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Sobre sacerdotes pederastas y abusadores sexuales · por Raúl Pino – Ichazo Terrazas

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Intentaré  elaborar una breve recensión sobre el libro “Rebaño” de Oscar Contardo, publicado por la editorial Planeta, escribo intentaré, pues el tema central no es expresamente edificante.

El autor centra su investigación en la sucesión de casos de pedofilia y abusos sexuales en Chile que vivía una época de dictadura donde aquéllos no eran denunciados pues no era el tema  ni era la mentalidad del momento, sino tenían prioridad los atropellos a los derechos humanos.

Por esa realidad se desvió la retahíla de abusos ignorados  cuando no se entiende que una institución como la Iglesia católica, que imparte certezas sobre los límites de la sexualidad de las personas actuara de esa manera errática e irrazonable en Chile, al mismo tiempo que se violaban los derechos humanos, con tan impávida negligencia sobre ataques sexuales perpetrados  a niños, adolescentes y monjas por  diferentes jerarquías de prelados.

Se ignoraba que los sacerdotes que estaban ordenados para asumir como apostolado de vida aconsejar, formar y conducir a los jóvenes, trivializaban la obligación de denunciar cómo un adulto con investidura religiosa abusaba de una niña.

El autor desvela con exacerbado detalle y concisión la forma en que los prelados construían su impenetrable urdimbre de poder y lo describe como una telaraña que no está arrinconada sino crece constantemente.  

Describe a curas con  jerarquía eclesiástica que solo confraternizaban con la clase social  y económica  más alta y pudiente de Chile, conduciendo una vida de boato y dominación a esas familias que, por el temor reverencial, aceptaban  esa  incómoda influencia.

 Los sacerdotes con mando, como narra el autor, elegían a miembros jóvenes de la aristocracia chilena para que tengan vocación de sacerdotes, como si fuese cuestión de imponer algo que es intuito persona; los recomendaban a Roma y no se afrontaba problema alguno en ordenarlos.

Lo  expresado también se repite en nuestro país, con el constante desvelar de nuevos encubrimientos de violaciones execrables, causando un trauma psicológico de por vida para las inocentes víctimas. Lo más peligroso es que se ordena sacerdotes sin vocación y sin la firme convicción de un apostolado que exige sacrificio; se ordenan para tener una vida sin problemas económicos de vivienda, alimentación y exenta de los avatares de la vida, logrando una zona de confort. De esa forma, estos sacerdotes ordenados  arbitrariamente y sin comprobación de su vocación, se sienten obligados a la retribución y ésta se resume en la total obediencia y sigilo, además de encubrir, lo que acontece internamente en sus curias, específicamente sobre miembros pederastas y reincidentes en abusos sexuales.

Entonces surge la pregunta: ¿En qué situación quedaban los jóvenes que efectivamente sentían en sus espíritus la vocación sacerdotal?, relegados sin solución de continuidad hasta que su vocación se diluía. Esta era la forma de incrementar la telaraña de poder de la Iglesia en los diferentes estratos.

La conclusión que espigo de las periódicas denuncias de pedofilia en nuestro país, es que la mayoría de los sacerdotes que despliegan su influencia y decisión en los casos de pedofilia y abusos sexuales a niños, adolescentes y también a monjas, es un trasunto de poder en la posición disciplinada de encubrimiento a los denunciados y no denunciados; en Bolivia son extranjeros.

 Algunos sacerdotes pretenden justificar este abominable comportamiento indicando impávidamente: “los curas no somos ángeles, porque todo ser humano tiene sexo, para ser sacerdote hay ser muy hombre, un sacerdote poco hombre no sirve pues no tiene autoridad ni prestigio; y si uno  es muy hombre en un mundo erotizado se supone que el sacerdote  podrá alguna vez ceder a alguna tentación porque es un ser humano normal”.

Esta deliberada posición de pretensión eximente es una antinomia, pues el sacerdote que piensa así, ignora que todos los seres humanos estamos sujetos a la intensa e irreprensible acción del instinto y, si no edificamos en nuestro espíritu, como simples ciudadanos recato, templanza y superioridad intelectual y que el cerebro ordene a la voluntad para hacer prevalecer la sensatez ante la lascivia, estaríamos violándonos los unos a los otros.

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