Las dos nacieron a finales del siglo XIX y murieron en la década de los setenta del siguiente siglo. Una en el Carmelo de La Aldehuela y la otra en su exilio involuntario de Lausanne (Suiza). A partir de aquí, todo son diferencias. La carmelita nació en el seno de una rica e ilustre familia, los Marqueses de Pidal, recibiendo una selecta educación de profunda religiosidad católica y los padres de la política, por el contrario, eran un contable de un periódico que murió siendo ella muy joven y una modista que con la ayuda de Clara, que se vio en la necesidad de abandonar sus estudios, tuvo que sacar la familia adelante.
En el año 1926 la Santa es nombrada priora del convento de El Cerro y cinco años más tarde, en 1931, Clara es elegida diputada por el partido que respondía a su ideario político “republicano, liberal, laico y democrático”, el Partido Radical.
Sor Maravillas dedicó su vida a la caridad cristiana y a la contemplación. Fruto de sus largas vigilias ante el sagrario en comunicación con el Señor fue la siguiente reflexión: “Necesito vivir olvidada, desconocida, despreciada, lo más cerca posible de su vida santísima. No tengo más que esta vida y quisiera darle durante ella todo el dolor, toda la humillación que sea posible” También el Señor debió comunicarle a la Santa sus intenciones respecto a las personas, porque le hizo confesar uno de sus propósitos: “El Señor busca almas vacías, para llenarlas de Sí”
Después de ímprobos esfuerzos para recuperar su juventud perdida para los estudios, Clara Campoamor reinicia con 32 años las enseñanzas de Bachillerato y con 36 es una de las pocas mujeres licenciadas en Derecho del país. A partir de entonces se dedicó a la política con los siguientes objetivos prioritarios: la no discriminación por razón de sexo, la igualdad legal entre hijos habidos dentro y fuera del matrimonio, el divorcio y el sufragio universal. Sus propias palabras son muy clarificadoras de su acción política: “Mi ley es la lucha para conseguir una España donde la cuna fuera un origen, no un destino y donde la ley no fuera un castigo sino un amparo”
Me alegro de que estos diputados no hayan conseguido igualar en el reconocimiento de méritos a estas dos mujeres y espero que, de la misma forma que Clara Campoamor logró lo que hoy se considera tan elemental, como es el sufragio femenino, llegue el día en el que el Estado sea totalmente independiente de todas las religiones y de sus respectivas iglesias. La laicidad no debiera ser una aspiración, sino una necesidad.
Gerardo Rivas Rico es licenciado en Ciencias Económicas