Italia, Hungría, Polonia, Holanda y Alemania, entre otros países, han visto como formaciones de extrema derecha llegaban a las instituciones y, en algunos casos, alcanzaban carteras ministeriales. Todo ello mediante un discurso ultra nacionalista que, con matices, señala a los migrantes que piden asilo a Europa.
La escalada del fascismo europeo no es una realidad política espontánea. Salvini y sus homólogos ideológicos son fruto de un periodo de odio paulatino y progresivo hacia el extranjero. Dicho de otro modo, son el resultado de años de racismo encubierto. En ese sentido, las barreras temporales de la historia del tiempo presente nos hacen retrotraernos hasta Sarkozy, el presidente galo que desalojó el campamento de Calais y llevó a cabo deportaciones raciales a parte de la comunidad gitana que residía en Francia.
«Que Luxemburgo acoja a los gitanos si tanto molestan las expulsiones», espetaba el político parisino. Una postura que se asemeja bastante a la idiosincrasia discursiva con la que Salvini acostumbra copar portadas y titulares de los medios internacionales.
En el trasfondo de las palabras de Sarkozy había una ideología muy antigua. Un pensamiento político que convirtió a la Europa del siglo XX en un continente negro, tal y como la definió el historiador Mark Mazower. Ese pensamiento fascista -manchado en algunos casos de liberalismo económico- revivió tras el estallido de la crisis y fue anclándose en las sociedades europeas con un discurso que ha conseguido conquistar las urnas, como ya se ha visto en Italia o Hungría.
De esta manera, entre la cronología que distancia a Sarkozy y Salvini se han ido desencadenando comentarios incendiarios y presiones políticas en diferentes países del viejo continente. Si bien es cierto que el Frente Nacional ya tenía una presencia destacada en Francia desde 1997, la crisis económica y el empobrecimiento de las clases populares provocó que el partido neofascista escalase posiciones de poder hasta recibir el 21% de los votos en las últimas elecciones presidenciales francesas de 2017.
Mientras en 2010 Sarkozy señalaba a gitanos y desmantelaba campos de refugiados, en Grecia, la cuna de Europa, renacía el partido filonazi Amanecer Dorado, liderado por el polémico Nikolaos Michaloliakos. La muestra de odio y violencia de esta formación hizo estremecer a Europa y al país heleno que, azotado por los recortes y la precariedad, logró frenar al fascismo en las urnas. No obstante, Amanecer Dorado ha dejado en la hemeroteca multitud de actuaciones de violencia contra la población migrante, cómo crear un banco de sangre sólo para griegos.
Con Amanecer Dorado, un partido que no tiene reparos en ensalzar la figura de Hitler y portar simbología nazi, la ultraderecha se afianzó en Europa. Las políticas xenófobas de Sarkozy, tiznadas de brochazos liberales, se presentaban demasiado livianas para los radicales y, por ello, los partidos conservadores europeos empezaron a perder seguidores en pro de nuevas filiaciones radicalizadas como el FPÖ’s de Austria, la AfD de Alemania, los Finns de Finlandia o los Sweden Democrats de Suecia, entre otros.
De esta forma, el fascismo cambio de fase y las promesas y declaraciones incendiarias empezaron a llegar a los centros políticos -locales o nacionales- de la mayoría de los países europeos.
La ultraderecha de FPO’s se impone en Austria
Demagogia. Quizá esa sea la palabra que explique como los partidos fascistas europeos han sacado réditos electorales al asociar una crisis económica mundial con las oleadas migratorias que llegan al viejo continente. Sea como fuere, en Austria el discurso xenófobo que durante años clamó contra los refugiados consiguió llegar al Parlamento en 2017.
No sólo eso, sino que los fascistas del FPO’s se hicieron necesarios para que el conservador Sebastian Kurz -una especie de Pablo Casado austriaco- pudiera formar Gobierno. De esta forma, Heinz-Christian Strache, el líder de la ultraderecha, se convirtió en el vicecanciller y ministro de Funcionarios y de Deportes y negoció que otros compañeros de partido adquirieran carteras ministeriales importantes para el control de la migración como Defensa, Exteriores e Interior.
En menos de un año, el Gobierno ultraderechista de Austria ha anunciado medidas xenófobas como el cierre de mezquitas y el bloqueo de migrantes en sus fronteras. Además, se ha convertido en el principal socio internacional de Italia consolidar un eje político que restrinja las migraciones a Europa.
La AfD, tercera fuerza política del Bundestag
La sensibilidad histórica y la concienciación antifascista de un país como Alemania no pudo impedir que el partido islamófobo Alternative für Deutschland (AfD) pasease su discurso del odio por todo el país. Tanto, que en las pasadas elecciones generales se convirtió en la tercera fuerza más votada, además de conseguir representación en dieciséis parlamentos regionales en las elecciones de 2016.
La efervescencia del discurso xenófobo de la derecha alemana responde a una dinámica política bastante común en Europa durante los últimos años. Se trata de un falso lavado de cara de la ideología más extrema, similar al empleado por Trump durante su campaña electoral del Make America Great Again. La xenofobia y los discursos migratorios estarían, con esta fórmula, justificados por la realidad de lo políticamente incorrecto.
Pero, la suerte de apogeo de la AfD se ha visto acorralada -prácticamente desde su aparición- por los movimientos antifascistas alemanes y por la totalidad de los partidos que componen el Bundestag. De hecho, tras el triunfo electoral, miles de manifestantes salieron a las calles de Berlín al grito de «nazis fuera» y «refugiados bienvenidos».
Sin embargo, el odio al migrante no se presenta únicamente en el partido neonazi Alternativa por Alemania. Tanto es así, que los conservadores de Angela Merkel se encuentran en la actualidad divididos por el plan de uno de sus ministros, que pretende expulsar en la frontera a los solicitantes de asilo ya registrados en otro país de la Unión Europea.
El triunfo de Orbán, una victoria para la ultraderecha
«No aceptaremos a ningún inmigrante», anunciaban desde el Gobierno xenófobo del húngaro Viktor Orbán.
El modelo política de Orbán es la referencia política de la derecha radical europea. Su trayectoria, con tres mandatos a sus espaldas, ha hecho de él un espejo donde mirarse para los Salvini, Le Penn o Strache de turno. Las características de su partido, el Fidisz, no distan mucho de las premisas abanderadas por la ultraderecha europea, sin embargo, él ha sido uno de los primeros en señalar al migrante con el dedo y reclamar barreras contra los extranjeros que piden asilo en Europa.
Su última campaña, con la que consiguió revalidar su poder- es una realidad representativa de las conductas ideológicas que mueven a esta nueva derecha europea que tanto parece mirar al pasado. La hoja de ruta, una apropiación del discurso ultra de Jobbik, el que se suponía que era el partido más radical del país.
Al discurso xenófobo, Orbán añadió un nuevo factor común en las estrategias políticas de Salvini y la Liga Norte Italiana: la criminalización de la oposición a través de un discurso que roza el autoritarismo. Tanto es así que sus principales motivaciones discursivas no hacían otra cosa que vincular a los candidatos de la oposición la figura del magnate estadounidense George Soros.
Ese viraje autocrático de Orban comparte similitudes con las actuaciones del Gobierno polaco, dirigido en la sombra por Jarosław Kaczyński. En cierta medida, el efecto del Brexit y la debilidad de la UE han permitido que sendos ejecutivos se hayan difuminado las barreras de la separación de poderes al hacerse con el control de las instituciones estatales y los medios de comunicación.
Holanda y los países nórdicos no se escapan del fascismo
Si bien es cierto que el fascismo, como decía Orwell, es complejo de definir por su ambigüedad ideológica, es innegable que existen múltiples rasgos comunes entre los exponenciales partidos de ultraderecha de Europa. Unos partidos que también han aparecido con fuerza en algunos de los estados europeos con mejores condiciones económicas como Holanda, Finlandia, Suecia o Dinamarca.
En el caso de Holanda el Partij voor de Vrijheid (PVV) de Wilders, logró convertirse en la segunda fuerza parlamentaria de los Países Bajos, rozando la victoria en los comicios de 2017. El propio político fue protagonista de portadas internacionales después de haberse declarado el inventor del Trumpismo. Algo similar ocurrió en Dinamarca, donde el Dansk Folkeparti obtuvo el respaldo del 21% de los ciudadanos.
En el caso de finlandia, los Finns (Verdaderos Finlandeses) experimentaron un crecimiento importante después del estallido de la crisis. Tanto que, mientras en 2007 sólo tenían 5 representantes parlamentarios, en las últimas elecciones de 2015 consiguieron 38 escaños gracias al respaldo del 17,65% de los votantes. Por último el SD sueco, que se convirtió en la tercera fuerza con 49 escaños y que trata de revalidar sus datos de cara a las futuras elecciones de septiembre.
La Italia de Salvini
El ministro de Interior de Italia, Matteo Salvini, es en la actualidad quién atrae los focos de la prensa internacional y, sobre todo, de los medios españoles. En constante enfrentamiento con las ONG’s que trabajan en el mediterráneo, el político milanés ha enarbolado el discurso supremacista y se ha presentado como el salvador de la «identidad del pueblo europeo».
Entre sus polémicas medidas, decidió cerrar los puertos de Italia a los barcos que patrullan las costas de Libia para rescatar a personas que huyen del horror y la muerte. Fue la pasividad y el desprecio a los derechos humanos de Salvini lo que provocó que Pedro Sánchez diera prioridad a los políticas migratorias y accediese a acoger a las 630 personas que viajaban a bordo del Aquarius.
A las polémicas encarnadas por el discurso supremacista de Salvini, hay que añadir otras, en este caso, protagonizadas por algunos de sus compañeros de partido y Gobierno como el ministro de Familia, Lorenzo Fontana. Este no dudo en reclamar que se aboliese la histórica Ley Mancino, una norma que sanciona y condena cualquier tipo de apología fascista. También arremetió contra la comunidad homosexual italiana, impregnado por un discurso conservador, al decir que «las familias gais no existen»
Casado y Rivera compran el discurso de Salvini
Si las premisas xenófobas han calado en Europa, España no iba a ser menos. Aunque no existen partidos consolidados dentro de la ultra derecha -más allá de VOX-, tanto el nuevo PP de Pablo Casado, como Ciudadanos han mostrado ciertos coqueteos con las ideologías extremistas europeas.
Si Casado fue noticia por resucitar el aznarismo tras imponerse a Sáenz de Santamaría en las primarias populares, lo que vino después no fue menos. El presidente del PP, empeñado en resucitar el fantasma de ETA en sus intervenciones como líder de la oposición, publicó un tuit polémico xenófobo en el que aseguraba que «no es sostenible un estado de bienestar que pueda absorber a los millones de africanos que quieren venir a Europa». Como en otros casos, Casado defendió sus palabras «aunque sean políticamente incorrectas».
Lo contradictorio y lo que de hace que en esta materia también seamos spanish diferent es que tres días después de sus palabras, en un acto de demagogia, se plantó en el puerto de Algeciras para fotografiarse con un grupo de migrantes subsaharianos recién rescatados.
Pero desde Cs, el otro partido de la derecha española, también ha habido guiños al discurso antimigrantes. Albert Rivera, de una forma más discreta que Casado, acusó a Sánchez de haber creado un «efecto llamada» y le pidió que se implicara en buscar «soluciones» para el «problema de la migración irregular».
Además, la formación naranja ha impulsado en los últimos días una campaña en las redes sociales con el hashtag #CallesOkupas, en contra de los manteros y vendedores ambulantes, a quiénes califica como «las mafias que ocupan las calles ilegalmente».
En cualquier caso, que ambos partidos estrechen lazos con un discurso xenófobo, no los acerca al neofascismo europeo, en tanto que sus premisas ideológicas se alejan por completo del euroescepticismo y el proteccionismo económico que defienden líderes como Orbán o Jarosław Kaczyński.