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Testimonio de una sobreviviente de abuso eclesiástico en Argentina

Por primera vez habló la sobreviviente del sacerdote Juan de Dios Gutiérrez, quien será juzgado el 14 de abril. En su momento el obispo Luis Urbanc pidió evitar el juicio.

El 23 de octubre de 2015 marcó un antes y un después en la vida de Agustina Moreno y en la de su familia. Fue el día en que ya no pudo más, comenzó a convulsionar mientras regresaba al aula después de un recreo y tuvo que ser internada. Fue el día en que su mamá, Alejandra Carrizo, quien venía indagando desde hacía 7 meses en los ojos de su hija para saber por qué se apagaban cada día sin mayores argumentos, encontró más de 5000 mensajes en su Facebook. Lo que leyó fue brutal y tenía un nombre: Juan de Dios Gutiérrez, el sacerdote responsable del grupo juvenil de la Parroquia Nuestra Señora de Belén a la que concurría su hija.

Esos momentos recordaron en la entrevista con Catamarca/12, que se hizo en el departamento que comparten Alejandra y sus tres hijas; Agustina y Flor, son mellizas y en abril cumplirán 22 años, y Daniela tiene 23. Todas participan y se acompañan, se acarician y se miran entre ellas para saber quién hablará. Es la primera vez que Agustina quiere decir, contar cómo sobrevivió luego del horror de haber sido abusada sexualmente por quien le hizo creer que era su padre.

“Recuerdo que casi me volví loca por el dolor. Yo venía en alerta y estaba atenta a todo porque la veía mal, porque sabía que algo le estaba sucediendo, pero Agustina se alejaba cada vez más. Ese día que la internaron, volví a casa a buscar ropa para llevarle. Su computadora estaba abierta y miré. Las cosas que leí eran aberrantes, las amenazas, la manipulación, las mentiras. Empecé a buscar en su habitación y ahí encontré las cartas. No sabía qué hacer con todo eso”, empezó Alejandra.

Contó que primero llamó a su hermana y luego al padre de las chicas, de quien se separó hace muchos años, pero vivía en la ciudad de Belén, al igual que ellas en aquel momento. No podía pensar bien, sin embargo, levantó la computadora, agarró las cartas y se dirigió a la Fiscalía departamental para denunciar.

Gutiérrez se había enterado que Agustina estaba internada y fue al hospital. La mano del padre de la adolescente lo paró y lo detuvo sujetándolo del cuello. “Te vas de acá”, le dijo, y el cura salió corriendo. Así llegó hasta la comisaría a decir que se “ponía a disposición porque lo estaban acusando de algo que no había hecho”. Los policías lo miraron azorados porque no sabían nada. Alejandra recién le estaba contando lo sucedido al fiscal jurisdiccional Jorge Alberto Flores.

Alivio

Desde la cama del hospital Agustina pedía su teléfono y la computadora. Alejandra se acercó y le explicó: “¿Te acordás que una vez te dije que iba a averiguar qué es lo que te hacía sufrir? Bueno, ya lo sé todo”. Recién entonces Agustina pudo llorar la angustia y el tormento que estaba viviendo. Fue un llanto largo, profundo y desconsolado.

-¿Qué sentiste?

-Alivio -respondió con los ojos vidriosos.

Ahí comienza su relato. Le cuesta y pregunta si no va a interferir con la causa que ella cuente lo que pasó. Se queda tranquila y empieza a tomar el café que le trae su madre. Flor le agarra la mano. Empieza desde que lo conoció, durante los festejos por la fiesta de la Virgen del Belén, un 20 de diciembre de 2014.

En esa fiesta, que coincide con la fundación del departamento, ella participaba porque hacían el acto de entrega de la bandera para el próximo año. Agustina era la abanderada de la Escuela 18 “Ejército de los Andes”. A Flor ese día la invitaron a participar del grupo de la Iglesia (Jóvenes Unidos por Amor a Cristo) y Agustina también quiso ir. Así, supieron que era Gutiérrez, que hacía un año se había ordenado como sacerdote, quien presidiría el grupo.

Al principio todo parecía normal. Agustina y también sus hermanas pensaron que asistir a la Iglesia le haría bien, ya que estaba atravesando un problema difícil de bulimia. Unos meses después, durante una confesión, Agustina le contó a Gutiérrez de su problema y también de cómo le afectaba la ausencia de su papá. Él le dijo que la iba ayudar y que podía ser su padre. Le propuso que le dijera “pa” y él le diría “M’ija”. Ese día también le aseguró que él era una reencarnación de Dios en la tierra. Ella confió, porque creía.

Agustina respira y continúa con su relato.

Gutiérrez comenzó a mostrar preferencia por ella. Eran 40 los chicos que conformaban el grupo, incluyendo a su hermana melliza. Sin embargo, él siempre buscaba tenerla a su lado. En algún momento, para ella fue natural decirle “pa”, que era de la única forma en que lo veía.

El 27 de a abril ella y Flor cumplían 16 años. Él la invitó a la sala parroquial y le regaló un perfume. La abrazó y ella se sintió muy incómoda porque no parecía un abrazo de padre. Sin embargo, él la envolvía con palabras y le decía que todo eso estaba bien.

Los demás chicos del grupo empezaron a sentirse incómodos por esa preferencia. Pidieron una reunión en la que dijeron que las hermanas Moreno eran las culpables. Flor se sintió muy mal y decidió irse, a Agustina, Gutiérrez le señaló que sin ella el grupo se acababa y por eso continuó. “Voy a ser tu papá, pero tenemos que estar ocultos hasta que los demás lo empiecen a aceptar”, también le dijo esa vez, recuerda.

“Sin su hermana en el camino, Gutiérrez agudizó sus estrategias”, interrumpió Alejandra mientras escuchaba a su hija.

Agustina comenzó a desmayarse, bajó las notas en la escuela y la sacaron de la bandera. Empezó a pelearse con sus hermanas y su madre. Un día de junio, Alejandra recibió una carta de su hija que le partió el corazón; la culpaba, la insultaba y le decía mil cosas dolorosas.

Beso trino

Alejandra entendió solo el día en que  leyó los mensajes en el Facebook de su hija. La carta la había escrito el propio sacerdote para que Agustina se la diera, pero antes le había dicho: “Llegó el momento de taladrarle la cabeza a tu mamá”. Leyó, además, que su hija le explicaba al cura que no sentía esas cosas por su madre, pero él insistía. “Sos huérfana de ambos padres”, “Tus padres son malos”, “Yo soy Dios en la tierra y soy tu padre”. También le decía lo que debía contarle a la psicóloga porque “nadie podía saber que ellos eran padre e hija y algún día iban a entenderlo todos”.

El “beso trino” fue su primer abuso carnal. Siempre todo lo que le decía era en el contexto de padre e hija. Así, le enseñó ese “beso” que a Agustina la hacía sentirse muy mal. Le mintió que era de la iglesia y que consistía en besar la frente, la nariz y luego la boca en el nombre del “padre, del hijo y del espíritu santo”. Una vez, en un viaje, le mostró sus calzoncillos y le pidió que ella hiciera lo mismo, pero la adolescente se negó.

La ira

Después. La violación. Ese día le dijo que se vistiera con ropa que nunca usaría. Él concurrió sin su sotana. Sabía que sus hermanas estarían en un festejo del pueblo y que su mamá había viajado por trabajo a Córdoba. La llevó lejos en su moto, por la ruta que a su vez era el camino a un sitio de adoración católico. Debajo de un puente, le dijo que la iba a preparar “como hacían los padres”, para cuando ella quisiera tener novio.

Era octubre. Agustina después de aquel momento empeoró y se sentía mal, con náuseas, ansiosa, angustiada y muy triste. Él le mandaba mensajes y ella no podía responderlos. Insistió para que fuera a misa, le explicaba que así estaría ella mejor, aunque le impedía que se confiese.

“Recuerdo que lo vi levantando la hostia para darle a los demás y ahí entendí que todo estaba mal. Salí de la misa corriendo y no volví más ni al grupo”, contó Agustina.

Él la empezó a amenazar para que borrara todo lo que los “unía”. “Tengo más poder que cualquiera. Con una sola llamada puedo hacer desaparecer a todos”, le decía. Ella ya no respondía porque tenía mucho miedo.

La Legión de María

Luego de la denuncia, el 23 de octubre de 2015, la vida de la familia se convirtió en un infierno. Lejos de encontrar apoyo o empatía, el pueblo movilizado por las misas,  comenzó a hacer marchas en apoyo al sacerdote. Eran masivas y siempre detrás de una Virgen que los guiaba.

Alejandra y sus hijas lograron hacer sólo tres. En la primera pidieron el encarcelamiento del sacerdote, quien fue imputado recién una semana después de la denuncia. La segunda coincidió con una otra manifestación religiosa y poco pudieron hacer, porque nadie quiso acercarse a acompañarlas.

Sin embargo, el fogoneo desde el púlpito fue terrible. “Yo no podía ni hacer mi vida normal. La pasé mal con el grupo de mujeres de la Legión de María. Me escupían cuando me veían en el supermercado o en la calle. Esto que parece increíble me pasó muchas veces”, contó Alejandra, y agregó: “Recuerdo que para la época de Reyes, pasaron como cada año por todos los barrios con una imagen de la Virgen y los Reyes con su disfraz. Cuando pasaron por casa yo salí y se me grabó a fuego en la memoria el cantito ‘María va pasando por acá y cuando pasa todo se transforma…’ y en medio se escuchaba que nos decían putas, hijas de puta”, relató.

La discriminación y violencia que vivieron las mellizas en la escuela fue peor. Flor contó que sólo dos de los 12 profesores que tenían las acompañaron y contuvieron. “Había una profesora que era recatólica y a propósito nos daba películas y cosas de curas o de la Iglesia para analizar. Recuerdo que Agus se ponía remal”. En tanto, la preceptora para “protegerlas” les hizo firmar un acta para que las dos ingresaran sin hacer fila al aula y no salían a los recreos para evitar que las ataquen. En los baños se leían barbaridades irreproducibles sobre Agustina, e incluso llegaron a golpearlas.

“Ellas no tuvieron ni buzo, ni cena de egresados. Las discriminaron completamente. Tuvieron que vivir encerradas”, agregó la mamá.

Alejandra sólo esperaba que ellas pudieran terminar la escuela para enviarlas a estudiar a la ciudad. Sin embargo, a los tres meses, Agustina se hundió en la depresión e intentó suicidarse. “Entonces, tuve que hacer todo por estar con ellas. Cerré la casa y pedí una comisión de servicio y me vine”.

Alejandra, con 25 años de servicios como maestra de grado, tuvo que cortar su carrera y rechazar un cargo directivo que le tocaba. La diferencia monetaria, según estimó, superaba los 30 mil pesos mensuales.

“Tenemos una sociedad en contra. Si el tipo hubiera sido cualquiera sería diferente, pero nos metimos con el peor de los poderes, el de la Iglesia Católica”, aseguró.

Libertad

Agustina comenzó a estudiar arte en Catamarca. Sus obras, que ilustran esta nota, son el resultado de su proceso como sobreviviente.

El acompañamiento de su familia más el de la Red de Sobrevivientes de Abusos Eclesiásticos, que se comunicaron con ellas desde el primer momento, le permitió no sólo tener ayuda grupal y saber que no estaba sola, sino también poder contar con profesionales psicólogos que la acompañan diariamente. También tuvo la oportunidad de mejorar tras permanecer internada en una clínica exclusiva para casos como el de ella.

Su sonrisa ilumina a quien la mira y la trasparencia de sus ojos hablan de su fuerza, de su lucha, de su amor. Se duerme de a ratos porque las pastillas que toma son muy fuertes.

Con la garganta anudada, Alejandra la mira y pide: “Espero que la condena le devuelva la libertad que le quitaron. Ella está presa aún. El tribunal tiene que tomar la decisión de devolvérsela y de invertir los roles”. 

Abuso sexual agravado

Juan de Dios Gutiérrez fue imputado por el delito de abuso sexual con acceso carnal agravado por ser ministro de culto. Sólo estuvo 35 días detenido y fue liberado tras pagar una caución de 50 mil pesos. Ese día, a la salida de la comisaría en donde estuvo, lo esperó una multitud y él salió sonriente y con los brazos en alto.

Las pericias practicadas por el Cuerpo Interdisciplinario Forense (CIF) a Gutiérrez fueron determinantes. Señalan que el sacerdote tiene un “trastorno de la personalidad psicopático, en donde se evidenciaría un fuerte narcisismo y capacidad de manipulación”. Esto sería lo que habría influenciado directamente sobre la adolescente, quien mostró una angustia profunda y depresión tras haber sido convencida de una manera casi perversa por el sujeto.

Juan de Dios Gutiérrez, el sacerdote imputado por abuso sexual.

Pese a esto, y a la enorme cantidad de pruebas que lo sindican, la causa demoró 6 años en llegar a juicio. En medio, el primer abogado, Guillermo Narváez (quien fue ascendido a fiscal penal juvenil), quiso renunciar, pero admitió públicamente que una llamada del obispo, Luis Urbanc, lo había hecho cambiar de opinión: “Me pidió en nombre de Dios que continúe en la defensa y que agote todas las instancias para evitar el juicio, porque he sido bendecido para lograr justicia con el sacerdote Juan de Dios Gutiérrez ante el ataque artero y malicioso en contra de la Iglesia y de quien represento”, dijo a la prensa en aquel momento.

Tras varias apelaciones e intentos dilatorios, la causa finalmente será debatida bajo la modalidad virtual el 14 de abril en la Cámara en lo Criminal de Tercera Nominación. Hubo una fecha previa, pero se suspendió por un contagio de covid-19 de una de las partes.

Luis Urbanc nunca quiso hablar con la prensa sobre el caso. Incluso le sugirió a Alejandra que tampoco lo haga porque “los periodistas son unos payasos”. Sin embargo, al trascender el caso y estando las tres adolescentes solas, el sacerdote Julio Del Pino golpeó la puerta de la casa de de las mujeres en Belén y les entregó dos esquelas; una dirigida a Agustina y otra a su madre, en las que el obispo le pedía que no crea en la justicia de los hombres. A Flor, que lo atendió, le dijo que “más le vale que no mientan porque les caería encima el castigo divino”.

La última imagen que se conoce del sacerdote acusado es de 2019. Se trata de una foto grupal en Cura Brochero, Córdoba. Se lo ve a Gutiérrez vestido con sotana al lado de Urbanc, ambos sonriendo.

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