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Sagrada Familia

Hoy es la fiesta católica de la Sagrada Familia, es decir, Jesús, María y José: la familia que debe servir de modelo a los devotos. Como obispos, sacerdotes y vendedores de similar especie se la pasan hablando de “defender la familia” (ante los ataques de todo tipo de villanos, desde lesbianas abortistas hasta malos ejemplos de la televisión), pensé que sería un buen ejercicio de crítica considerar qué clase de familia es ésta, la más sagrada de todas.

Comencemos por Jesús. De más está decir que la llamada a imitarlo pide lo imposible. Como Jesús es Dios, ningún ser humano puede llegar a su nivel. Todos nacemos pecadores, sucios de la mancha original incluso antes de haber emergido del útero materno. Pero podemos seguir a Jesús como modelo si consideramos su actitud hacia sus padres. El pequeño Jesús no tenía mucho que decirle a su padre (o más bien padrastro); en las Escrituras no hay indicios de una relación filial. Con su madre, Jesús nunca fue amable: cuando se dignaba hablarle, era para darle instrucciones (era una mujer, a fin de cuentas) o para aclararle que sus relaciones familiares eran menos importantes que su misión. (Su advertencia de que no había venido a traer paz sino a poner a los hijos contra los padres tampoco es, a mi entender, un buen indicio de lo que pensaba Jesús sobre la familia.)

Continuando por María, he aquí el espejo en el que todas las mujeres deben mirarse: una mujer joven, entregada sin su consentimiento (como era costumbre entre los pueblos atrasados de ayer y hoy) a un hombre mucho mayor que ella, virgen, que se encuentra embarazada de pronto y ante el anuncio de que se trata del hijo de Dios y que deberá tenerlo a pesar de que le causará un gran dolor, se proclama felizmente esclava y súbdita del tirano celestial, y mágicamente conserva su sacrosanto himen intacto luego de que Jesús nace y hasta su muerte. (Si bien la Biblia habla repetidas veces de los hermanos de Jesús, la Iglesia Católica descuenta esas obvias menciones como casos en que la palabra hermano no quiere decir hermano.)

Y finalmente José, el padrastro, que no sólo debe afrontar el hecho de que su joven novia virgen está embarazada sino que su hijo es Dios. Tan eclipsado queda que las Escrituras ni lo mencionan luego de los episodios de la juventud de Jesús, y la tradición quiere que haya muerto en algún momento sin haber podido ni deseado tocar a su esposa. José es alabado como santo en la Iglesia porque aceptó a un hijo ilegítimo y porque se mantuvo, según la tradición, totalmente casto.

Una familia donde el hijo único vive para una causa superior (el sacerdocio y el martirio parecen una buena aproximación) y donde el padre y la madre jamás tienen sexo: ése es el edificante ejemplo que nos ofrece la Iglesia. Claro está que lo del sexo es negociable, siempre y cuando se practique sin la menor intención de gozar; alguien tiene que gestar y parir a las futuras ovejas y a los futuros pastores…

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