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Sobre el debate de la transexualidad

Cuando nos acercamos a algún debate que, como el referido nos parece menos cercano, podemos tener la tentación de tomar partido de no entrar el fondo y quedarnos más en lo que nos llega de los medio. La  experiencia  de vivir desde cerca la parte dramática que acompaña a la persona afectada por esa realidad es la que me lleva a traer a estas páginas el asunto. Hay una serie de posturas que, más allá de la inveterada oposición de la jerarquía de la Iglesia y de la mayoría de su feligresía, puede añadirse a la controversia dentro del gobierno de coalición y hasta entre el feminismo. Así que me propongo añadir alguna información indagada  a la anunciada experiencia.

Conviene recordar lo que ha venido sucediendo en nuestra sociedad cuando se entra en alguno de estos asuntos relacionados con la vida sexual de la ciudadanía. Recordemos aquel lejano debate sobre el divorcio que el espectro conservador lo rechazó por principio, luego hubo una aceptación clamorosa por alguno de aquellos próceres representantes. Hay una inercia social, cada vez menor, que tiende  a sentirse afectadas por aquellas propuestas que tratan de solucionar problemas concretos con un trasfondo doloroso para casos concretos. Con frecuencia, niegan a esas personas el criterio de amantes del bien que no van perjudicar tras  acceder a la solución de su problema. No está de más citar los asuntos que han acompañado al divorcio como el aborto, el matrimonio homosexual, así como las cautelas que se van legislando en defensa de colectivos, que como las mujeres, los y las menores o las personas homosexuales sufren el machismo- a veces asesino- la pederastia o la homofobia.

Al hablar de transexualidad de uno u otro sexo o de la mujer en particular, no han de obviarse las precisiones que,entre sexo y género ,se han ido consolidando.  Está claro que cada persona nace con su propio sexo, es decir con su propia anatomía y genitales. El de género es el papel cultural o de relaciones que cada persona ejerce en vida. Por eso diría Simone Beauvoir “la mujer no nace, llega a serlo”.  La plena identidad entre sexo y género es lo que reafirma esa satisfacción. Sin embargo, la disparidad que puede darse entre la sexualidad genital inicial y la que en conciencia se siente es la que lleva a una infelicidad permanente. Yo he sido testigo de una infancia femenina que al llegar a la adolescencia se convirtió en un infierno. En esa edad, en que la persona siente el final de la ingenuidad de la infancia, por sí menos agobiante para soportar la contradicción, la persona que quiere ser con la madurez mental y sexual que siente para hacerse mayor, se bloquea de manera más que enfermiza. No valen aquí las propuestas o tratamientos que el obispo de Alcalá de Henares quiere imponer a la persona homosexual. Estamos ante un proceso que ha de abordarse para el bienestar de la persona para el logro su plena identidad. Frente a esa situación se abre la decisión plena de la propia persona o el acompañarla de ciertas cautelas o exigencia de la esfera social. Por un lado volverá a aparecer la falta de madurez o responsabilidad que, como en el caso señalado para el divorcio, se le pide en mayor proporción  que a quien si le afecta esta situación.  De nuevo se pone en tela de juicio el derecho igual, lo que conlleva aumentar las no pocas dificultades que está viviendo.

Hasta aquí, creo entender que había acuerdo entre los dos partidos coaligados y firmado en el documento programático. La vicepresidenta Calvo ha decidido poner en cuestión la propuesta del ministerio de Igualdad. Por supuesto que rectificar es de sabios y, en consecuencia, aportar razones nuevas que explique el cambio de postura ayudará a recomponer el acuerdo. No voy a ignorar las razones argüidas con anterioridad, incluso dentro del feminismo, sobre tensiones personales o las dificultades que puedan venir en el papeleo en el registro civil y, desde ahí, su proyección a tantas instancias públicas, en el trabajo y demás. No voy a ignorar tampoco la dificultad, duración y coste del largo proceso que como el tratamiento hormonal o el quirúrgico para la adecuación genital. Supongo que entrando en el debate se habrán previsto soluciones para ir dando salidas a cada uno de los inconvenientes y otros, que aquí yo he podido obviar.

Volviendo a la discrepancia, a la que quiero añadir la conveniencia de dar la trascendencia que el asunto, como en casos anteriores, merece para su calado social que no se contrapone, sino que al contrario, contribuye a la maduración ciudadana. Así que, entiendo yo, no se hurte el debate y que éste se imponga a tantos otros estériles, que poco ayudan  a la convivencia. Entiendo que desde esa premisa que creo había y parecía se ha venido manteniendo, de que la decisión determinante sea la de la persona afectada. A todas las demás cuestiones se pueden buscar soluciones. Se puede y debe aprovechar la ocasión para prestigiar la vida pública a la vez que se atenúa el enfrentamiento y se reconoce la atención que merece la cuestión sexual  acorde con la vida normal de esta sociedad más secularizada que no se quiere reconocer.

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