que a pesar de que los avances en nuestros derechos son incontestables, empíricos, su conquista es frágil, siempre contingente.