Con cada vez más personas cambiando su residencia de forma permanente o provisional de un país a otro no es de extrañar que se den paradojas entre las identidades reales de los ciudadanos en diferentes Estados y las que uno se podría imaginar a primera vista. Así, por ejemplo, el Pew Research Center estima que en 2016 vivían en Europa, región con una mayoritaria tradición cristiana, casi 26 millones de personas de religión musulmana, un 4,9% de la población total. La elección ese mismo año de Sadiq Khan como alcalde de Londres, político de creencias islámicas, es una manifestación clara del peso creciente de este colectivo en el Viejo Continente.
A pesar de esta mayor interacción entre unas culturas y otras en prácticamente todas las partes del planeta, todavía a no pocos les cuesta identificar a una persona que practica otra religión contraria a la más extendida en su país como ciudadano del mismo. En el caso de España, por ejemplo, son minoría los que ven a las personas de credo musulmán como ciudadanos nacionales (41%), proporción incluso menor en otros Estados, como Italia y Alemania (menos del 30% en ambos casos), según una encuesta de Ipsos.