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Rouco I, el «Anti-Relativista»

A mitad de la cena, anoche, en el Telediario de mi televisor, sin invitación alguna hizo su abrupta aparición un tal Rouco Varela –a mí ya me sonaba ese nombre, por no hablar de esa cara, se lo confieso-, muy doliente él ante la carestía de la cesta de la compra moral en estos tiempos de internet y redes sociales que hacen desvariar al rebaño social en su conjunto, encauzándolo por la peligrosa senda del relativismo. El tipo soltaba su andanada con voz enérgica, concentrado en sus papeles, sin mirar al auditorio, como si estuviera solo en el mundo o como si no tuviera que rendir cuentas de lo que decía. Parecía una queja, pero era una amenaza (ya les dije que me sonaba esa cara).
           
Supongo que, dada la actividad y dada la hora, las cosas estrambóticas que se me ocurrieron tendrían que ver con ambas. Porque lo primero que me cruzó la mente fue la repentina llegada a nuestro planeta de una expedición de marcianos de otras galaxias que, intentado determinar si hay vida inteligente en la Tierra, hubiera confluido de manera totalmente azarosa en alguna de las fronteras que debe haber en la atmósfera. ¿Se imaginan cómo habrían reaccionado de escuchar al terrícola Rouco defender su celo absolutista en pleno trámite de presentación de los pasaportes en la aduana espacial? Yo intuyo que, con que sus mentes dieran acogida tan solo a lo menos que se despacha en sentido común, huirían despavoridos, atropellándose por ser el primero en irse, y que en el tumulto se confundirían seguro de nave y quién sabe, dependiendo de lo que les durara el susto, si también de galaxia. Attonitus novitate malis habría podido decir cada uno de ellos sintiéndose un nuevo Ovidio; y, en efecto, espantado por la novedad del mal, habría pospuesto para mejor ocasión la confirmación del experimento.
           
Asimismo pensé en el festín que debieron darse brujas, gusanos, serpientes, sapos, ratas, etc., todos al alimón, tras el aquelarre en el que se toparon con la pócima anti-modernidad, antes incluso de patentarla. Seguro que allí mismo ya sacaron el primer rouquito, al que seguirían miles más –no en vano la fe feligresa es inmune a la razón-, evolucionando por grados en rouquines, roucones, roucazos, etc., hasta que, ¡albricias!, perfeccionada la fórmula, cuajó el primer gran rouco-varela patrio, la variante hispana de esa idea encarnada en el pintoresco personaje de Molière dispuesto a batirse aquí y ahora contra cuanto de moderno le saliera al paso… (No crean, se me ocurrieron más cosas, sobre todo al comprobar que en el mismo Telediario había un informe sobre las llamadas “enfermedades raras”: ¡qué ocasión perdida para fundir las dos noticias en una y renovar el concepto que se tiene de dicha enfermedad! Pero, en fin, se las ahorro).
           
¿Pero quién es, qué dice o hace el marciano Rouco, terror de los espacios, y de todo lo que se mueva en general? Se trata, se sabe, de una joven promesa de la iglesia carpetovetónica, cuya pasión es la de las cabras, o sea, el monte, que a los 75 años deberá renunciar al arzobispado de Madrid ante el papa, pero que como apenas cuenta con 74 aspira, lógico, a renovar una vez más su cargo de pontífice –o algo parecido, creo- de la Conferencia Episcopal Española, un vestigio del cuaternario en un país en el que abundan por doquier. Rouco se mueve así en la tradición de sus mayores, y hace bien: ¿se ha oído alguna vez que dimita un papa: por qué entonces debería dimitir un Rouco (que, además, le va al último como anillo al dedo)? Y si bien se mira, hasta tiene más méritos que su Jefe, pues a éste se le elige sólo una vez mientras a los roucos se les va renovando elección tras elección. El voto, por si eso sabe a poco, es secreto, y no digamos las maniobras que le preceden.
           
¿Cuál es en esta ocasión el objeto de su ira? Internet y las redes sociales. Cierto, ese solo hecho ya ha aumentado mis simpatías por ambas, pero quién es uno para ufanarse así. Atendamos mejor a sus argumentos (sic). Rouco no niega el gran poder de internet a la hora de informar y comunicar, pero, pese a todo, es malo porque junto a eso se erige en “poderosísimo instrumento… también de propagación de fórmulas de todo tipo, sin excluir las menos acordes con la dignidad humana” –y ello, pese a que es de sobra y desde siempre conocido (el obispo Bossuet añadiría aquí que hasta los griegos o los chinos lo sabían, mas sin saber que lo sabían) que la de la iglesia católica es la única verdadera, y al menos en apariencia bastante fácil de realizar: ¡obedece al papa y punto!
 
No obstante, sospecho que, con todo su poder y eso, algo de bueno debe tener internet: ¿no habrá un criterio infalible que mida la bondad de la red? Más de uno, seguro; un ejemplo: usted, lector, entre si así le plugue ahora mismito en la web del Vaticano y, si después de dar una vuelta por ella aún desea continuar, vaya a la página del Óbolo de San Pedro (sic) caso de que al deseo anterior le sume el de contribuir a llenar sus arcas un poco más. Al respecto, contará con todo tipo de facilidades: ¿le provoca, como dicen en Perú, hacer una transferencia? Ahí tiene ya dispuesta la cuenta a la que enviar su dinero. ¿Que prefiere pagar con tarjeta? Ningún problema si es titular de una American Express, Visa, Diners o Master Card: un click, y el “donativo on line” ya se hizo. Por cierto, cuando pruebe, no olvide avisarme si en algún momento le preguntaron si está bautizado, si cumple con los mandamientos, etc., o incluso si es uno de esos jóvenes internautas que tienen el “vacío” por existencia, o si su culito sirvió en otros tiempos de pasatiempo a algún rouquito menor (y ya que está, no deje también de pasarme las informaciones que le dispensen acerca de adónde, de verdad, se fue el dinero que usted dio). Verá cómo entonces usted es bueno por el solo hecho de dar dinero a la iglesia. Usted y, naturalmente, internet, que aquí ya no sólo es bueno sino, también, una monería: ¡qué matrimonio tan bien avenido formarán juntos!, ¿o no es así, señor Rouco Varela?
 
Y de las redes sociales, ni hablemos. En ellas los “jóvenes” practican el “todo vale”, se llenan de vacío y caen en la garra feroz y “desorientadora del relativismo”. ¿Lo ven cómo sin religión –católica, se entiende- no somos nada, cómo hay que catolizar la escuela pública y privada, cómo la asignatura de religión debe ser el centro de la enseñanza? ¡Lo bien que estarían esos jóvenes, de niños, en sus madrassas católicas, repitiendo hasta la saciedad -es decir, hasta que la memoria se automatice y dé sepultura a la razón- el corán bíblico! Ya no sería necesario entonces mandar las huestes católicas a evangelizar nuevamente una sociedad apóstata, como dijera en otra ocasión; ni salir a la calle en manifestación contra el matrimonio gay o las parejas de hecho. Y acabaría derogándose el aborto y el divorcio, etc…
 
Resumiendo. A mí, señor Rouco, me parece que Vd. tiene un problema, y que ese problema se llama, resumiendo también, democracia. En democracia, la sociedad en su conjunto y los individuos en particular son dueños de sus respectivos destinos, o al menos les dura la fe en la ficción de que lo son; ni la sociedad ni los jóvenes son niños, ovejas descarriadas que requieran del pastor, por muchas que sean las que sufran vértigo ante la perspectiva de abandonar el redil. En el mercado de valores, opiniones, gustos, se apiñan las ofertas, y la conciencia y el juicio comparan antes de hacer libremente la compra; y cuando en ese caso se elige la apostasía o el vacío, pese a la posición preferente que aún sigue ocupando la oferta religiosa, lo menos que pueden hacer su jefe y usted es ir a confesarse, ya que comprender y/o dimitir no entra en sus cálculos; en cualquier caso, por erróneas que a su entender fueren tales opciones, mientras no perjudiquen a nadie son al menos tan válidas como la suya, y por el momento aún no han conseguido hacerse con un pedigrí tan sangriento como el de la que Vd. defiende.
 
El problema, en suma, de este Atila de la razón y de la ética es la democracia; y si el Estado fuera laico sólo en una mínima parte de lo que la horda ultramontana católica le acusa; si los gobernantes no fueran tan cobardes como sus píos detractores y hubieran denunciado el Concordato con esa supuesta cosa híbrida que es el Vaticano; si cortaran toda financiación pública a la iglesia dejando que a la caverna la alimentaran únicamente sus fieles; si en lugar de rendir pleitesía a su amo respetaran las normas de su legítimo soberano, posiblemente ahorraríamos en pompa y destemplanza, y hasta  oyéramos súplicas en lugar de amenazas y viéramos mendigos en lugar de verdugos sin máscara.
 
Con todo, anima pensar que en esta sufrida democracia que gozamos la libertad siga manteniendo su idilio inmanente con el “relativismo”, el cual, venenos aparte, no es sino la convicción de que hay vida más allá de todos los rouco.varela-s/amén, por no decir que sólo hay vida más allá de ellos.

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