Yo creo que a muchos de los católicos que murieran en un atentado político en Paquistán o la India no les habría gustado que celebraran sus honras fúnebres en un templo islámico o hindú. Aunque algún representante de su religión aceptara estar presente allí, como mal menor, otros lo rechazarían como una grave falta de respeto a su memoria, a sus creencias, una manipulación por parte de la religión local. ¿Cómo, pues, es posible que en un país que se declara aconfesional, se produzca esa violencia contra muchos –extranjeros o no- de los 191 muertos el 11M? Porque vemos que, y por segunda vez, se les conmemora, con asistencia del Jefe del Estado y el del Gobierno, en el templo de una confesión religiosa que no era la de algunas de esas víctimas, víctimas también ahora de otra intolerancia, que les ataca aún después de muertos. Porque no es sólo posible, sino que se considera normal, ya que en España reina hasta tal punto la intolerancia que miles de sus mismos nativos, y muchos de ellos de la misma religión, no puedan tener, ni transcurridos más de setenta años, no digo ya honras fúnebres, sino ni siquiera una sepultura digna después de una guerra fratricida?
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