Después, fue extendida por la Iglesia en una especie de cruzada moral que retiraba a los recién nacidos de «pecaminosas madres solteras»
Durante años han circulado los rumores sin cesar: multitud de bebés habían sido robados a sus madres, primero por motivaciones políticas y luego por ánimo lucrativo, y todo ello, en origen, con la connivencia de la Iglesia católica. Ahora, con denuncias y exhumaciones que se multiplican, y una opinión pública cada día más estremecida, el tema ha entrado en ebullición tras años de ira y angustia que las víctimas han tenido que llevar en soledad e indefensión. Nuevos casos están saliendo a la luz pública, de fechas tan recientes como 1977 y 1993, donde las tramas seguían funcionando. La asociación SOS Bebés Robados ha confirmado que el Obispado está colaborando y aporta partidas de bautismo, y no puede decirse que, al menos en esos casos, sea un asunto de curas y monjas. Las complicidades apuntan a tramas con complicidad de médicos y personal con responsabilidad en clínicas.
Pero conviene abordar el tema desde sus orígenes, con panorámica global, confrontando el negro pasado. Esta práctica empezó bajo el régimen de Franco como una forma de ingeniería social, con bebés quitados a conocidas seguidoras republicanas y resistentes antifranquistas para donarlos a fascistas con carnet. Después, fue extendida por la Iglesia en una especie de cruzada moral que retiraba a los recién nacidos de «pecaminosas madres solteras» y los colocaba en manos de aquellos «más dignos de la mirada de Dios». Finalmente, se convirtió en una máquina de hacer dinero, con redes y cobertura al más alto nivel. Resulta poco concebible que una operación tan masiva haya podido continuar durante tanto tiempo sin la bendición de una Iglesia católica que en el franquismo asumió un rol importante en la gestión de los servicios sociales, incluyendo hospitales, escuelas y orfanatos.
Cuando se conocieron los abusos sexuales de miles de niños irlandeses a manos de los curas, el escándalo fue global. El robo y la venta de bebés debe serlo también. Además de una advertencia para todos de cómo el horror más impensable puede hacerse rápidamente realidad.