Sí, por increíble que parezca, la religión católica sigue existiendo; sí, en pleno siglo XXI. A pesar de todos los escándalos del pasado como los del presente, sigue sobreviviendo como tacuazín o zarigüeya que, por su posición, fácilmente induce a pensar que está muerta. Es cierto que La Iglesia católica en ciertas situaciones y en determinados lugares ha resultado relativamente beneficiosa; mas al hacer valoraciones sobre el beneficio y el daño que ésta ha producido a la humanidad, resulta interesante ver como el poco bien hecho por ella no puede eximirla, pues los males y los daños que ha causado y sigue causando a los seres humanos son mayores que el poco bien realizado. La Iglesia católica, pues, como toda otra iglesia cristiana, causa terribles daños a sus seguidores y, en alguna medida, a muchos individuos del mundo laical.
Uno de esos daños graves que causa la Iglesia católica, como lo hacen todas las iglesias cristianas habidas y por haber, es en la cabeza de sus seguidores. Como es bien sabido, antes de que los niños tengan uso de razón, deberán ser llevados por sus padres para ser bautizados en una parroquia local, con el fin, según la entidad religiosa, de poner a salvo su alma, y posteriormente recibir los sacramentos restantes. A la edad de cinco a seis años, a los niños se les enseña una colección de dogmas infundados los cuales tienen que aceptar de manera pasiva, acrítica y sin ninguna posibilidad para el debate. Este adoctrinamiento prematuro, se supone, afectará negativamente a la mente del jovenzuelo; y a la postre lo convertirá en un adulto ignorante y estúpido; en suma, lo convertirá en un ser completamente dogmático y seguro de sí. En ciertos casos, sólo una mente aguda y persuasiva podrá sacar de esa oscuridad tenebrosa a una persona que haya sido víctima de un hechizo religioso católico. Es pues evidente que las personas que sean educadas, desde niños, bajo las doctrinas y normas católicas, serán, si no salen de ese dogmatismo, gente acrítica y poco pensante.
Por otro lado, uno de los daños que sufren los fieles católicos, como los protestantes, en menor grado ciertamente, es, sin duda, en sus finanzas. Se dice que en la Iglesia católica el diezmo no es obligatorio, lo cual es cierto, pero ello no indica necesariamente que aquella sea una institución desinteresada en las finanzas de sus más contumaces fieles. En Estados Unidos, país donde resido actualmente, los padres tienen que pagar ciertas sumas de dinero a sus respectivas parroquias para que un grupo de parroquianos bien instruidos —no siempre— aleccionen a sus chavales en las doctrinas básicas de la iglesia católica. De no hacerlo, la educación religiosa se les es negada. Esa práctica no se lleva a cabo en todos los países del continente Latinoamericano, pues las economías de aquellos no son, para nada, sostenibles, y por lo tanto no se les es posible permitirse tales extravagancias. Además, si alguien quiere contraer matrimonio en una parroquia de Nueva york, por lo menos tendrá que contar, como mínimo, con ochocientos a novecientos dólares, de lo contrario el sacramento se le será negado. No parece, pues, que este organismo esté tan interesado por la salvación de las almas de sus feligreses, sí en sus finanzas.
Uno de los sectores más damnificados, producto de los perjuicios y prejuicios de la Iglesia católica es, para el que lo quiera saber y el que no, el femenino. Por ejemplo, la biblia de cuyo contenido se deriva la moral y la teología cristianas es, por lo que allí se expone, furibundamente machista. El antiguo testamento demuestra, de manera irrefutable, lo que digo. Léase detenidamente estos versículos: GENESIS 3:16, donde se narra el castigo de Dios a la mujer; LEVITICO 12: 1, 2 & 5 y JUECES 21:10-12 etc. Todos esos versículos comparten algo en común: su frenético y virulento odio contra las mujeres. Para los autores de la biblia, la culpable de toda la desgracia de los hombres fue la mujer; asimismo como la responsable directa de la enemistad de éste con aquellos. Mas esa negativa no se superó en el nuevo testamento. Pablo de Tarso, fundador real del cristianismo (del cual surgió la Iglesia católica) y máximo promulgador de la propaganda ideológica cristiana, tenía una opinión bastante lamentable del sector femenino. Solemnemente proclamó: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación.” (CORINTIOS 14: 34 & 35). En otra parte dice: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor, santificación, y modestia. (1° TIMOTEO 2: 11-15). La edad media es considerada como una de las etapas más sombrías por las que la humanidad ha tenido que pasar, lo fue sobre todo para las mujeres, quienes por la sola razón de ser mujeres, segundas en la creación de dios y culpables de incitar Adán a que merendara el fruto prohibido por dios y que trajo como secuela la muerte y la enemistad de aquel con el ser humano. Ellas sufrieron en carne propia todo el odio misógino que destila por naturaleza de la religión cristina. En esta época fue el tiempo cuando más fuerza tuvo la religión y el dogma cristianos. Con todo el poder que ésta tenía en lo político, económico, ideológico, y social se dedicó activamente a perseguir, condenar y quemar brujas. Se estima que un número de 40.000 mujeres fueron sentenciadas a ser quemadas en la hoguera, ahorcadas, torturadas, por la amenaza de “brujería”. De este modo se demonizó a la mujer y cualquier cosa que no fuera la obediencia a la religión y al marido representaba una clara señal de ser colaboradora del enemigo, a saber, satán. Se dirá, eso fue cosa del pasado, yo no lo creo; actualmente este organismo religioso sigue relegando a la mujer, y ésta sólo sirve para cumplir las funciones más ínfimas en la institución, vaya consuelo. Son los hombres, porque Jesús era hombre, los únicos que pueden convertirse en diáconos, sacerdotes, obispos y papas. Pero las mujeres cristianas, al parecer no son capaces de advertir todos esos atropellos a su dignidad.
Pues bien, la ética cristiana, que quede claro, es sumamente egoísta. Parece ser que la única razón para el correcto proceder ético estriba en la obtención de la salvación personal en la otra vida. Ello demuestra que la acción moralmente buena que realiza cualquier cristiano no está guiada por la más genuina filantropía, sino, por el interés mezquino de alcanzar una salvación personal en el otro mundo. La ética del humanista secular no está guiada por el interés usurero pero por la benevolencia y la más sincera magnanimidad, comparada ésta con aquella, es por mucho inmensamente superior.
La Iglesia católica resulta nociva para los seres humanos pues es, por naturaleza, mentirosa. La mentira, pues, ha sido su mejor aliada para poder sobrevivir durante todos estos siglos. Es claro que, como no está interesada en buscar la verdad, se dedica, como todas las religiones abrahámicas (cristianismo, Islam y judaísmo) a instruir, conservar, imponer y naturalizar la mentira. Esta institución, como es del dominio público, enseña supersticiones y mitos de toda clase; lo más asombroso es que dicho organismo no sólo los expone como leyendas o cuentos para niños, sino como verdades absolutas, dejando sin posibilidad de debate al librepensador. Su mentira está dirigida y configurada estratégicamente para sus fieles y para cualquiera que se deje engañar por tal patraña; y como sus fieles representan un gran número de individuos, aquella afecta a una desaforada cantidad de hombres y mujeres en la tierra. Cualquier librepensador, ateo, agnóstico o contrario a las virulencias religiosas que haya nacido en un hogar católico habrá recibido la mayoría de sacramentos que demanda tal entidad. Infortunadamente, procede de una manera déspota, sin tomar en cuenta la subjetividad o conciencia libre que se está construyendo, asegurando que lo hacen por el bien de su alma, aunque tal entidad metafísica, no haya sido demostrada por ningún experimento científico serio. De no haber sido por la incredulidad de ciertos hombres del pasado cuyo amor por la verdad los llevó a desafiar las navajas más espantosas del dogma y proceder de la manera más honrada y noble intelectualmente hablando, ésta institución seguiría manteniendo a los hombres y mujeres en las más hondas supersticiones; y la mentira que de ella surge naturalmente sería nuestra única verdad.
Finalmente, es claro pues que si un organismo o entidad por santa, infalible y reputada que se autodenomine causa daños no solo en lo externo pero en lo interno de un sujeto o un colectivo lo más práctico, ético y deseable sería la erradicación o fustigación de aquella. Habiendo concluido que esta institución sí causa esos daños a sus rebaños y al mundo secular, resulta pertinente pues actuar siguiendo los dictados más fogosos de la verdad.
Víctor Salmerón
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Bibliografía
Bioenciclopediia. (n.d.). Bioenciclopedia. Retrieved from COMPOSICIÓN DEL CUERPO HUMANO: https://www.bioenciclopedia.com/composicion-del-cuerpo-humano/
RUSSELL, B. (1956). Por qué no soy cristiano. New York: Hispano Americana, S.A. (EDHASA).