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Saramago

            Conocí la obra de José Saramago de manera extraña. Desde luego no tan estrafalaria como la señora Aguirre, quien lo confundiera con la famosa poeta Sara Mago. Salvando las distancias, a mí ya me lo había citado como lectura necesaria mi amigo y librero Melgarejo. Con esta referencia y mi descreimiento, cayó en mis manos su Evangelio según Jesucristo. Ante la paradójica aventura, en que el escritor luso se adentra en el drama humano de líder galileo, acepté el reto de compartir con él, una perspectiva tan literaria como disuasoria de prejuicios. Tan acertado había estado mi desaparecido librero que, tras la lectura citada, me convertí en ferviente lector del (después) nóbel portugués. Por ello, ahora, cuando se han cumplido cinco años de la simple desaparición física, deseo difundir la inextinguible lección del humanista.

            La genialidad de Saramago en la citada obra es un acercamiento tan respetuoso como sugerente al admirable protagonista del origen de la religión que marca era para occidente. Más allá de lo que dicen los evangelios, se nos pesenta en tercera persona una indagación plausible de aquellos aspectos menos explicados por los propios evangelistas. Además de la pujanza estrictamente literaria de la obra, los tiempos actuales, sin ignorar operaciones de imagen a que son aficionados los poderes (iglesia incluida), parecen confirmar a Saramago. Resulta aleccionador y paradójico que un escritor marxista y ateo dejara para la memoria colectiva un manifiesto de tal sensibilidad humanista que tanto se echan a faltar en nuestros días. Y es que, ahondando en la peripecia individual y colectiva del hombre, nuestro autor proyecta mensajes de indeleble vigencia en el tiempo.

            La visión sobre el evangelio viene a constrastar con la denuncia de las numerosoas infamias perpretadas por la institución eclesial en In Nomen Dei. Es una de sus no abundantes obras teatrales en las que se escenifican las atrocidades de Münster (s.XVI) entre católicos y protestantes como se sugiere en el título (En nombre de Dios) como ha ocurrido en la vieja y presente historia. La cuestión religiosa y su influencia en la sociedad se la plantea de otra manera también en Memorial del convento.

            Igualmente trascentente es la reflexión que, sobre la posible unificación peninsular hispano

-lusa nos plantea en La balsa de piedra. Cuántos siglos de historia van pasando sin que los pueblos ibéricos se planteen, como tales pueblos, esa vecindad o más, al margen de herencias monárquicas o connivencias dictatoriales. Partiendo de un sencillo relato, Saramago pone ante nuestros ojos, lo sencillo que es la peripecia de las aguas de la Meseta que buscan el Atlántico y las aldeas fronterizas donde se cambian sardinas o telas por otras mercancías.

            El estilo literario del escritor luso, en apariencia sencillo, en su prosa cercana, en general facilitado por la traducción de Pilar del Rio su ya viuda, puede tener como destacable el de la hipótesis fantástica. Eso que se podría emepzar con un ..”imagina que..” para que a partir del reto quien lo lea contraste su creatividad con la del autor. Encontramos ese recuso ya en La Balsa..” y alguna más que citaremos después. Otro recurso saramaguiano es el error creativo o provocador. Tal lo podemos encontrar en Historia del cerco de Lisboa, donde, a partir de un error tipográfico, se sugiere una revisión sobre tal evento. Al igual que aspectos históricos lusitanos en la obra aparecen temas geográficos como El Alentejo en Levantados del suelo. En Manual de pintura y caligrafía aborda el drama de la creatividad en ambos campos. Su larga labor de memorialista ha visto la luz en varios volúmenes de Cuadernos de Lanzarote. Es también poeta con menor difusión.

            A mi modo de ver, su obra más importante aparece en la trilogía compuesta por Ensayo de la Ceguera, Todos los nombres y La caverna. Entiendo en esas novelas hace una interpelación de fondo a la sociedad de nuestro tiempo retomando las claves de Kafka y Orwel. En el primer caso destacando la incapacidad para ver lo que pasa en nuestro entorno. En la segunda obra señala la despersonalización y el control social. Acaba en La caverna contraponiendo la aportación humana en el trabajo en que lo artesanal empeiza a dejar de tener sentido y es desplazado por un control remoto de las relaciones que acaban siendo cada vez menos humanas. En cierto modo, y para atenuar ese “optimismo informado”, acaba escribiendo Ensayo sobre la lucidez donde en cierto modo se alumbran algunas posibilidades de romper con el sombrío panorama.

            Si alguien tiene derecho a preservarse en el imaginario colectivo, pasen cinco años o cincuenta, Saramago de los que más

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