La famosa ermita en la que hoy se celebra la tradición de los alfileres y las modistillas, construida con el dinero de la cuestación popular de los feligreses en el año 1928, fue inmatriculada por el Arzobispado de Madrid en el año 2002
Los vencejos, los gorriones y las golondrinas desde el primer albur de la mañana, bajan con sus risas entre los plataneros del camino de Madrid hacia El Pardo y pasan cerca del Palacio de la Florida.
Van hacia la Ermita de San Antonio, como lo hacen alegres mantones de flores, traídos de China, con sus bordados y grandes flecos. Los llevan volteando las modistillas jóvenes de Madrid que bajan desde la Puerta del Sol.
Desde finales del siglo XVIII, desde que se erigió la Ermita de San Antonio de la Florida, es tradicional la visita de las madrileñas casaderas. La tradición cuenta que tienes que echar 13 alfileres a una pila y los que se les queden pinchados en la palma de la mano derecha, serán los supuestos novios.
– Publicidad-
A partir de 1928, para preservar la ermita «original», con sus famosos frescos de Goya (pertenece a Patrimonio Nacional), se erigió la «copia» de la misma mediante donaciones populares, que es la que actualmente está abierta al público.
Los sentimientos son iguales: Madrid, San Antonio, sus trajes de chulapos, sus organillos, el chotis, la fiesta popular, que aúna a todos como ciudad. Por tanto, el valor es inmaterial y sentimental entre los de Madrid.
No obstante, recién entrados en el siglo XXI, el 18 de abril de 2002, otro Antonio, nacido en Lugo, viendo que esta ermita erigida en 1928 no tenía nombre, se la apropió para el Arzobispado de Madrid. Tan solo con su sello de autoridad canónica, transformó como propio lo que no lo era.
Tal y como se puede comprobar en el Registro de la Propiedad, al que ha tenido acceso Diario16, el Arzobispado de Madrid registró a su nombre la ermita gemela de San Antonio de la Florida el 3 de julio de 2002, probablemente, después de que Antonio María Rouco Varela dijera misa y se paseara con el santo en procesión por las cercanías, porque los baños de multitud son buenos para el ego.
Desde entonces, el valor intangible lo ostenta el Pueblo de Madrid, el valor económico, el Arzobispado.
El Arzobispado de Madrid pertenece al Estado Vaticano. Es, por tanto, un Estado dentro de España, idea que todavía no se ha aceptado, entendido ni asimilado y que, poco a poco, se ha ido haciendo con propiedades, a través de la Ley de Inmatriculaciones promulgada por el gobierno de José María Aznar.
Las pocas iglesias que quedaban «sin nombre», ya pertenecen a otro país. No pertenecen al pueblo, a la ciudad o al pueblo donde se encuentran. No se trata de que el Arzobispado se queda con el continente, sino también con el contenido. En el caso de la «ermita copia» de San Antonio de la Florida, apenas si tiene nada de valor dentro. Pero lo que sí hay dentro son los corazones, los sentimientos y los recuerdos de los madrileños.
En España, en los pueblos y ciudades, la ciudadanía tiene que despertar para defender sus lugares de culto, que son de todos y no debería tener un dueño único porque el valor de esas propiedades es inmaterial. Otra cosa es que la Iglesia Católica pueda utilizarlos para mantener sus cultos, dentro de ellas.
Miguel de Unamuno decía que cuando perdemos nuestra historia, volvemos a ella. Durante muchos siglos, hasta el XIX, el patrimonio en propiedades de la Iglesia era incalculable. Fue necesaria una justa desamortización en varias etapas para que los bienes muebles e inmuebles volvieran al pueblo.
Actualmente, la Iglesia Católica española, es decir, el Estado Vaticano, es el mayor propietario inmobiliario en España. La ley de la pobreza no existe entre la curia. ¿Tendremos que volver al pasado?