Si tuviera a quien consultar, Dios le explicaría el grave problema que le acosa. Resulta que ha tenido una aparición. Dos cardenales españoles, el de Madrid, Antonio María Rouco Varela, y el de Toledo, Antonio Cañizares, se le han aparecido. En un millón de años, no había ocurrido una cosa igual. Es preocupante el motivo, pero lo que le sumerge en un lío descomunal es que se han invertido los papeles: Dios ha sido degradado, como si fuera un sargento chusquero de otros tiempos lejanos.
Le han hecho sabedor de un hecho, del que en otra época ya se habría enterado, pues por algo era la sabiduría suprema. Le han anunciado que en España los partidarios del laicismo y de la disgregación familiar "quieren declarar la guerra a Dios". Habrá sido muy duro tener que aguantar la arrogancia de los dos purpurados. En España hubo unas legiones de la derecha que siempre tuvieron a Dios como la máxima autoridad, pero las divisiones internas en el PP las hicieron ineficaces. Que si Mariano Rajoy, que si Esperanza Aguirre… No sirven para enfrentarlas a Zapatero. Ante los cardenales, alguien un día pronunció una frase y se encendió una luz: "Este caos es tan disparatado, que no lo arregla ni Dios".
Dios, ahora, anda desconcertado. ¿Tiene fecha de caducidad el poder de los mitrados? Planteada la duda de manera más clara: ¿recuperará Dios sus poderes? Con más claridad: ¿se puede poner orden en el gallinero revuelto del PP? Aceptemos como hipótesis la recuperación divina de la autoridad, con la retirada de los cardenales incluida: el caos podría exigir unas medidas de tal dureza, que fueran repudiadas por la conciencia divina, hasta el extremo de que Dios considerara seriamente la posibilidad de dimitir.
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