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Sobre el aborto

En realidad estos grupos con la iglesia católica a la cabeza deberían denominarse «pro castigo» ya que en realidad ese es el motor que los impulsa.

«Algo huele a podrido en Dinamarca»  le decía el fiel Marcelo a Hamlet y Horacio en la conocida obra de Shakespeare.

Entrar en el debate sobre el aborto implica sumergirse en aguas turbulentas en las que confluyen corrientes procedentes de veneros científicos y otras más ruidosas originadas en prejuicios religiosos e ideas tradicionales ancladas en emociones lo que dificulta un abordaje sosegado y racional.
Lo primero que tenemos que poner en evidencia es que de la misma manera que nadie en su sano juicio desea someterse a ningún tratamiento médico-quirúrgico salvo que las circunstancias lo hagan necesario, mucho menos, “ninguna mujer desea que se le practique un aborto”  salvo que existan circunstancias que así lo aconsejen o ella así lo considere.
Cuando se pide que el aborto sea legal y realizado en el sistema público de salud, lo que se está demandando es que aquellas mujeres que se encuentren ante un “embarazo problemático” (ya veremos en que consiste) que no desean llevar a término, puedan interrumpirlo en las mejores condiciones sanitarias y lo antes posible, lo que estará en función del problema causante, y sin olvidar que suele vivirse con dramatismo y sufrimiento por parte de la mujer. Esto que es tan evidente se olvida con demasiada frecuencia por los mal llamados “pro vida” con la jerarquía católica a la cabeza que tratan a las mujeres que se ven en esta difícil situación como “asesinas sin corazón”.
Ante la pertinencia o no de legalizar la interrupción del embarazo nos encontramos con un “continuum” que va desde quienes consideran que “nunca está justificada su realización” a los que ponen el límite en “el momento del parto”.
Ambos extremos protagonizan una controversia muy polarizada y ambos utilizan argumentos espurios pues suele ser habitual en estos casos que se parta de la conclusión y posteriormente se busquen argumentos que la justifiquen e incluso que incidamos mas en atacar a la opuesta que en defender la propia, y todo ello, como decía la canción de Willy de ville, con “demasiado corazón” (“demasiada emoción”), subrayando “demasiado” por la ceguera racional que se provoca ante el “secuestro emocional” en que se suele caer.
La defensa y aplicación de ambas posiciones extremas como ocurre en ciertos contextos nos puede llevar a situaciones absurdas y/o de graves consecuencias que, seguramente, ni la mayoría de quienes las defienden estarían dispuestos a aceptar si no fuera por la ceguera emocional a la que hemos aludido.
La realidad de los hechos muestra que existen circunstancias que nos obligan a plantear la necesidad de regular esta intervención ya que en ocasiones la vida de la madre se pone en juego y la del feto con ella.
Son conocidos los casos, afortunadamente reliquias del pasado en nuestro entorno, en que al quedar encajado el feto en el canal del parto, cuando no se disponía de la posibilidad de realizar cesárea, la única solución para evitar la muerte de madre e hijo era realizar una craneotomía (aplastar la cabeza del feto) para poder extraerlo y de esta manera salvar, al menos, a la madre. Evidentemente es una situación dramática que nos ponen ante un grave dilema: matar al feto (niño) para salvar a la madre o dejar que ambos mueran. Fueron muchas las mujeres que murieron en tiempos pasados al caer en manos de médicos y matronas católicos que en consecuencia con la doctrina de su iglesia se abstenían de intervenir dejando morir a madre e hijo, y ello en defensa de la vida.
Aquellos que se posicionan en la negativa a su legalización se suelen autodenominar “Pro vida” situando a los contrarios en algo así como “Pro muerte” o defensores de lo que, frecuentemente, los representantes de la iglesia católica, que constituye el núcleo principal de este movimiento, denominan en sus proclamas como la “cultura de la muerte” frente a la “cultura de la vida” que supuestamente ellos defienden ( la “amnesia” e hipocresía de esta institución -Iglesia Católica- no tiene límites, basta recordar el apoyo incondicional que prestaron a los regímenes mas criminales que hemos padecido en la reciente historia: Fascismo de Mussolini, Nazismo de Hitler, Dictadura franquista en España, Pinochet en Chile, Junta Militar en Argentina, etc.).
Además el término “Pro vida” es confuso ya que la mayoría de sus componentes con seguridad no son vegetarianos, luego no les importa que se maten animales para comer; nos podrán decir que se refieren a “vida humana” lo que tampoco es cierto ya que no defienden con igual intensidad la abolición de la pena de muerte ( en los países donde aún se practica) y es evidente lo poco que les importa la salud y la vida de los inmigrantes (exclusión de prestaciones sanitarias, cuchillas en Melilla, deportaciones, etc.); afinando mas, nos dirán, que se refieren a “vida humana inocente”, pero incluso esta definición, que seguramente se aproxima más a su idea de lo que dicen defender, tampoco es exactamente cierta ya que sería muchísimo más eficiente dedicar la energía y recursos contra el aborto a ayudar a los niños de los países pobres evitando su muerte por carecer de los recursos básicos para poder vivir (agua, alimentos, vivienda, medicamentos, etc.). La iglesia católica dispone de riqueza e influencia suficientes para acabar con el hambre de la infancia en el mundo y sin embargo no solo no actúa para solucionarlo sino que recientemente ha sido denunciada por la ONU ante“diversidad de acciones y omisiones de la Santa Sede que suponen atentados de extrema gravedad a los derechos de los niños y niñas por parte de la Iglesia católica en todo el mundo.”
Estos grupos centran sus argumentos en la “santidad de la vida humana” como principio ético, en contraposición a «la calidad de la vida», y en la consideración de que el embrión es una vida humana desde el “momento de la concepción” y que “siempre está mal matar una vida humana inocente” por lo que defienden al embrión excluyendo a la madre de cualquier derecho y obviando que no existe un “momento de la concepción » y pretendiendo  establecer una clara línea fronteriza en algo que es un proceso gradual difuso y mal delimitado.
La lógica, la defensa de la dignidad de la mujer y una ética que nos oriente a evitar el sufrimiento nos debería llevar a rechazar esta posición extrema, ya que su aplicación provoca situaciones de sufrimiento, e incluso la muerte, en un número importante de mujeres reales a cambio de proteger a un futuro posible ser.
Quienes defienden esta posición están obligados a dar explicaciones y aclarar a quien le están evitando sufrimiento pues resulta evidente a quien se lo están produciendo.
Nos encontrarnos con varias paradojas en este debate, por un lado tenemos la que podríamos denominar “paradoja biológica” produciéndose una situación que podemos definir de “contranatura”  ya que según nos enseña la biología y la antropología nos sentimos más inclinados a proteger a nuestra propia prole que hacia los niños en general, y aquí resulta que quienes están destinadas a ser las futuras madres son las que rechazan al futuro hijo y en cambio quienes nada tienen que ver con ambos, e incluso en algunos casos, como corresponde a la jerarquía católica y sus clérigos y monjas, que si son honestos y consecuentes con las normas de su organización nunca pasaran por la experiencia de ser padres o madres hacen una defensa furibunda del nasciturus, estando dispuestos a castigar a una persona real en defensa de una “quimera platónica”, por otro lado tenemos la que denominamos “paradoja político-social” ya que los valores que estos grupos defienden son los propios de una sociedad neoliberal de competencia, individualismo y reconocimiento del éxito social en función de las riquezas acumuladas, considerando un lastre para el progreso a aquellos que necesitan de la ayuda del Estado, por lo que en cuanto pueden las eliminan.
Como decía el fiel Marcelo «Algo huele a podrido en Dinamarca”. Aquí algo no encaja.
Nos pone sobre la pista de lo que realmente ocurre las reflexiones que al respecto hace la filosofa Janet Radcllife: “Cuando se intenta encontrar, en países liberales donde está legalizado el aborto, un principio coherente que nos permita distinguir entre abortos permisibles y prohibidos, el que se suele encontrar es el castigo a las mujeres por el sexo, existiendo, entre otros datos empíricos, una alta correlación entre la oposición al aborto y la desaprobación de la libertad sexual”. Obviamente estas razones son aún más evidentes en quienes se oponen al aborto en cualquier circunstancia.
Esto encaja con lo que sabemos de la conducta humana de que las auténticas razones de las personas para alcanzar sus conclusiones  prácticas con mucha frecuencia no son las que exponen en sus argumentos sino que, como dijimos al principio, primero nos adherimos a una conclusión de manera intuitiva y emocional y posteriormente buscamos razones  que la justifiquen de forma que puedan ser socialmente y de acuerdo a nuestros códigos morales aceptadas.
Estas explicaciones si concuerdan mejor con las características ideológicas de quienes se oponen y que no se suelen caracterizar por su defensa de la vida de las personas sino de los “no nacidos” (el mismo gobierno que defiende apasionadamente al “nasciturus” reduce las ayudas a los discapacitados)
En realidad estos grupos con la iglesia católica a la cabeza deberían denominarse “pro castigo” ya que en realidad ese es el motor que los impulsa. No les preocupa el bienestar de las mujeres y el sufrimiento que puede causarles una decisión tan contraria a su naturaleza como es el interrumpir un embarazo, lo que implícitamente están transmitiendo es que “deben pagar las consecuencias por haber tenido sexo” y como este mensaje es más difícil de defender en la actualidad lo disfrazan con la defensa de la vida del futuro niño.
En el otro extremo nos encontramos con la postura que otorga todos los derechos a la mujer sin tener en cuenta al feto en ningún momento, dándose situaciones que resultan difícil aceptar como la de un hospital en el que existen salas de cuidados intensivos pediátricos en las que se intentan salvar la vida de recién nacidos prematuros y al lado otra en la que se practican abortos de fetos en estado de gestación más avanzada que aquellos. Si el “aborto/parto natural” pone en nuestras manos un recién nacido en el “aborto provocado” en avanzado estado de gestación estaremos realizando un infanticidio. Y tendríamos que estar dispuestos a aceptarlo y en qué condiciones nos parecería adecuada su indicación.
A continuación expongo de manera somera, mi opinión sobre las circunstancias en que este debería realizarse y que al estar en el terreno de las opiniones y no de los dogmas puede ser criticable e incluso cambiarla si los hechos así lo aconsejaran.
Circunstancias o supuestos:
–          Método anticonceptivo de último recurso: En este grupo se incluirían los embarazos que son resultado de una violación, de un fallo en el método anticonceptivo utilizado por la mujer, o como consecuencia de una negligencia en sus relaciones sexuales. Es una decisión que corresponde exclusivamente a la mujer y solo cabe pedirle responsabilidad para evitar la reincidencia como consecuencia de negligencia en la protección de sus relaciones y premura en poner en conocimiento su situación para que se resuelva lo antes posible.
En una situación ideal se podría resolver entre 2 y 4 semanas, en ese momento no existe en el útero nada que se parezca a un ser humano, sólo hay un conglomerado celular, aunque al no encontrarnos en ese entorno ideal sería aconsejable prolongar el límite hasta  las 12 – 14 semanas.
–          Supuesto eugenésico: Cuando el feto presente malformaciones que la mujer no esté dispuesta a asumir.
–          Supuesto terapéutico: Cuando suponga un riesgo para la vida o la salud física o psíquica de la madre.
En los dos últimos supuestos el límite estaría en función de la detección del problema y la respuesta de los servicios sanitarios.

Para finalizar entresaco un fragmento del “Documento abierto de Europa Laica sobre la interrupción voluntaria del embarazo – aborto” por reflejar de manera sintética las ideas expuestas en este escrito.

“…Debemos partir de la premisa de que siempre que una mujer decide interrumpir su embarazo se enfrenta a una decisión personal dura, que puede tener una fortísima repercusión psicológica y emocional sobre ella.
Se equivocan gravemente, por tanto, todos aquellos legisladores, médicos, obispos o policías que imaginan a la mujer como un simple contenedor (máquina reproductiva) fácilmente manipulable, sin tener en cuenta su voluntad. La interrupción voluntaria del embarazo (IVE) es una decisión que corresponde a la mujer con un embarazo no deseado, en el ejercicio de su dignidad, autonomía moral y libertad individual. Esto, y no otra cosa, significa respetar la libertad de conciencia de la mujer: su decisión libre de cuándo y cómo ser madre, en el libre ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos. Ello implica el derecho a planificar su maternidad y, en caso de que fracase, debe tener derecho a interrumpir su embarazo.”
aborto activistas Femen Congreso 2013

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