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Soy ateo gracias a Dios

Teniendo en cuenta el espectacular descenso de vocaciones en el orbe católico, por lo que en el último medio siglo la pirámide poblacional de la curia vaticana ha adelgazado enormemente su base, engordando por consiguiente su punta, fruto de un modo u otro de la mella incisiva del neoliberalismo, pues no olvidemos que el liberalismo se erige como el enemigo natural de la religión y, por ende, del cristianismo, teniendo en cuenta, digo, el envejecimiento de curas y monjas, y obispos y cardenales, no extraña que a la hora de administrar la vacuna en la Ciudad del Vaticano correspondiera por edad a la mayoría de la gente que allí reside, y pienso también en la guardia suiza, que aunque es joven y fornida, cumple su misión de fuerza de seguridad y, cómo no, también tenía que recibir su suero. Ahora bien, de las 10.000 vacunas recibidas allí en enero, una vez que se ha inoculado a todo el personal con las dos dosis preceptivas, el sobrante se ha destinado a los pobres, como caridad, signo como poco sospechoso de la magnanimidad de la institución.

El papa Francisco —86 años— se ha descolgado esta última misa de Pascua pidiendo un reparto más equitativo de vacunas en el mundo, refiriéndose a los países pobres, y me pregunto yo si se puede cometer un ejercicio de hipocresía mayor. También solicitó priorizar la inversión en salud por encima del gasto militar. ¿Se puede ser más hipócrita? Creo que no, sinceramente creo que no. En la historia de la humanidad de los últimos 2021 años, no ha habido “filosofía” más abstrusa, farisea y filistea que el cristianismo. Escribo filosofía entre comillas porque desde que arraigó en el poder, se enquistó de manera endogámica, a pesar de los continuos y encomiables intentos de reformas o propósitos de tantos esforzados y preclaros individuos, como san Juan de la Cruz, el mejor poeta de nuestra lengua, quien sufrió cárcel y humillaciones, azotado, sometido a un régimen de pan y agua, y privado de sus libros y medios de escritura, muriendo en 1591 en Úbeda, donde como es sabido llegó a “curar unas calenturillas”, y se fue “a cantar maitines al cielo”. Si hiciéramos un balance a lo largo de la historia de sus claroscuros, ¿quién duda de que la iglesia posee más contras que pros? Nadie le niega las mejores intenciones, pero no se pueden obtener peores resultados después de dos milenios. Muchos argumentarán que realiza obras pías, y no lo negaré, pero la misma iglesia que efectúa funciones sociales, es la que esconde sus trapos sucios con grandes operaciones mercantiles y de especulación, robando dinero presuntamente de la caridad para comprar palacios por doquier, como el de Sloan Avenue en Londres, por lo que fue dimitido el cardenal Becciu, y otros escándalos de corrupción y pedofilia. Mejor no seguir…

En La edad de oro (1930), de Luis Buñuel, se veía en una superposición de imágenes a los obispos envejecidos, después muertos, pudriéndose en su opulencia, con sus roquetes, báculos y mitras. No sé si fue este genial director —nacido en Calanda, Teruel, en 1900, y muerto en Ciudad de México en 1983— quien dijo que no había peor invento que la religión, es decir, cosa más innecesaria en el mundo. Supongo que lo comentaría a propósito de la famosa frase de Marx “la religión es el opio del pueblo”. También a él se le atribuye esa suerte de máxima que reza “soy ateo gracias a Dios”.

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