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Talibanes con sotana

El reloj marca las doce. Me encuentro en casa, junto a unas tostadas empapadas de aceite de oliva virgen y una taza de buen café. Veo el canal Historia y no he acudido a la “misa por la familia” luego, a decir de los convocantes, me hallo en pecado… ¡Me estremezco, no me llega la camisa al cuerpo!

Lo anterior significa, según la dogmática católica, que puedo pasar toda la eternidad sufriendo. Cabe plantearse, ¿qué es la eternidad y el castigo eterno? Para responder, nada mejor que uno de aquellos ejemplos que nos “enseñaban” en el colegio (y que seguirían enseñando, si pudieran).

Así, visualicemos un edificio como la Torre Eiffel. Ahora imaginemos que cada millón de años, un gorrioncillo se posa unos segundos sobre esa edificación. Pues bien, cuando las uñitas del bichejo hubieran acabado de desgastar aquel coloso metálico… ¡todavía ni habría comenzado la eternidad!

El siguiente acto del entremés se centraba ya en el castigo… “cuando lleguen a sus casas, coloquen el dedo sobre la llama de una cerilla. Si no pueden resistir ni un segundo, ¿cómo podrán soportar un dolor mucho mayor durante toda la eternidad?”

Aunque cueste creerlo, coacciones psicológicas como la anterior constituyeron la base docente de España durante décadas. Ya no se atreven a valerse de esos medios. Reitero, no se atreven. Simplemente eso. Pero muchos, si pudieran, regresarían a aquellos tiempos lóbregos… ¡Qué rechazo y asco provocan!

Este domingo se manifiestan. Y se manifiestan valiéndose de una democracia a la que siempre combatieron. El fin de esta concentración es muy simple: política, política, política.

La parafernalia religiosa es sencillamente un disfraz. El slogan, por lo demás, me parece vomitivo y mendaz: “La familia cristiana. Esperanza para Europa”. Ya lo saben las familias judías, musulmanas, budistas, ateas… ustedes no representan ninguna esperanza para Europa.

Hasta ahora pensé que la esperanza para nuestro continente consistía en regenerar las instituciones democráticas, luchar por la transparencia en los asuntos públicos, implantar unos principios morales basados en el trabajo honrado y la solidaridad, profundizar en la igualdad y el Estado del bienestar… En suma, unas gotas de justicia y sentido común en mitad de una sociedad enloquecida e injusta. Sin embargo, la “esperanza” se centra en la “familia cristiana”… ¡cuántas palabras huecas!

Y cabe preguntarse… ¿qué familias? ¿Quedan familias auténticas en España? La mayoría de sus miembros apenas se ven durante la semana porque han de trabajar para alimentar la voracidad de los bancos y los especuladores. Dudo mucho que los obispos vayan a arremeter hoy contra la codicia del capitalismo, principal causante de la desestructuración de las familias, cristianas o no cristianas.

Y al margen de las palabras hueras de los obispos me gustaría dejar las siguientes preguntas: ¿No es inmoral que en las iglesias lean fragmentos del Evangelio cada domingo mientras apoyan a gobiernos que invaden otros pueblos, que participan en matanzas de miles de civiles inocentes, incluidos niños y ancianos?

¿No es inmoral que países que se autoproclaman “de raíces cristianas” masacren a poblaciones indefensas y levanten muros de vergüenza para mantener al otro lado a quienes consideran apestados?

¿No es inmoral que dejemos morir cada día 50.000 niños por falta de alimentos y de medicinas, y dos millones de personas contraigan anualmente el sida porque los multimillonarios se niegan a abaratar los productos farmacéuticos?

Pues, parece ser, la “esperanza para Europa” no radica en combatir lo anterior, sino en estigmatizar los matrimonios entre personas del mismo sexo, el divorcio, la laicidad… sencillamente demencial.

Por cierto, nada más concluir estas líneas y por los gajes del zapping me topo con Intereconomía (defensora de los “valores cristianos”). Se emite un breve y laudatorio reportaje sobre el general de las tropas nazis Rommel. Sí, un panegírico (al menos así me lo ha parecido) sobre uno de aquellos perros rabiosos que lucharon por imponer una sociedad racista y de exterminio… muy cristiana la programación de Intereconomía, sí señor.

Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor

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