Entrevista a HANS K?NG Teólogo y autor de «Verdad controvertida», segundo tomo de memorias
Hans Küng, uno de los grandes pensadores contemporáneos, llega a Madrid para presentar la segunda parte de sus memorias con el título Verdad controvertida, editadas por Trotta. Es, sobre todo, el relato de sus disputas con la jerarquía católica, en especial con el actual pontífice romano, Joseph Ratzinger. Los dos trabajaron para el Concilio Vaticano II (1962-1965), invitados por Juan XXIII como peritos, y coincidieron más tarde, muy amistosamente, en la Facultad de Teología de Tubinga (Alemania). El suyo ha sido un pulso de altísimos vuelos teológicos, que les catapultó a la fama internacional, Ratzinger como gran inquisidor, y Küng erigido en referencia universal de la ciencia teológica, con tiradas millonarias de sus libros.
Hans Küng (Sursee, Suiza, 1928) contesta a EL PAÍS después de asistir a "un hermoso banquete del presidente federal alemán, Horst Köhler, en honor del 90º cumpleaños del antiguo canciller Helmut Schmidt". Famoso y respetado, las autoridades alemanas le miman con frecuencia, y el teólogo suizo lo toma casi como una revancha del destino.
Pregunta. Hay personas que dicen haber sentido "molestias físicas" leyendo el relato de sus tribulaciones ante Roma. ¿Cómo es posible que una institución que invoca continuamente el amor trate así, todavía, a muchos de sus mejores teólogos?
Respuesta. También a mí me ha resultado difícil escribir escena tras escena. Pero, aunque doloroso, era necesario que, en aras de la verdad, quedara constancia de todo esto, tal como transcurrió desde la perspectiva del afectado. Espero que el lector no perciba deseo de ajustar cuentas y desprecio, sino decepción y tristeza. Aun poniendo nombre a las responsabilidades, he querido evitar ataques personales y vengativos ajustes de cuentas.
P. En España se dice que quien ríe el último, ríe dos veces.
R. También en Alemania. Al Viernes Santo le sigue la Pascua. No es el banal "quien ríe el último ríe mejor", para que quede patente quién ha ganado. No. Me refiero a la redimida risa de Pascua que me fue regalada, una risa que se funda en una fe alegre y que lleva cogida de la mano la esperanza.
P. Las disputas eclesiales parecen una lucha de poder.
R. No pasa nada porque haya disputas; es más, en ocasiones conviene que las haya. Disputas por la verdad, claro. Todo depende de con qué medios se dirime, y si la disputa por la verdad se libra con veracidad y juego limpio. En especial en la Iglesia, la disputa por la verdad no debería degenerar nunca en una lucha por el poder, sostenida con medios violentos, ya mundanos, ya espirituales. Pero de una u otra forma, Roma siempre quiere llevar razón. Para ella, un solo disidente sin sanción que muestre que también se puede pensar de otro modo pone en peligro todo el sistema.
P. Usted, hombre famoso y escuchado allá donde va, tiene también poder.
R. Está fuera de toda duda que también el científico tiene poder. Lo formuló ya en el siglo XVIII el filósofo inglés Francis Bacon. No se trataba de abolir sin más el poder [del Papa]. Nunca he reclamado tal cosa. Sería ilusorio en la Iglesia. Pero hay que relativizar el poder desde la conciencia cristiana y para utilizar ese poder no para dominar, sino para servir.
P. El primer tomo de sus memorias lo tituló Libertad conquistada. Éste de ahora, Verdad controvertida. Falta por hacer memoria del último tercio de su vida (a partir de 1980, es decir, cuando cumple 52 años). ¿Ya tiene título para ese periodo?
R. Tengo varios títulos in petto. Pero aún no los he madurado lo suficiente como para darlos a conocer. Además, no sé si no tendré que escribir esta última parte de mi autobiografía en el cielo.
P. A la muerte de Juan Pablo II usted esperaba la elección de un Papa que retomase el espíritu de Juan XXIII y del Vaticano II. Salió Ratzinger. ¿Dejará huella?
R. Joseph Ratzinger no era mi candidato ideal, como él sabe. Pero nuestra amistosa conversación de cuatro horas en Castel Gandolfo [la residencia veraniega del Papa] en 2005 despertó en mí la esperanza de que no mantendría el rumbo del inquisidor retrógrado, sino que desarrollaría, en la línea del Concilio Vaticano II, al menos algunas reformas. Sin embargo, hasta la fecha su pontificado ha decepcionado cada vez más a muchos católicos. Mucho me temo que, como en el caso de Pablo VI y su encíclica Humanae vitae, de Benedicto XVI, se recuerden sobre todo sus graves errores.
P. ¿Hay ahora menos presión sobre los teólogos libres que cuando Ratzinger presidía la Congregación para la Doctrina de la Fe?
R. Hasta el momento sólo ha buscado la reconciliación con grupos disidentes cismáticos, anticonciliares, antiecuménicos y antimodernos de la extrema derecha. Con las sanciones a teólogos como Jon Sobrino y Roger Haight ha proseguido la vieja praxis del ex Santo Oficio. Si de verdad le importa tanto la reconciliación, podría reconciliarse, por ejemplo, con la teología de la liberación latinoamericana.
P. El perdón papal ha llegado para los lefebvrianos, tenidos por la extrema derecha eclesial.
R. Ya en 1977 el arzobispo cismático Lefebvre dijo en una entrevista que "el nuevo cardenal Ratzinger se propuso intervenir ante el Papa para hacer posible una solución". Posteriormente, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, mantuvo un contacto ininterrumpido con los lefebvrianos. Sin duda, desde el punto de vista de su mentalidad se siente cercano a muchas de sus inquietudes, más cercano a ellos, en cualquier aspecto, que a nosotros, los teólogos reformistas. Y consideró que ahora había llegado el momento adecuado para levantar la excomunión. Ahora afirma que el caso Williamson ha eclipsado este gesto positivo de reconciliación. Naturalmente, no ignoraba que todo el grupo tenía una orientación antijudía y antimoderna. Creía que podría hacer la vista gorda sobre todo esto. La indignación mundial le ha tomado totalmente por sorpresa. Ahora se toma el asunto de forma muy personal, cuando tendría que responsabilizarse de haber tomado una decisión equivocada. No sólo tendría que admitir sus errores, sino mantener esa excomunión.