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Revolución iraní y religión como garrote · por Marcelo Cantelmi

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Un observador atento notará que el extremismo religioso es siempre un indicador nítido de contradicciones sociales, cuanto más de uno más del otro. Irán y la revolución islámica de 1979 no escapa de esa ecuación. La religión en el país persa, además del hecho cultural, es un látigo de disciplinamiento.

Su característica principal, al revés de lo que se cree, no es puramente machismo y desprecio a la mujer. En ciertas fronteras del mundo musulmán ahora como en el cristiano antes, esa represión se lanza sobre la mujer porque de ese modo se controla a la familia, al barrio, a la comarca, la provincia y el país. Es pura política y no de la buena.

Este proceso de sojuzgamiento lo tiene tan claro el pueblo iraní que retirar el pañuelo de la cabeza, el chador, o acomodarlo de una manera desafiante, es la bandera del reclamo libertario. De mujeres y los hombres que las acompañan.

Lo que el régimen hace con el garrote es proteger el modelo autoritario creado por el Ayatollah Jomeini en 1979, consistente en un control del país desde el gran bazar, (palabra persa que significa mercado) donde se concentra la riqueza y el verdadero poder.

Irán es una democracia sumamente imperfecta, donde la gente vota sus legisladores y presidentes, pero todos lo hacen bajo el control de un líder supremo vitalicio, designado por ese bazar, y que filtra leyes, censura políticos, textos y creencias y obliga a un sometimiento general con el escudo religioso. Eso es la imposición del chador.

Religión y garrote

Irán tiene características propias sobre el uso de la religión como un garrote. Son shiítas, una versión vertical y relevante del espacio musulmán. Nació tras la división del islam luego de la muerte del profeta en el 632 y el asesinato de los tres califas que lo siguieron, los salafistas o bien guiados, incluyendo el cuarto Ali, primo y yerno de Mahoma, venerado por los shiítas. Esa palabra significa algo así como alabanza a Ali, justamente.

Son duodecimanos. Veneran a 12 imanes que guiaron a los creyentes desde la muerte de Mahoma. Pero hay un detalle, el duodecimano esta vivo y oculto desde el año 873 de nuestra era. Bajará de los cielos de la mano de Jesucristo el día del juicio final. Es el Mahdi oculto, que es con quien los políticos del vértice del poder iraní afirman que tramitan la política y las leyes. ¿Quién podría discutir una decisión que ha sido negociada con un inmortal que vive en las nubes desde hace más de mil años?

Las creencias están vinculadas con la fe y no con la razón, por lo tanto merecen respeto. Pero el problema surge cuando se las usas como instrumentos de abusos y control. Arabia Saudita, por ejemplo, una de las potencias del sunnismo, la otra rama pero mayoritaria del islam, prohíbe la discusión política e incluso la actividad sindical porque violenta a Ala.

Cualquier desafío a la corona saudita -la palabra democracia es subversiva-, se paga con cárcel o la muerte. Las mujeres ahí están especialmente sometidas. Lo mismo sucede de modo aún más gravoso en la dictadura talib de Afganistán, religión junto con palo para que no se discuta el sistema de poder y sus propietarios.

Las protestas en Irán tienen una constante desde las épocas del premier nacionalista Mohammad Mosadeqq y el sangriento sha Reza Pahlavi que lo siguió antes de que el ayatollah Jomeini regresara de París para crear su reino fundamentalista, y están ligadas con las contradicciones sociales. La Revolución Islámica las continuó e incluso agravó.

Sus líderes promovieron la multiplicación de la población que se triplicó hasta los casi 88 millones de ahora, pero sin prever herramientas de crecimiento para contener a esa población desbordada. El país se llenó de jóvenes.

Es ahí donde nacen las protestas porque no hay crédito para desarrollarse, hay problemas de empleo, es común el soborno y el Estado tiene limitaciones presupuestarias por una inflación implacable que agigantó la montaña de sanciones impuestas por Occidente.

La protesta, que tiene al chador como bandera, emerge de esa batalla social. La represión, con estos ritos brutales que simboliza la flamante Nobel de la paz Narges Mohammadi en prisión por su lucha y condenada a latigazos, busca del peor modo proteger el sistema de explotación. La gente, cambiarlo con libertad y derechos. La religión es otra cosa.

*Columnista diario Clarín.

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