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Santa Sofía y la intolerancia religiosa

Que una persona como el presidente turco Erdogan, ejerciendo un nacionalismo chovinista, decida convertir la basílica de Santa Sofía (museo desde 1934), en una mezquita para rezo de los musulmanes, entra dentro de lo lógico atendiendo a la personalidad del gobernante, empeñado en la destrucción de la laicidad del estado turco, instaurada en el primer tercio del pasado siglo por Mustafa Kermal, Atartük, primer presidente y fundador de la Turquía moderna.

Como ateo y librepensador, me parece que medidas como esa, no suponen un avance hacia una convivencia universal, libre de dogmatismos, respetuosa con las creencias o no creencias de las personas y encaminada a promover reconciliaciones y diálogos.
Ahora bien, habrá que tener poca memoria o poco escrúpulo para afirmar, como hace la Conferencia Europea de Iglesias (CEI, un conglomerado cristiano de católicos, anglicanos, babtistas, luteranos, metodistas, ortodoxos, pentecostales, reformados,..), que ese paso supone “crear un terreno fértil para la violencia y la intolerancia religiosa”.

A la CEI, a estos próceres de la libertad, que en el fondo piensan como el presidente turco, rezan al mismo dios y comparten el mismo profeta Abraham, habrá que recordarles que algunas de las grandes catedrales existentes en el estado español, o bien están construidas sobre las ruinas de la correspondiente mezquita (Sevilla) o simplemente han cambiado su uso a templo católico (Córdoba). O las numerosas sinagogas judías de Toledo, expropiadas y convertidas en iglesias tras la traumática e injusta expulsión de los judíos, bendecida y apoyada por la iglesia. Y no hace falta fijarse en grandes catedrales o sinagogas. Aquí en la Comunidad Valenciana tenemos algunos ejemplos de mezquitas musulmanas convertidas en ermitas católicas, como la ermita de Santa Ana, antigua mezquita de la Xara en Simat de La Valldigna.

Y que yo sepa, en estos numerosos casos, los “expropiantes”, nunca promulgaron ningún alegato sobre la violencia o la intolerancia religiosa, nunca hicieron referencia a una ruptura de la convivencia.

Porque si medimos todo con la misma vara, ejemplos de violencia e intolerancia religiosa tenemos unos cuantos muy cercanos en el tiempo, sin necesidad de viajar a la época de la “Santa” Inquisición, con sus torturas previas a los autos de fe, muchos de los cuales terminaban en la hoguera o la horca, según temporadas y modas.

Con la vara de medir la intolerancia religiosa, podemos encontrar varios prelados que han hecho de su vida una cruzada contra las personas homosexuales. Unos, amenazándolas (para quien se deje amenazar, claro), con el fuego eterno por su maldad, su depravación y su tendencia a la pederastia. Otros, intentando convencer a la feligresía, desde los púlpitos, de la existencia de un plan de la Unesco para hacer que la mitad de la población mundial, sea homosexual.

Esa misma vara de medir la intolerancia nos sitúa en diócesis que han prohibido se hable de “ideología de género” en sus colegios religiosos, han segregado al alumnado por su sexo, o tachan a las feministas de “sufrir una patología que las vuelve torpes y cortas”.

Intolerancia, mezclada con impunidad y privilegio, que lleva a la iglesia a apropiarse desde 1998 de más de 35.000 bienes públicos (se calcula que más de 100.000 desde 1946), inscribiendo en el registro de la propiedad catedrales, iglesias, ermitas, casas parroquiales, inmuebles, calles, plazas, fuentes, parques infantiles, garajes, etc. Todo ello con el único requisito de la propia autorización del obispo de turno y con un coste ridículo (30 euros le costó al obispado de Córdoba, inscribir la Mezquita a su nombre).

No sale mejor parado el lobby eclesiástico si tomamos la vara de medir violencia. La pederastia en el seno de la iglesia, ha causado enormes daños a miles de menores en todo el mundo, con el agravante que la jerarquía eclesiástica siempre intentó esconder dichas prácticas, llevadas a cabo en orfanatos, escuelas religiosas y seminarios, a base de encubrir a los pederastas o comprar el silencio de las víctimas con cantidades millonarias. Y muchos de estos delitos siguen sin salir a la luz por el miedo de las víctimas a denunciar.

Si se quiere seguir usando la vara de la violencia, nos podemos referir a los más de 300.000 bebés, que las diferentes asociaciones de afectados calculan que se robaron entre 1940 y 1990. Robos de los que se beneficiaban personas adineradas y afectas al régimen fascista y en los que casi siempre había involucradas clínicas religiosas (O´Donnell y San Ramón en Madrid, clínica Santa Isabel, Santa Cristina, Hospital La Salud o La Cigüeña en Valencia) y personal religioso, como la conocida Sor María, fallecida pocos días antes de ser juzgada.

Podemos seguir nombrando casos de intolerancia y violencia religiosas, pero no cabrían en una edición normal de este periódico.Termino pues, pidiendo a las Iglesias que se dejen de hipocresías, derramando lágrimas de cocodrilo por la supuesta violencia e intolerancia religiosa de la conversión de Santa Sofía en mezquita (cosa que a mi tampoco me gusta), y si quieren contribuir a promover el diálogo, la reconciliación y la amistad, mejor dedíquense a analizar la intolerancia y violencia surgida en su propio seno, llevada a cabo por sus propios miembros y escondida, cuando no arropada, por sus insignes dirigentes.

Claro que un análisis de esa naturaleza, quizás, destaparía una caja de los truenos, que en el seno de la Conferencia Europea de Iglesias, nadie está interesado en destapar.

 

Marc Cabanilles – Presidente De L’associació Valenciana D’ateus I Lliurepensadors

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