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Solidaridad con el cura de Viveros

A quienes no somos católicos (gracias a Dios) dichas normas nos son totalmente indiferentes en tanto que no nos afectan. Que los católicos no puedan tener sexo prematrimonial, masturbarse o usar anticonceptivos es asunto suyo y no nuestro. Jamás vamos a obligarles a que hagan nada de eso.

Miles de millones de euros del dinero público en subvenciones, exenciones fiscales y otros privilegios económicos dependen de toda esta hipocresía.

A principios de este mes de noviembre, el sacerdote de Viveros (un pueblo de Albacete), ha sido noticia por una pancarta que colocó en la puerta de la iglesia. En dicha pancarta podía leerse un listado de pecados que, según decía la pancarta, “son mortales y nos quitan el derecho a comulgar”. Entre esos pecados estaban “darse a la brujería, espiritismo o adivinación (…), abortar (…), emborracharse, drogarse (…) usar anticonceptivos o cualquier otro medio de impedir el embarazo (…) usar de cualquier modo de la sexualidad fuera del matrimonio, ya sea a solas o con otras personas aunque haya consentimiento, mirar elaborar y difundir pornografía, vivir en pareja sin estar casado (…) favorecer o consentir las deshonestidades sexuales de los hijos”, etc.

La pancarta generó tal polémica que el cura se vio obligado a retirarla. Sin embargo, debo admitir que no entiendo la polémica y es más, que me posiciono totalmente del lado del sacerdote de Viveros: vaya desde aquí mi total solidaridad con él. Me parece un perfecto ejemplo de coherencia y, al revés, lo que me parece escandaloso es justamente lo contrario: que católicos que van a misa a comulgar lo hagan después de haber practicado brujería, abortar, emborracharse o drogarse, usar anticonceptivos, tener sexo prematrimonial, masturbarse o ver pornografía. No quiero decir que ninguna de las acciones mencionadas me parezca mal (bueno, lo de la brujería simplemente me parece una tontería si se trata de amuletos, conjuros u otras chorradas así, no si se trata de sacrificios, claro). Lo que quiero decir es que si alguien es católico y quiere comulgar en esa religión, efectivamente, no puede hacer nada de eso. Y el cura de Viveros lo que ha hecho es, simplemente, recordárselo.

A mí no me gusta el fútbol ni me interesa (ni siquiera cuando juega la selección nacional). Pero sé lo suficiente de ese espectáculo o deporte (tengo serias dudas sobre cómo calificarlo) como para comprender que si alguien dice ser del Real Madrid (por decir uno) no puede ir a la peña madridista correspondiente vestido de blaugrana ni entonando el Cant del Barça. Y me parecería estúpido de total estupidez que encima pretendiera ser reconocido y aceptado como un madridista o incluso como el más madridista de todos. A nadie se le obliga a ser del Real Madrid ni de ningún otro equipo. Pero si alguien decide ser de uno, debe comprender que hay una reglas para serlo y que debe cumplirlas, por lo menos si quiere que los demás le consideremos como uno de tal equipo.

Exactamente lo mismo pienso de cualquier religión. A nadie se le obliga a ser de una religión. A nadie se le obliga a ser católico, protestante, musulmán o budista. Pero si alguien quiere serlo, debe entender que eso implica unas normas que debe cumplir, por lo menos si quiere que los demás le reconozcamos como de esa religión y no de otra o de ninguna.

Las religiones no son como los clubs de fútbol u otras asociaciones. En teoría, no son construcciones humanas sino productos divinos. La divinidad correspondiente de cada una es la que, siempre en teoría, ha establecido sus normas para pertenecer a ellas. Normas que establecen lo que hay que creer y lo que hay que hacer para ser considerado miembro de esa religión. En el caso del catolicismo, es Dios mismo quien instituye la Iglesia y fija sus normas en los textos sagrados y la tradición, designando también al obispo de Roma como máximo intérprete de dichas normas (y, además, infalible desde el Concilio Vaticano I de 1870). Normas que quedan recogidas, por si hubiera dudas, en el Catecismo de la Iglesia Católica, y ampliadas en las Encíclicas papales.

Pues bien, todos esos pecados mortales señalados por el sacerdote de Viveros en su pancarta no son sino mandatos de la Iglesia Católica recogidos en el Catecismo y en la doctrina católica oficial. El cura de Viveros no se ha inventado nada. Simplemente ha puesto a la vista de todo el mundo lo que la iglesia católica considera pecados mortales que impiden la comunión en esa iglesia. Esas son las normas de la iglesia católica. Podrán gustarnos más o menos, pero son las que son. Y quien quiera ser católico y comulgar en misa debe cumplirlas. Exactamente igual que el testigo de Jehová no puede comer morcilla porque es pecado en su religión, ni el musulmán comer cerdo porque es pecado en la suya.

A quienes no somos católicos (gracias a Dios) dichas normas nos son totalmente indiferentes en tanto que no nos afectan. Que los católicos no puedan tener sexo prematrimonial, masturbarse o usar anticonceptivos es asunto suyo y no nuestro. Jamás vamos a obligarles a que hagan nada de eso. Es más, si alguien lo intentara me pondría del lado del católico en la defensa de su libertad de conciencia. Por la misma razón, lo que no es admisible de ninguna forma es que los católicos quieran imponernos a quienes no lo somos sus propias normas religiosas. Podemos convivir en completa armonía creyentes y no creyentes simplemente respetando un marco laico para esa convivencia: la religión y la moral de cada cual se queda en su ámbito privado y no se permite imponerlo a los demás en el espacio público.

No comparto las críticas de algunos increyentes a las normas religiosas que el cura de Viveros ha explicitado. Ni mucho menos moveré ni un solo dedo por cambiarlas. Lo que cada religión haga de puertas hacia dentro de ella misma me es absolutamente indiferente (siempre que a nadie se le obligue contra su voluntad o mediante engaño). Tan indiferente como lo que puedan hacer con su sexualidad una, dos o varias personas libremente en su intimidad. Me da totalmente igual si alguien se flagela o se dedica a lamer suelas de zapatos de una madame. Evidentemente, tengo mis opiniones y mis juicios de valor sobre todo eso, más si lo hacen en público, y si quiero puedo expresarlas. Pero no pienso convencer a uno de dejar de darse con el cilicio ni a otro de que pare de dar lametones. Allá ellos. Igual que reivindico para mí que los católicos no me digan lo que tengo que hacer, tampoco yo voy a sermonearles a ellos en sentido contrario.

Pero es que es más. Mi respeto a la iglesia católica implica respetarla tal como es. La iglesia católica es lo que es, igual que el sadomaso es lo que es. Si la iglesia católica dejara de condenar la blasfemia, la homosexualidad, el aborto, el sexo prematrimonial, los anticonceptivos, etc., dejaría de ser la iglesia católica, lo mismo que si los sadomasoquistas dejaran de hacerse daño consentido y se hicieran cosquillas dejarían de ser sadomasos.

Podría admitir que desde dentro de la iglesia católica hubiera quienes quisieran cambiarla. Que católicos incómodos con lo que iglesia católica es quisieran cambiarla para que fuera de otra forma. El problema es que entonces dejaría de ser la iglesia católica y pasaría a ser otra cosa (mejor o peor, no lo sé, seguramente mejor, pero otra cosa). En cualquier caso, deberán ser los católicos quienes, si quieren, hagan lo que tengan que hacer, pero desde luego, yo como ateo no pienso hacer nada, principalmente por respeto y por no meterme donde no me llaman.

De todas formas, la polémica suscitada por la pancarta de Viveros no ha venido por el descontento de católicos progresistas que claman contra una iglesia anclada en el pasado y más cerca del concilio de Trento que del Concilio Vaticano II. Principalmente ha venido por parte de todos esos católicos que ni saben lo que fue Trento ni lo que fue el Vaticano I ni el II (que les suena algo eso de la Biblia o el Catecismo pero que no los han leído nunca). Esos católicos “de toda la vida” que, de repente, se han dado cuenta de lo que es ser católico según su propia religión. La pancarta ha servido, cuanto menos, para que se den cuenta de que ser católico no es solo ir a misa en los bautizos, bodas y comuniones o ver los pasos de semana santa. Que ser católico es mucho más y que la inmensa mayoría está a años-luz de estar cumpliendo con las normas mínimas. El ejemplo sería como el madridista “de toda la vida” que, un día, descubre que su equipo viste de blanco y que su estadio se llama Santiago Bernabéu cuando de siempre pensaba que era de otra forma. Pues, ¿qué se pensaban esos católicos que era el catolicismo? ¿Acaso pensaban que en el Catecismo se admite la homosexualidad, el sexo sin reproducción, vivir en pareja sin estar casado o cualquiera de esas cosas que prohíbe la pancarta de Viveros?

De todas formas, el asunto tiene más enjundia, aunque no sea ahora momento de profundizar en ello. Tiene que ver con lo que llamo “bricorreligión” o “religión a lo Ikea”: la religión a la carta. La tendencia a que cada cual se haga su propia religión. En España por lo menos, no hay católicos (mejor dicho, no tantos como se dice) sino que la mayoría de ellos lo que tiene es su religión particular, hecha a su medida, y por supuesto, una que no le exige muchos sacrificios ni renuncias (y que les permite ver pornografía, masturbarse o usar anticonceptivos, por ejemplo: su dios no les prohíbe eso). Si en vez de en España, culturalmente católica, estuviéramos en los Estados Unidos de América, cada uno de ellos ya habría fundado su propia iglesia (con los beneficios fiscales y económicos que ello conlleva). La cultura protestante de ese país implica un mayor pluralismo religioso y una tendencia a que cualquiera funde su propia religión. Así nacieron en el siglo XIX los testigos de Jehová o los mormones de mano de Charles T. Russell y Joseph Smith respectivamente. Aunque uno era presbiteriano y el otro metodista, decidieron romper con sus iglesias y crear las suyas propias. En España, romper con la iglesia católica y fundar religiones no es tan habitual (quitando a los cismáticos del Palmar de Troya y pocos más). Aquí la tendencia es a decirse católico pero practicar la propia religión, aunque tenga poco o nada que ver con el catolicismo. A lo sumo, se sigue yendo a misa muy de cuando en cuando y a ver procesiones, y poco más.

Lo que pasa es que la propia iglesia católica tampoco hace mucho ante todo esto. De hecho, el celo del sacerdote de Viveros es la excepción y no la norma. Es más, le conviene hacerlo así. A efectos prácticos, la iglesia católica se conforma ante esto porque prefiere “creyentes no practicantes” (oxímoron donde lo haya) a que se reduzca su peso en las estadísticas. La iglesia católica prefiere que el 70% de la población se declare católica en las encuestas del CIS, aunque el 60% de todos ellos reconozca en la misma encuesta que no va nunca o casi nunca a misa, antes de que ese porcentaje diga no ser católico. Miles de millones de euros del dinero público en subvenciones, exenciones fiscales y otros privilegios económicos dependen de toda esta hipocresía. Y encima se paga con el dinero de todos: creyentes y no creyentes. Ahí estaba el quid de la cuestión. La pancarta de Viveros, simplemente, era mala para el negocio. Porque más de uno podría pensar: si ser católico es eso, conmigo que no cuenten. Yo lo pensé hace mucho.

Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria. 

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