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Situación de la sociedad uruguaya frente al Feminicidio, la Violencia de Género y la Violencia Familiar

Cuando hablamos de feminicidio, violencia de género y violencia doméstica, estamos utilizando términos cuya raíz es la misma: todos ellos nos hablan de violencia y son utilizados sólo para clasificarla,  pero de ninguna manera significa que una violencia sea más importante que otra: toda la violencia es muy grave.

Mi planteo surge desde la situación de la sociedad uruguaya frente a determinados tipos de violencia, porque se entiende que el accionar de la sociedad es el que determina que estos delitos aumenten o disminuyan. Si bien yo hablo de lo que sucede en Uruguay, porque es lo que conozco, creo que en mayor o menor medida, esto se puede aplicar a la realidad de otros países, principalmente de América Latina.

La sociedad es la que determina, a través del Estado y por medio de leyes y decretos, las normas por las que habrá de regirse la convivencia de un país. Aunque, muchas veces, en el momento de ir a las urnas a votar un nuevo gobierno, no somos conscientes de que estamos eligiendo a quienes establecerán las normas  de convivencia para los próximos años.

¿Cuántos de los aquí presentes nos preocupamos por saber qué propuestas tenía cada candidato, en las elecciones pasadas, sobre los temas de género o sobre la violencia doméstica? Yo diría que muy pocos… Por eso es importante que nos preocupemos por ejercer con responsabilidad nuestros derechos ciudadanos.

Todos sabemos que la sociedad uruguaya es bastante especial…  indiferente, por no decir egoísta. El «no te metás» rige nuestra existencia, y si en muchos temas eso pasa por la discreción, en los relacionados con la violencia, esto se convierte en omisión, porque con nuestra actitud estamos perjudicando a otros y eso sí es egoísmo, eso es no preocuparnos por el bienestar de lo demás.

El feminicidio es un término que hace poco tiempo que fue incorporado a nuestro idioma por la Real Academia Española, y que se refiere al delito de asesinato de una mujer por el simple hecho de ser mujer: no es que la mataron para robarla o en medio de un copamiento, sino que la razón fue su sexo. La mayoría de las veces estas muertes ocurren a manos de sus parejas o ex parejas, y es muy lamentable que se haya tenido que incorporar una palabra al diccionario, para definir un delito debido a la frecuencia con que éste se comete.

En Uruguay muere una mujer cada 7 días, víctima de feminicidio, pero hasta ahora en nuestro país tenemos problemas para reconocer este término como figura delictiva, y nuestra sociedad prefiere catalogarlo como crimen pasional o con términos similares.

Este modo de asesinato se relaciona con la violencia de género, aunque ésta, afortunadamente, no siempre termina en muerte; porque la violencia de género es aquella que se da en todos los ámbitos en que existe una relación desigual entre hombres y mujeres, y en la que el hombre hace valer su machismo para minimizar a la mujer. El acoso sexual, con el que trata de degradarla haciéndola sentir objeto como mujer deseable, por ejemplo, y todo aquello que se haga con la intención de desvalorizar a la mujer y hacerla sentir en inferioridad de condiciones.

También la violencia sicológica que muchas veces el hombre ejerce sobre su pareja a través de los celos desmedidos, control de horarios, revisar el celular o correos; la violencia económica y patrimonial, la violencia social, cuando se le hace dejar de lado a todas sus amistades y se la aísla casi por completo.

Y frente a todo esto ¿cuál es la situación de nuestra sociedad?

Vemos que desde el Estado no existe un interés real por revertir las situaciones de violencia y desigualdad y observamos que la mayoría de las veces, los temas de género y todos los relacionados con la mujer, son incluidos en las agendas sólo «porque tienen que figurar» y no porque exista la inquietud de tratarlos.  Lamentablemente esto también se da en muchas organizaciones sociales y religiosas.

Una forma de prevenir la violencia de género sería la de educar a niños y jóvenes sobre los temas que hacen a la igualdad entre hombres y mujeres, porque esto ayudaría para que en el futuro no sean abusados ni abusadores. Debemos educar a nuestros jóvenes y ayudarlos a romper los mitos del patriarcado: por un lado eso de que los varones deben ser recios y violentos, mientras que por otro las niñas y mujeres deben ser sumisas y creer en que el amor romántico todo lo puede  o que si no tienen una pareja no están completas o son anormales.

La sociedad de hoy aún conserva vestigios de aquella sociedad machista de hace 100 años, y lo vemos todos los días y en todas partes. A las mujeres se nos considera débiles, inferiores, que en muchos temas debemos acatar, porque somos muy emocionales y por lo tanto no tan capaces como los hombres a la hora de tomar decisiones.

Se nos quiere hacer creer que existe igualdad de condiciones entre hombres y mujeres porque tenemos derecho al voto, pero encontramos innumerables obstáculos a la hora de querer actuar en política. Tenemos derecho a estudiar la carrera que queramos, pero la preferencia en los puestos de trabajo la siguen teniendo lo hombres. Lo mismo sucede en todos los espacios de toma de decisiones, ya sea en empresas privadas o instituciones públicas, y lo vemos reflejado en el Parlamento y la Suprema Corte de Justicia, lugares en donde se toman las decisiones que afectan a toda la sociedad y en los que las mujeres somos minoría o no existimos.

Y ésta es la violencia de género que no mata a la materia, a nuestro cuerpo, pero que aniquila nuestro autoestima, nuestro espíritu.

Otro ítem de esta reflexión es el de la violencia familiar o violencia doméstica. Ésta es la que se genera dentro del hogar y es ejercida contra niños, ancianos y discapacitados. En muchos casos, la violencia contra los niños es una forma de presionar a la mujer a través de los hijos. En otros, la causa es el abuso de alcohol u otras sustancias, y hay muchos niños a los que se los explota obligándolos a mendigar o delinquir.

La violencia familiar es la menos visible, porque sucede dentro del “recinto sagrado del hogar” y por otro lado porque en muchos casos no hay golpes sino violencia sicológica, y esta no deja huellas visibles, pero lastima muy profundamente la esencia del ser. Se manifiesta a través de los insultos, el maltrato y todo tipo de denigración, llegando en muchos casos, a los golpes o la muerte.

Sus grandes víctimas son los ancianos y discapacitados, porque estas personas no gozan de la plenitud de sus facultades y además están aislados del mundo exterior debido a sus dolencias, lo que en muchos casos es utilizado por quienes están a cargo para aislarlos aún más. En estas circunstancias, ocurre que el único contacto que tienen con el mundo exterior son los servicios de salud, pero el personal de estos servicios tiende a ignorar las situaciones de violencia que llegan a detectar como falta de higiene y depresión entre otras.

Y aquí otra vez el «no te metás». Sabemos que hacer una denuncia significa perder horas en un Juzgado, pero también el no hacerlo significa ser cómplice de una situación de maltrato a la que sólo ese médico, enfermero o cuidador puede hacer cambiar.

Y ahora vayamos al punto final de esta propuesta:

Vivimos en una sociedad heredera de una tradición machista por naturaleza, desde las letras de los viejos tangos que nos hablan del hombre que mata a la mujer porque lo quiso abandonar; o recorriendo nuestra historia, en la que nos encontramos con crímenes pasionales como el de la poetisa Delmira Agustini, entre otros. Y aún hoy la prensa continúa denominándolos de esa manera, cuando en realidad se trata de un hombre que mata a una mujer porque ésta lo abandonó, se resistió a sus malos tratos o lo denunció.

El victimario, mata a esa mujer que un día eligió para ser la madre de sus hijos y a la que convirtió en su víctima, porque pudo más su ego, su necesidad de ejercer un poder absoluto sobre otro ser humano que se supone tenía sus mismos derechos. Y esto sucede hoy, en pleno siglo XXI, igual que ocurría hace más de 100 años, porque aún vivimos en una sociedad patriarcal que inconscientemente se maneja con las enseñanzas de aquella época.

Pero también existe otra realidad, y es la de aquellas mujeres a las que no las matan, pero que se suicidan para no continuar recibiendo malos tratos, o las que no las matan, pero que mueren un poco cada día, víctimas de la violencia sicológica. También están los niños que muchas veces son víctimas o deben presenciar la muerte de su madre y que de pronto se quedan sin madre y sin padre, porque éste va preso y pierde la patria potestad, o se suicida.

Cuando  analizamos la violencia familiar, vemos que el motivo principal también es el de una relación de poder o, en otros casos, de desquite. Al quedar en situación de dependencia, debido a alguna incapacidad física o mental, muchas personas son abusadas por quienes están a cargo de sus cuidados, los que aprovechan para explotarlos económicamente o para cobrarse viejos rencores.

Nuestra sociedad se caracteriza por su apatía y nos «horrorizamos» cada vez que ocurren estas tragedias, pero pasan unos días, nos olvidamos, y así seguimos sin hacer algo por detener estos crímenes.

Hay que moverse, hay que movilizar a los políticos que están atornillados a sus sillones sin importarles los males que atacan a nuestra sociedad. Existen un sinnúmero de comisiones parlamentarias para estudiar los temas de género y violencia doméstica, pero los proyectos ahí presentados, duermen el sueño eterno. Vivimos preocupados por la cortina de humo del momento, y los temas que deberían preocuparnos, como sociedad, continúan sin solución.

Hoy estamos aquí, en un congreso internacional de libres pensadores, y se supone que el librepensador es un individuo que sabe pensar por sí solo, libre de dogmatismos. Entonces, hagámoslo, pensemos por nosotros mismos, decidamos por nosotros mismos, no nos dejemos llevar por el qué dirán ni por lo que nos dicen, saquemos nuestras propias conclusiones.

Los temas aquí expuestos no son temas sólo de mujeres, como librepensadores, no podemos manejarnos con esa clase de prejuicios porque aquí estamos hablando de Derechos Humanos, y la Humanidad es toda una, hombres y mujeres juntos.  Debemos terminar con los prejuicios heredados y con el doble discurso, para ser capaces de generar nuevas vías de entendimiento, porque recién ahí le habremos ganado a la indiferencia que hoy no nos permite cambiar la situación de nuestra sociedad.

Permítanme cerrar este trabajo con una frase del escritor uruguayo Eduardo Galeano, un hombre muy comprometido con la lucha en contra de la violencia de género, “el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”.

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