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Sexo, dinero y religión

Existe en nuestra sociedad la idea equivocada, muy equivocada, de que la religión es portadora de “valores” (así, en general y en abstracto) y que, por lo tanto, introducir más religión en los distintos ámbitos de nuestra vida, a través de todo tipo de Iglesias y agrupaciones religiosas, con el apoyo de sus líderes, contribuirá a resolver los graves problemas sociales que padecemos. Desde esa perspectiva, la ruptura del tejido social (entiendo por ello los lazos que nos unen y permiten que convivamos más o menos armoniosamente) puede ser restañada y la paz del país recuperada, si le abrimos las puertas a estos agentes religiosos, que hasta ahora se han visto limitados esencialmente a trabajar en su propio ámbito (el religioso) y no han podido hacerlo en el político, en el económico, en el educativo.

Es natural que se piense así, pues las agrupaciones religiosas están ligadas a seres divinos y extraterrestres, en los cuales la gente suele creer, por diversas razones. En el caso mexicano, estamos hablando de que prácticamente el 100 por ciento de la población está convencida de algo así. Por lo tanto, es lógico que se piense que las instituciones ligadas a fuerzas sobrenaturales podrán hacer el milagro de generar una sociedad sin violencia ni desigualdad. Sin embargo, la historia nos muestra que las cosas nunca han sido así.

En el cristianismo, por ejemplo, desde los primeros siglos de su formación, hay muchísimos testimonios de quejas contra obispos que, incluso en medio de persecuciones, abusaban de sus cargos de maneras diversas. Una constante, por supuesto, es el dinero y el sexo. Y una vez que dicha religión se convirtió en oficial, la corrupción aumentó exponencialmente. Lo de los Borgia, que suele ser usado como ejemplo, no es más que una pequeña muestra tardía de algo que venía sucediendo en el mundo cristiano desde sus orígenes institucionales. Lo cual por supuesto no borra a las muchas vidas sinceramente santas que se vivieron en la Iglesia.

Pero la Iglesia cristiana, como todas las agrupaciones religiosas, en la medida que son instituciones sociales, irremediablemente están sujetas a la ambición de los hombres (y mujeres, cuando las dejan) que participan en ellas y a las luchas de poder internas. Si además de eso, la sexualidad se mezcla con esas ambiciones, el resultado suele ser el abuso, normalmente acompañado por la impunidad.

Que no nos extrañe entonces el deprimente espectáculo que estamos viendo en México, en América Latina y en todo el mundo, a propósito de delitos cometidos alrededor del dinero y el sexo, dentro de las agrupaciones religiosas. Lavado de dinero, simonía, abusos sexuales contra niños y niñas siguen siendo el pan nuestro de cada día. Más bien nos debería extrañar que todavía haya quien pretenda que la religión (así, a secas, cualquier religión) nos traerá “valores” necesarios para una convivencia justa, pacífica y armoniosa. Se pasa de largo el hecho central que estas agrupaciones son parte del problema y que instituciones en crisis no pueden sanar a la sociedad. Así, el supuesto remedio resultará peor que la enfermedad.

Roberto Blancarte

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