Entrevista a Samantha Hudson, artista y activista ‘queer’
La cantante acaba de lanzar su tercer album de estudio, ‘Música para muñecas’, donde reflexiona sobre la precariedad, la identidad en crisis y el síndrome de la impostora, entre otras cuestiones.
«Lo que hacemos las disidencias es configurar sobre una carcasa un complejo entramado de aspiraciones, preferencias, gustos y deseos, una fotografía de lo que alguna vez soñamos de nosotras mismas». De eso habla Música para muñecas, el nuevo disco de Samantha Hudson (León, 1999), de habitar la disidencia y dialogar con las crisis de identidad. También de sobrevivir a la hostilidad de las grandes ciudades, esos lugares cada vez más desarraigados donde «parece que la norma más que construir es destruir y demoler». De celebrar la diversidad y hacerlo con orgullo pese a los ataques constantes de quienes solo buscan retroceder en derechos.
A través de nueve temas con reminiscencias de Charli xcx, Arca, Sophie o Lady Gaga, aborda cuestiones como la precariedad, el fracaso y la hiperproductividad desde ese estilo desvergonzado y paródico que tanto la caracteriza. Tras dos años girando con su anterior trabajo, AOVE Black Label, volverá a recorrer España con sus nuevos sencillos a partir del 6 de junio, donde participará en el Gáldar Pride de Las Palmas de Gran Canaria.
Acaba de publicar ‘Música para Muñecas’ tras dos años intensos dando a conocer su anterior trabajo. ¿Cómo se siente a escasos días del lanzamiento del disco?
Ocurre una cosa divertida, que es que cuando trabajas tanto tiempo en un proyecto y lo sacas a la luz es como sentir que por fin has parido y te crees que ya está todo, pero luego viene la promoción, casi toda la gira, con todas las fechas que tenemos. Así que me siento satisfecha y contenta por haber llegado como al final de todo ese proceso creativo, que ha sido casi un año y medio, pero con un poco de vértigo. Como lo hago todo con cuajo, siempre tiro para adelante, una sonrisa, un cruce de piernas… todo lo hago todo desde el alma y con el coño, y esa es una fórmula que jamás puede fallar.
Describe el disco como ‘un diario personal en clave de electrónica que habla de la disforia y la euforia de género, del éxito y del fracaso’. ¿Es su trabajo más subversivo?
Creo que es mi álbum más sentimental y eso resulta subversivo en mi contexto, porque toda mi obra ha estado plagada de referencias políticas, mucha irreverencia, humor, sarcasmo, ironía, de una manera muy literal. Por primera vez creo que he hecho algo que hacen el resto de autoras, que es hablar de sus emociones y de lo que experimentan. Puede parecer algo básico, pero, sin embargo, es una cosa que no había hecho antes. Todo era desde una tercera persona, en calidad de narradora, pero muy pocas veces lo abordaba desde el yo. Por supuesto, también es una experiencia universal, porque no deja de ser las desventuras de una disidente del género que persigue sus sueños en una gran ciudad, y yo me atrevería a decir que no soy la única que encaja en esa sinopsis.
El título hace referencia al término ‘dolls’, que alude a la forma que tienen de referenciarse entre sí las mujeres trans en los países de habla inglesa. ¿Por qué eligió esa metáfora?
Por un lado, es esa herencia de ese término que nace en la cultura ballroom de los años 70 y 80, era un homenaje al patrimonio material del colectivo queer, a todas las personas que vinieron antes que yo. Por otro, también me parecía una metáfora muy efectiva para hablar de todas las cuestiones que quería plantear, desde el síndrome de la impostora hasta la disforia, pasando por el existencialismo. Creo que la muñeca es la representación de una dicotomía muy clara con respecto a la feminidad.
Mientras que para muchas mujeres esa feminidad ha sido una imposición representada por ese juguete de niñas, ese prototipo de la mujer irrealista que pretende enclaustrarnos en un canon, para otras mujeres la feminidad ha sido un espacio a conquistar, como es el caso de las mujeres trans. Yo me siento la muñeca de una niña a la que no le permitieron ser una niña.
Yo me siento la muñeca de una niña a la que no le permitieron ser una niña
Además, vuelve a insertar discursos íntimos y políticos en géneros musicales festivos donde ‘a priori’ nadie esperaría encontrar ciertas reflexiones, como el techno, el acid o el bakala. ¿La música puede ser también un espacio de contrapoder?
Desde luego. La gente facha tiene también sus creaciones culturales -Taburete está ahí, por ejemplo- pero yo creo que la cultura siempre ha de estar a la vanguardia y, sobre todo, posicionarse a favor de la disidencia. Y ya si entramos en cuestiones de electrónica, yo creo que tenemos un ejemplo muy claro de esa intención política y es el escenario de la rave, el concepto de una macrofiesta, donde tú vayas a expresarte, a hacer comunión con otras personas, a compartir vivencias, o simplemente a disfrutar de un tiempo recreativo, pero en colectivo. Además, eso se da en espacios que están fuera de lo capitalizable, del consumo, y a mí eso me parece algo muy poderoso.
Ya si nos vamos a la escena club, también tiene ese punto político. A la mayoría de las muñecas de las que hablo y a las que le rindo homenaje las he conocido en un ámbito festivo, en la discoteca, amparadas sobre el manto de la nocturnidad, que siempre te ofrece un espacio más seguro para poder expresarte sin límites.
Ahora que menciona a los fascistas, Bertolt Brecht les criticaba ridiculizándoles, señalando sus múltiples contradicciones. Usted también emplea ese lenguaje de la sátira para reírse abiertamente de quienes reproducen violencias hacia las disidencias. ¿Es una estrategia consciente?
Para mí el sentido del humor siempre ha sido una herramienta de supervivencia porque cuando desde tan pequeña te expones a todas esas tropelías y a todos esos actos de injusticia, al final lo único que te queda es hacer una broma y llevártelo al terreno del absurdo y de la sátira para no volverte loca, y es lo que he hecho siempre. Quizás ahora para este álbum he intentado priorizar también todas esas preguntas que no quería hacerme y darle espacio a esas emociones feas que no me apetecía sentir.
La chanza y el desparrame de Samantha Hudson ya lo conocemos todos: que si la excomunión, que si la campaña de odio de la ultraderecha me ha dado todo lo que tengo. Pero no podemos olvidar que eso existe a la vez que el papel de víctima. Al final te levantas un día y dices: que con 15 años haya habido sectores ultracatólicos, conservadores, partidos políticos reaccionarios que me pusieran como una diana e hicieran toda esa campaña de cancelación masiva contra una menor de edad, quizás es algo que me ha dejado más huella de lo que yo esperaba. Me río en su cara, pero también he querido dar espacio en este álbum al miedo, a la incertidumbre, al desconsuelo, a la tristeza, a la soledad, y a todo el resto de sentimientos que quizás he ido escondiendo debajo de la alfombra, y que por supuesto son muy relevantes.
Y ahora parece que estos sectores están en su momento dulce. Hemos visto a Donald Trump vetar los tratamientos de reemplazo hormonal para las personas trans, pero también a Víktor Orbán prohibir la marcha del orgullo LGTBIQ+ en Hungría. ¿Teme que en España la deriva ultra llegue con la misma virulencia?
Ya han llegado, quizás no a esos extremos, pero estos partidos están en las instituciones y quién sabe si en España va a haber una coalición PP-Vox gobernando próximamente. Además, los ultras ya no se esconden, ahora van con las caretas fuera, ya no utilizan eufemismos y ambigüedades, hablan directamente de lo LGBTIQ+ como un enemigo a combatir.
Mucha gente ha comprado esos discursos porque se ha difundido un relato perverso que se ha amplificado a través de los medios de comunicación generalistas. Si a ti te están diciendo por activa y por pasiva que las trans somos hombres con peluca, que vamos a entrar a un baño, violar a las chicas, al final instauras un miedo. Precisamente de eso van sus políticas, de miedo y de oposición, porque realmente ¿qué están proponiendo para mejorar las condiciones materiales de la gente que les vota, para acabar con la precariedad, para atajar el problema de la vivienda?, ¿qué soluciones están dando? Ninguna.
Al final la gente no se acuerda ni de lo que haces ni de lo que dices, se acuerda de cómo lo haces sentir. Aquí tenemos a la señora Isabel Díaz Ayuso, que ha hecho y dicho muchísimas barbaridades pero como es graciosa y es canallita la gente parece que está de acuerdo con lo que propone y eso es un problemón. No se van a preocupar por la clase obrera, esa gente está para defender los intereses de las élites y así ha sido siempre, así que yo le pido encarecidamente a todas esas personas que no tienen maldad, que abran los ojos y que sepan de qué estamos hablando, porque hemos dejado que el fascismo entre a las instituciones.
Decía hace tiempo que con todo este panorama sociopolítico parece que el mero hecho de ser una misma se convierte en un acto político. ¿Lo sigue sintiendo así?
Sí, pero yo creo que no es mi responsabilidad. Siempre se ha hablado de mí en la prensa como una provocadora y yo creo que siempre ha sido al revés, el problema no ha sido mío, sino de los demás. ¿Por qué el peso de esa decisión recae sobre mis hombros cuando sería mucho más interesante y nutritivo preguntarle a esa sociedad enfurecida qué tiene Samantha Hudson para hacerla sentir provocada?
Es decir, ¿qué tiene la sociedad para sentirse subvertida por una chica de 25 años que sí, que nació con pene, pero que al fin y al cabo es una persona queer?, ¿por qué nos escandalizamos tanto? Creo que si la gente se hiciera a sí misma las preguntas que le hace al colectivo LGTBIQ+ llegaría a conclusiones mucho más provechosas.
Retomando el disco, habla de los problemas mentales que se derivan de la estigmatización que sufre todavía el colectivo. Hace poco se ha conocido la sentencia de Samuel Luiz, una de las primeras condenas con agravante por homofobia. ¿Cómo ha percibido en lo personal la evolución en los delitos de odio desde que comenzó su carrera artística hasta hoy?
Yo creo que hay un tipo de violencia que nace de la inseguridad que te proporciona estar en la vía pública y que tengamos ese mecanismo de alerta tan arraigado en nuestro subconsciente. Es algo que nos han enseñado siempre, a no estar cómodas nunca, a siempre andarnos ojo avizor, a contemplar continuamente, en cualquier hora del día, andar por la calle y pasar al lado de un grupo de adolescentes y que se rían en tu cara, ver cómo la gente te mira y especula si eres un hombre o es una mujer. Todo eso es violencia también.
Pasar al lado de un grupo de adolescentes y que se rían en tu cara, ver cómo la gente te mira y especula si eres un hombre o es una mujer, todo eso es violencia
Mis amigas trans tienen que utilizar un nombre masculino para encontrar un trabajo porque en muchos sitios no les van a coger con ese aspecto. Tener que enfrentarte a una vida laboral fingiendo que eres una persona que no eres también me parece un acto violento. Que no te quieran alquilar un piso porque eres una persona trans o porque eres una mujer racializada son tipos de violencia que forman parte de nuestro día a día y de las que muy pocas veces somos conscientes a nivel colectivo.
En ‘Liturgia’, donde colabora con Zahara, aborda la opresión de la Iglesia en el disciplinamiento de la sexualidad. Ahora parece que tras el papado de Francisco y con la elección de su sucesor del ala progresista de la santa sede ha habido una cierta apertura ideológica en el seno de la institución. También en lo relativo a su mirada hacia la comunidad LGTBIQ+. ¿Es utópico pensar a futuro en una Iglesia transincluyente?
A mí me da igual si la Iglesia me acepta o no. No me importa la opinión de la institución católica o evangélica sobre cuestiones LGBTIQ+ o sobre el feminismo. Yo voy a defender la fe siempre. A mi abuela Margarita, por ejemplo, le chiflan las santas, le encanta la Virgen, se reza sus oraciones cuando hay algo que le preocupa, y al mismo tiempo me quiere un montón, y las dos conviven y encuentro que hay coherencia en ese hecho. A mí eso me parece bien.
Pero ¿por qué me iba a preocupar si la Iglesia considera que está bien que exista o no? Ni la Iglesia, ni el Estado, ni ningún partido político tiene que debatir ninguna de estas cuestiones. No hay ningún debate de si está bien, si está mal, existimos y punto. Estamos cansadas también de que nuestra existencia y nuestros derechos sean una moneda de cambio y un terreno político.
Las ciudades como Madrid ocupan un lugar central en el disco. Cuando Alana Portero escribe ‘La mala costumbre’ relata la experiencia liberadora que constituye -en parte- para muchas mujeres trans llegar a una gran ciudad tras haber vivido su identidad en silencio en un pueblo. Sin embargo, usted habla de la soledad y la hostilidad de las urbes. ¿Hay algo de mito en entender las ciudades como espacios de liberación?
Yo creo que estoy muchísimo mejor en Madrid que en Magaluf, muerta del asco, sobre todo por la gente. Al final, cuando creces toda tu vida en el mismo lugar y sientes que vas a compartir espacio con esa misma gente que para ti ha supuesto un lugar tan tormentoso, deseas escapar de ahí para poder desarrollar tus intereses.
En Esta ciudad hablo de eso, de llegar, ver cómo esa gran urbe te ofrece un montón de posibilidades, pero en cuanto pasan dos, tres años, darte cuenta de que el poder de decisión que tienes realmente para conseguir todas esas posibilidades es más bien nula y parece una cuestión de azar más que de esfuerzo.
Sobre todo, hablo de la ciudad como un lugar que propicia ese individualismo. En Madrid estamos viendo cómo todo se está volviendo un parque de atracciones para turistas, donde vivir es imposible debido a la especulación, los fondos de inversión, con tantas personas que vienen aquí, se compran un apartamento cutre, lo reforman y lo venden al doble de precio para poder sacar beneficio. La plaza del 2 de mayo, por ejemplo, la quieren reformar para poner más terrazas y ahora paseas por la calle y es muy difícil ver un banco para poder sentarte.
En Madrid estamos viendo cómo todo se está volviendo un parque de atracciones para turistas, donde vivir es imposible
¿Hemos perdido, sobre todo en esas urbes de las que habla, esas redes de cuidados que antes nos permitían sostenernos y que se han revelado tan esenciales para nuestro bienestar?
Sí, creo que hay pocos espacios de reunión, precisamente por esa destrucción masiva de los espacios públicos, no hay lugares donde quedar, sitios de reunión fuera del consumo y el capital hay muy pocos. Luego vemos como hay centros sociales como La Animosa o La Rosa que son continuamente objeto de una persecución policial muy contundente y corren un riesgo muy grande de desalojo.
Ahora, ¿por qué este edificio que está vacío y donde se junta todo este barrio para impartir talleres gratuitos, debatir militar, para llevar a cabo cuestiones políticas, parece que molesta? Porque organiza a la juventud, politiza a la clase trabajadora y hace que todas esas personas tengan un sitio donde reunirse y sentir que tienen poder como colectivo. De ahí el interés en capitalizar el espacio público en las ciudades, que no queramos hacer otra cosa más que ir de fiesta, o irnos a tomar algo, porque estamos cansadas de una jornada infame que no nos deja ni respirar.
Hablando de hiperproductividad, toca temas como el fracaso y el famoso síndrome de la impostora, cuestiones que atraviesan en particular las vidas de las mujeres en un sistema capitalista donde parece que nunca somos válidas. ¿El feminismo nos ha permitido avanzar en ese sentido hacia una mayor autoaceptación?
Gracias a ese feminismo hemos podido avanzar. Para mí esa ola del feminismo del 2016-2017, que me pilló en el instituto, fue algo como un soplo de aire fresco, fue una bocanada de oxígeno porque por primera vez en mi vida yo sentía que había un pensamiento colectivo de que todas estas violencias no eran culpa nuestra y que podíamos buscar una solución y una respuesta. Hoy en día está todo muy disperso y ello se debe en parte a ese individualismo que propicia la globalización, el mercado, el capital, y el bombardeo de propaganda antifeminista todo el rato.
Hay un gran porcentaje de la juventud que a lo mejor no es la persona más misógina sobre la faz de la Tierra pero escucha «feminismo» y se siente como si le hubieras salpicado con agua bendita a un demonio y es como, chica, relájate que esto también va para ti, deberías sentir que tú tienes que participar de esta lucha. Esto no ha sido casual, llevamos muchos años de un bombardeo continuo de información entre falsa y retorcida para convencernos o convencer a la gente que tenía dudas de que las feminazis son unas histéricas, que el lobby LGBTIQ+ va a hormonar a mi hijo y le va a convertir en un engendro hermafrodita, los migrantes van a producir un reemplazo cultural y van a acabar con el comercio local porque ahora debajo de mi casa hay un kebab. Pero movimientos como el feminismo o la teoría queer precisamente te hacen sentir que los cambios son posibles, que no estás sola y que todas compartimos en mayor o menor medida esas experiencias.
Zahara recordaba el otro día que las mujeres trans han sido fundamentales para conquistar todos esos logros feministas. Sin embargo, todavía hay sectores transexcluyentes dentro del movimiento que torpedean los avances en derechos. También en muchos espacios de izquierdas, donde todavía se sigue negando a las mujeres ‘queer’ como sujetos políticos ¿Cuesta todavía entender a la clase obrera como plural y diversa?
Quizás ahora ha caído más gente en ese relato perverso por la propaganda de la que hablábamos, que se amplifica a través de los medios, pero a mí me resulta absurdo, nunca lo voy a entender. Mira ahora JK Rowling, que ella solita ha financiado esa proclama. No entiendo esa regresión, yo me llevo las manos a la cabeza. ¿Dónde están todos los trabajos y las teorías de hace años? Se ha teorizado lo suficiente al respecto sobre qué es ser una mujer como para que ahora digan esta sarta de estupideces.
Me asombra que quieran acabar con unos roles de género pero cuando ven un sujeto que amplía el concepto de mujer y rompe precisamente con esos estereotipos lo único que hagan es imponerle los mismos roles de los que ellas se quejan. Están combatiéndonos con la violencia que han recibido, y eso no es combatir nada, es perpetrar la violencia y pasar de ser una víctima a un verdugo.





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