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Soldados de la fe

Uno de los aspectos que más llama la atención entre nosotros de los combatientes musulmanes que ahora están enrolados en el ISIS, es su carácter de suicidas. A todos ellos les atribuimos, de forma errónea desde mi punto de vista, una voluntad de morir en el acto que se proponen cometer.

Hay muchos hechos que apoyan el error, como por ejemplo, la muerte de seis terroristas implicados en los atentados de Atocha. Los supervivientes de aquel comando se suicidaron de forma colectiva en un piso de Leganés al verse acorralados por la policía. Pero nadie es capaz de decirnos, como es lógico, si se habrían suicidado de todas maneras. Puede ser que uno solo de ellos accionara el mecanismo de la bomba que se los llevó a todos al otro mundo, sin consultar a sus cómplices. ¿Si habían huido hasta allí, quién nos dice que no pudieran haber seguido huyendo hasta conseguir la salvación, física por lo menos ya que no espiritual?

¿Y no huyeron a Bélgica los supervivientes de los asesinatos de París?

Lo que está claro es que los soldados yihadistas intentan por todos los medios no caer prisioneros. Para ello, tienen además incentivos nada pequeños como el paraíso asegurado, lleno no sólo de huríes, sino de todos los placeres terrenales concebibles.

Los terroristas que pueden, como su antiguo jefe Bin Laden, vuelven a casa sanos y salvos para disfrutar de su estancia en la tierra sin necesidad de pasar por el incómodo trámite de inmolarse. Lo que sí es cierto es que el suicidio de los soldados fundamentalistas es mucho más frecuente que el de los soldados normales, como por ejemplo los europeos. Para ello, para conseguir que su mentalidad acoja esa posibilidad del suicidio como una salida digamos normal, hace falta una buena preparación psicológica, que se les proporciona en las mezquitas. Un buen imam ofrece a las tropas de la fe una enorme cantidad de energía para la lucha. Por eso, los servicios de inteligencia centran una gran parte de sus esfuerzos en los entornos religiosos de los musulmanes afincados en Europa. Eso no nos debería parecer tan extraño. En España no tenemos lejos el ejemplo orgulloso que daban los carlistas cuando mezclaban la religión con la lucha en la Guerra Civil: “Un requeté recién comulgado ataca al hombre”, se decía.

O sea, que seguramente lo que distingue más al soldado de la fe musulmana de los otros es que tiene más entusiasmo por matar. Asume, probablemente, más riesgo de lo normal, pero confiere a su acción un impulso homicida mucho mayor que el que es capaz de ponerle a la suya un policía, por ejemplo, encargado de defender la democracia.

Por lo demás, hay muchos elementos que nos deberían permitir identificar los motivos y los sentimientos de los yihadistas. Podemos tomar un ejemplo que no es demasiado lejano, el de los brigadistas internacionales que vinieron a luchar a España contra el fascismo.

Vinieron dejando detrás vidas que en muchos casos eran cómodas. Y a cambio de nada. Los testigos dicen que derrochaban valor en el combate, que hicieron honor a su selección como fuerzas de choque. No peleaban por una religión, pero casi, porque la gran mayoría de los brigadistas eran comunistas y se jugaban la vida por el futuro que les pronosticaba Stalin. Esta es una simplificación, pero se acerca mucho a la verdad.

En el otro lado, las tropas más combativas estaban formadas por legionarios y moros. Las dos, tropas mercenarias, que cobraban por matar.

Así que los yihadistas que mueren demasiado tarde porque se inmolan con cinturones de bombas una vez realizada su acción asesina, no son muy diferentes a nuestros soldados, salvo por la determinación asesina. Un soldado tiene que matar a veces. Un soldado yihadista tiene que matar todo lo que pueda siempre que se trate de infieles.

Y puestos a buscar similitudes, pensemos en los animales que se suicidan después de cometer una hazaña de violencia de género. Nadie dice de ellos que se han inmolado por ninguna fe.

En toda la historia, y la leyenda que los yihadistas se han ido forjando en los últimos años, hay algo muy importante, que consiste en crearse un aura de soldados llenos de valor, superiores a nuestros humildes soldados que luchan por las libertades.

No es así. Y eso forma parte del manual para vencerles.

Jorge M. Reverte es escritor.

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