La detención por «blasfemia» de la activista Ibtissam Lachgar pone de manifiesto la política represiva de Marruecos hacia el colectivo LGTBIQ+. En el país, donde el 80% de la población considera «una desviación» ser homosexual, se castiga con hasta tres años de prisión tener relaciones con personas del mismo sexo.
Desde hace décadas, el gobierno marroquí, ávido por atraer a más y más turistas, busca proyectarse hacia el mundo como un país moderno y tolerante. Una imagen cuidadosamente construida que contrasta con la represión sistemática contra la población saharaui y contra el movimiento feminista y LGTBIQ+. La detención, el pasado 10 de agosto, de la activista Ibtissam Lachgar ha vuelto a poner de manifiesto la fragilidad de este relato.
Lachgar, reconocida activista por las libertades sexuales, publicó el pasado 31 de julio en sus redes sociales una fotografía en la que vestía una camiseta con el mensaje: «Alá [en árabe] es lesbiana [en inglés]». Diez días más tarde fue detenida y acusada por la Fiscalía del Rey de «blasfemia», un delito que en Marruecos –donde el islam es la religión oficial– puede acarrear hasta cinco años de prisión. Junto a la imagen, escribió en su cuenta de X: «Ustedes me aburren con sus mojigaterías y sus acusaciones. El islam, como toda ideología religiosa, es FASCISTA, FALÓCRATA Y MISÓGINA».
Su detención fue celebrada en redes sociales, donde varios usuarios pidieron públicamente su «lapidación» y ofrecieron recompensas a quien «cortase su cabeza». Según la macroencuesta Afrobarometer, publicada en abril de 2025, el 79,4 % de la población marroquí rechaza la homosexualidad.
Las relaciones homosexuales se castigan en Marruecos con entre seis meses y tres años de prisión, tipificadas como «acto lascivo o contranatural con una persona del mismo sexo». El artículo 489 del Código Penal, que contempla esta sanción, no figura entre las disposiciones que el gobierno alauí tiene previsto reformar en su actual proyecto de revisión legislativa.
La persecución contra la homosexualidad es, de hecho, una práctica habitual en el país vecino. Aunque Marruecos no ofrece datos públicos al respecto, un informe sobre el estado de los derechos humanos en el país, publicado por el Departamento de Estado de los EEUU, aseguraba que «durante la primera mitad del año [2023], el Estado procesó a 441 personas por mantener relaciones sexuales con personas del mismo sexo». Es decir, según los últimos datos hechos públicos por el gobierno de EEUU, más de dos personas al día son procesadas por ser homosexuales.
Un “exilio interno”
Para Tima Agueddour, activista trans de origen marroquí y defensora de los derechos del colectivo LGTBIQ+ en la región, vivir y aceptar su orientación sexual e identidad de género en Marruecos ha sido «extremadamente difícil» ya que «la sociedad marroquí considera la homosexualidad o las diversidades sexuales como algo antinatural, inaceptable y un tema tabú del que ni siquiera se puede hablar con las personas más cercanas».
Un estudio reciente de la organización marroquí Akaliyat revela que el 96% del colectivo LGTBIQ+ no siente que pueda ejercer plenamente sus derechos civiles; el 70 % afirma haber sufrido violencia física o psicológica, tanto en espacios públicos como privados. Del total de encuestados, un 29 % declaró haber sido arrestado o detenido por «sospechas de homosexualidad» o por su «expresión de género». De ellos, el 63% afirmaron haber sido maltratados por las autoridades.
Otro activista marroquí consultado por Público prefirió retirar su testimonio de este reportaje por miedo a represalias. «Ahora mismo estamos en una situación muy vulnerable y a veces es necesario protegernos a nosotros mismos».
Reflejo de esa violencia institucional es la normalización, en la sociedad marroquí, de un discurso de odio que se ha materializado en ataques públicos y campañas de acoso y persecución. En la primavera de 2020, durante el confinamiento por la pandemia, Marruecos vivió una ola de «outing», cuando grupos de personas crearon perfiles falsos en aplicaciones de citas como Grindr para exponer públicamente, contra la voluntad de las personas afectadas, su orientación sexual.
La exposición de cientos de personas en entornos hostiles derivó en expulsiones de sus hogares, agresiones y denuncias a la policía; se registró, además, al menos un suicidio vinculado a la presión y el estigma social.
Para la activista trans Tima Agueddour la violencia institucional y la violencia social están estrechamente relacionadas. «Cuando existe una ley, de origen colonial [francés], como el artículo 489, que criminaliza al colectivo, esa ley alimenta el odio social y da legitimidad a que las personas te agredan porque, a sus ojos, eres una criminal».
Este episodio provocó una ola de indignación internacional y obligó al gobierno alauí a mover ficha, anunciando la apertura de una «investigación preliminar por incitación al odio y a la discriminación». Cinco años después, no se conoce el resultado de dicho proceso ni se tiene constancia de que haya habido detenciones de ningún tipo. Por el contrario, organizaciones locales señalaron que «algunos [de los afectados] quisieron presentar denuncias pero se encontraron con la hostilidad de la policía».
«La situación precaria y la posición vulnerable experimentada por las personas lesbianas, bisexuales, homosexuales, trans y no binarias a través de estos ataques está directamente relacionada con la criminalización de su existencia por el artículo 489 del Código Penal de Marruecos» señalan desde Akaliyat.
Marruecos promueve un turismo «LGTBIfriendly» mientras reprime a su población
Desde hace años, Marruecos cultiva una imagen de modernidad y apertura hacia el exterior, especialmente orientada a atraer divisas y consolidarse como un destino turístico seguro y atractivo, un sector que ya aporta más del 7 % del PIB nacional. En este esfuerzo, el país ha mostrado una cierta permisividad hacia un turismo amigable con el colectivo LGTBIQ+ de alto poder adquisitivo, que encuentra en enclaves exclusivos —sobre todo en Marrakech, Tánger o algunos resorts costeros— un circuito cerrado de ocio «friendly» para extranjeros. Un nicho económico rentable para las élites del país.
Sin embargo, esta burbuja turística permanece totalmente desconectada de la realidad cotidiana: lejos del lujo del todo incluido, la comunidad LGTBIQ+ local sigue enfrentándose a un marco legal que penaliza las relaciones homosexuales, enfrenta un rechazo social mayoritario y episodios de represión y hostigamiento. Así, la imagen de tolerancia que se ofrece al visitante es una ilusión que contrasta con las condiciones de miedo, inseguridad y vulnerabilidad que marcan la experiencia de la mayoría de las personas LGTBI en Marruecos.
«En Marruecos existe una modernidad de fachada, pero la modernidad en el pensamiento sigue siendo una asignatura pendiente», opina Tima, para quien «no hay una tolerancia real hacia las personas LGTBIQ+ en el país». A su juicio, impera un doble rasero: «Marruecos siempre ha protegido a los turistas porque el turismo es clave para la economía. No importa si un visitante es LGTBIQ+ o no; lo fundamental es que no se toque al turista».
El relato de un Marruecos abierto y tolerante se construye a espaldas del pueblo saharaui, de la proscrita oposición política y del colectivo LGTBIQ+. El relato de un Marruecos abierto y tolerante se construye a espaldas del pueblo saharaui, de la proscrita oposición política y del colectivo LGTBIQ+. Se trata de una narrativa meticulosamente diseñada para el consumo internacional, que se alimenta de grandes gestos y escaparates mediáticos: desde la organización de foros y festivales culturales hasta la coorganización del Mundial 2030 junto a España y Portugal.





