Por puro antifascismo, que no se nos olvide que esta lucha también es nuestra.
El lluvioso 23 de octubre de 2022 sucedió algo importante. No fue ni mucho menos la única vez, pero sí la última a nivel estatal. Un reguero de mujeres invisibilizadas (que no invisibles), mayoritariamente de 50 a 80 años, tomaron la calle, osando ocupar un espacio público, una palabra y una rabia históricamente vetadas a ese segmento de la población denominado ‘señoras’. Sentadas por los achaques o erguidas como estacas, todas, empuñaron su digna pancarta reclamando algo muy concreto, lógico, obvio: saber dónde están sus hijas, sus sobrinas, sus hermanos, sus madres. Ni la biología ni los años perdonan, y esa búsqueda que se torna envenenada herencia se traspasa de madres a hijos, de hermanas a sobrinas, trauma heredado que bien conocemos que nos corroe de pena y rabia desde el 36; ese patrimonio bien español que nos dejó una, grande y libre, el del “dónde demonios están los nuestros”, mientras la impunidad, en su flamante ‘democracia’, sigue campando a sus anchas.