Periódicamente, regresamos a la relación entre socialismo y religión. Hace unos días trajimos al periódico las reflexiones del destacado socialista belga Vandervelde, y hoy las del periódico español El Socialista sobre la misma cuestión en el otoño de 1926, y con parecidos argumentos.
El periódico quería, una vez más, declarar el error de considerar que el socialismo sentía una actitud de “irreductible hostilidad a las doctrinas religiosas”. Según la publicación no existía nadie ni en el PSOE ni en la UGT que sintiera prejuicio alguno contra las personas que sinceramente profesaban ideas religiosas siendo afiliados, y que cumplían leal y disciplinadamente con los acuerdos que democráticamente tomaban las mayorías. Respecto a las personas que no mantenían relación con las dos organizaciones, cualesquiera que fueran sus ideales religiosos, merecían los máximos respetos y la consideración que se debía a quienes profesaban “un ideal como exponente de una inquietud espiritual”.
Los socialistas esperaban que los católicos fueran igualmente tolerantes porque muchos desarrollaban un trato bien distinto hacia los socialistas, ya que aquellos no concedían ninguna virtud ciudadana, ni familiar a los que no profesaban su confesión, algo que también practicaban hacia la honorabilidad de las mujeres, aun como trabajadores y madres de familia.
Los socialistas consideraban que desde los periódicos católicos se desarrollaba el sectarismo, la intolerancia y hasta la violencia escrita, olvidando el mensaje de Jesús. Hasta la caridad, practicada “a bombo y platillos” y ante los objetivos de los fotógrafos, se realizaba no con los verdaderamente necesitados, sino con los que frecuentaban los actos del culto y traían una especie de marchamo oficial de los eclesiásticos. Los socialistas habrían practicado otro concepto de caridad hasta con sacerdotes desvalidos y pobres desde las Casas del Pueblo; hasta el periódico había dejado espacio para los sacerdotes que demandaban justicia, y en el parlamento, cuando existía, los diputados socialistas habían alzado su voz en defensa de algunos clérigos cuando lo estimaron oportuno.
Pero convenía distinguir bien entre las ideas religiosas y la organización clerical, que por su tendencia reaccionaria y muy agresiva contra las reivindicaciones del movimiento obrero y socialista no podía recibir de los socialistas más que una postura defensiva, propia de quienes reciben continuos y violentos ataques. Antes estos elementos, los socialistas no tendrían que rectificar su conducta, y se sentían orgullosos de la misma.
Nada tenía que ver la actitud reaccionaria y hasta plutocrática de esos elementos, contra los que había que defenderse, con el respeto y tolerancia hacia los que de buena fe profesaban ideales religiosos.
Pero los que defendían el restablecimiento de la pena de muerte, los que quisieran que volviera a funcionar la Santa Inquisición, etc., debían ser considerados enemigos de la clase trabajadora porque la querrían ver sometida por completo a las más brutales exigencias del capitalismo.