Mujeres musulmanas reivindican el derecho a vestir la prenda tradicional como opción personal y signo de identidad. El pañuelo es una toma de posición, una forma de presentarse ante los demás.
"Si la ley me dice que tengo que quitarme el hiyab, pues me lo quito. No tendría ningún problema", asegura Malika Anlad, marroquí residente en Melilla, de 48 años, mientras muestra su DNI y su pasaporte, en cuyas fotos aparece con la cabeza cubierta. Su hija Yonaida, de 28, a pesar de no vestir el hiyab (el pañuelo tradicional con que se cubren la cabeza) rechaza que se prive del derecho de aparecer con él en sus documentos de identidad a quien desee hacerlo "libremente".
Numerosas musulmanas sólo se quitan el pañuelo en casa y ante un reducido grupo de familiares directos. Nunca ante un hombre que no sea su marido. En 1998 la policía recibió una instrucción del Ministerio del Interior para que se admitiese esta prenda en las fotografías del DNI siempre que permitiese la identificación, igual que se le permitía a las monjas católicas llevar cofia. Pero en febrero de 2006 la Comisión islámica de Melilla se puso en contacto con el delegado del Gobierno de la ciudad autónoma, José Fernández Chacón, porque se les estaba exigiendo quitarse su hiyab para la foto del documento de identidad. La confusión había surgido con la aparición de un real decreto en 2005 que señalaba que la foto debía mostrar la cabeza descubierta. Hace dos meses, el Ministerio de Interior ratificó en una instrucción el derecho a fotografiarse con el pañuelo, y así lo han hecho desde el 11 de abril el 15,9% de las musulmanas que han renovado su documento de identidad en Melilla, según los datos oficiales.
El pañuelo forma parte de la identidad de muchas mujeres musulmanas. Lo que desde occidente se ve como una barrera entre dos mundos y una forma de represión o de sumisión de la mujer al hombre, para muchas de ellas supone una reafirmación de su origen, su fe y sus ideas. "El valor del hiyab ha cambiado", explica Salima Hadi, estudiante de Psicología, de 27 años. "Hay mujeres muy intelectuales que desean llevarlo. Y esta tendencia ha crecido desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 y del 11 de marzo de 2004".
Para Salima, que viste pantalón y camisa y se cubre con un hiyab claro, el rechazo hacia lo musulmán "a raíz de las masacres", generó un sentimiento de deseo de mostrarse más abiertamente. "Musulmanas cada vez más jóvenes que nunca lo habíamos llevado empezamos a profundizar en nuestras creencias y decidimos ponernos el pañuelo como reivindicación".
"Te paras a pensarlo. Tu madre lo llevaba y también la madre de tu madre. Sopesas y decides que ha llegado el momento. Pero nadie obliga a nadie". El momento de ponerse el hiyab para Malika Anlad llegó hace 4 años, cuando tenía 44. Para entonces ya estaba casada, tenía tres hijas, dos hijos y una nieta.
Fue una decisión personal como también lo fue la de su hija Yonaida -"significa guerrillera"-, mediadora social en un colegio y presidenta de la asociación Intercultura: "Hay que respetar a cualquiera que decida llevar el hiyab libremente, igual que yo he decidido libremente no llevarlo". Amal, otra de las hijas de Malika, tiene 25 años está casada, tiene una hija, otra en camino y está acabando sus estudios de gestión y administración de empresas. Decidió ponerse el velo hace un año. "Tengo que renovar mi DNI y lo haré con el hiyab".
En Melilla, con 68.000 habitantes, donde casi el 50% de la población es de origen musulmán, "llevar hiyab no supone una barrera en las relaciones sociales, aunque es cierto que en muchos trabajos no se contrata a las mujeres que lo llevan", lamenta Malika. En la Península, las cosas son diferentes. "Llevar velo supone una barrera que no tiene ningún sentido", señala Bashira Escudero (27 años) desde Granada. "He vivido con mujeres que lo llevaban escenas muy desagradables. Sufren rechazo y estigmatización".
En Francia, el Gobierno intentó frenar el crecimiento del uso del pañuelo prohibiendo que las niñas y mujeres musulmanas lo llevasen en los centros escolares. Ndeye Andújar, que reside en París, donde es profesora de enseñanza media, desde hace cuatro años vivió muy de cerca esta polémica ley del velo. "La gran mayoría de las chicas no tenían ningún problema en quitarse el pañuelo en el colegio. Ha sido contraproducente prohibirlo. Ahora como reacción quieren ponérselo. Muchas lo que hacen es que llevan un foulard al cuello y en cuanto salen se lo ponen en la calle, así que lo único que han conseguido es una vuelta al hiyab". Ndeye, no lo lleva pero percibe que ponerse el pañuelo "es mas una actitud política que espiritual. Es una forma de posicionarse y que los demás sepan quien eres".
René Petillon, uno de los referentes del humor gráfico europeo refleja a la perfección estas dos caras de la religión musulmana en su último cómic: L'affaire du voile (El caso del velo). A través de las aventuras de un detective que investiga la desaparición de una joven occidental supuestamente convertida a la religión de Alá, muestra con sarcasmo la intransigencia de los fundamentalistas y también un islam menos radical representado por el imán, un padre de familia moderno y abierto cuya esposa e hija visten a la europea y no llevan hiyab.
El caso de Asma Lamrabet, profesora en Rabat, sorprende porque se puso el pañuelo en contra de la opinión de su esposo, que temía que la gente en su entorno laboral como diplomático pensara que la obligaba. En su opinión, la barrera del pañuelo puede ser doble: "O se crea una visión estereotipada alimentada por la islamofobia y el racismo del país de acogida o es el comportamiento de la mujer el que pone la barrera, un hiyab de sumisión y de complejos identitarios para protegerse del otro". Lamrabet considera que "el problema de la mujer musulmana no está en el pañuelo sino en las lecturas patriarcales que se han hecho de esta religión y que han sometido a la mujer. Las mujeres que están luchando por el hiyab se equivocan, porque deben luchar por todos los demás derechos más importantes que los hombres musulmanes les han usurpado, y no por un pañuelo".