Ha conseguido que en nombre de la tolerancia se dejen de condenar atrocidades que violan los DDHH e, incluso, se pretenda censurar cualquier crítica a la religión mahometana, haciendo una falsa equivalencia entre criticar un conjunto de ideas y discriminar a un grupo de creyentes.
Uno de las primeros artículos que escribí en De Avanzada fue cuando supimos que el entonces recién nombrado Procurador General de Colombia, Alejandro Ordóñez, era un católico fundamentalista y ultrafanático, literalmente más papista que el Papa, al lado de quien el Opus Dei parecen mansas palomitas y personas decentes.
Ante las denuncias de que quemó libros del Renacimiento, la Ilustración y una Biblia evangélica y que, arbitrariamente, cambió el retrato del general Santander en el Consejo de Estado por una imagen del moribundo protagonista del mito judeocristiano, Ordóñez respondió, hace ya más de ocho años, jugando la carta de la víctima: según él, había una persecución en su contra, que respondía a una forma de intolerancia llamada «cristianofobia». Era ridículo entonces y sigue siendo ridículo hoy en día.
Desde entonces, la estrategia de jugar la carta de la víctima fue recogida por el fascismo islámico que, de forma patética, ha conseguido que en nombre de la tolerancia se dejen de condenar atrocidades que violan los DDHH e, incluso, se pretenda censurar cualquier crítica a la religión mahometana, haciendo una falsa equivalencia entre criticar un conjunto de ideas y discriminar a un grupo de creyentes. Y sí, había nacido la «islamofobia«.
El neologismo se usa muy liberalmente para referirse un grupo variopinto de personas que no tienen nada en común. Se acusa de «islamofobia» a musulmanes disidentes, a quienes critican el conjunto de ideas del islam, a quienes critican algunas ideas del islam, a quienes se burlan de partes o de la totalidad del islam, a quienes critican prácticas promovidas en el islam y autorizadas en el Corán, a quienes critican y cuestionan algunas cosas dichas por algunos musulmanes, a quienes discriminan a musulmanes, a quienes promueven la discriminación contra musulmanes y a quienes equiparan a todos los musulmanes con terroristas.
Ha sido un arma para silenciar el laicismo, para relegitimar la homofobia, el antisemitismo, el machismo y para perseguir a la minoría más perseguida del mundo, los ateos exmusulmanes, como las valientes Ayaan Hirsi Ali y Sarah Haider.
Volvemos a Colombia. Desde antes de que lo destituyeran por corrupto, Ordóñez prefirió abandonar la pureza ideológica, y ahora es el mejor amiwis de los pastores cristianos del odio, con quienes anda de pipí-cogido, pues es más pragmático hacer equipo con los pecadores herederos de Lutero y juntos hacerle la vida imposible a los LGBTI y a las mujeres, que conseguir ese mismo objetivo sin untarse de pecador. Así que le ha prestado su libreto fascista a personajes de su misma catadura moral, como Oswaldo Ortiz, que sale a lloriquear «cristianofobia» cada vez que se queda sin argumentos —o sea, todos los días—.
La Asociación de Ateos de Bogotá (AAB) ya dejó en evidencia a Ortiz y su absoluta incapacidad para decir algo coherente:
Eso, por supuesto, no va a detener los lloriqueos de «cristianofobia» porque es un arma política que, a diferencia de su dios, es muy poderosa: basta con acusar de ello a cualquiera que no esté de acuerdo con algo, para etiquetarlo como un intolerante irredento, ¡y listo! No es de extrañar que los católicos ya estén copiando la estrategia y pidan absurdamente «no más cristianofobia«. Ayy, pobrecitos, recemos todos para que algún día puedan tener en Colombia un Presidente abiertamente católico. O 38. Consecutivos. Ohh, wait…
Y la cuestión es muy sencilla: nada de esto tiene sentido. Las personas somos diferentes a las ideas. Las personas tenemos derechos, mientras que las ideas no: ninguna idea está exenta de crítica, burla, ni cuestionamiento; las creencias no merecen respeto, y no hay forma de ofenderlas, porque las creencias no tienen conciencia de sí mismas. Es más: nadie tiene por qué modificar su comportamiento ni mostrar pleitesía o reverencia por lo que otras personas consideran sagrado.
El cristianismo, el islam, y las otras supersticiones de la competencia deben todas ser tratadas igual entre sí, y como se trata a cualquier otra idea: si crees en Jesús, Alá o Los Pitufos, puedes hacerlo, pero no esperes un tratamiento especial por ello, ni ventajas fiscales, ni invitaciones a participar en las posesiones presidenciales. Las religiones son ideas, y no merecen un tratamiento diferente al que se le da a la idea de que un niño hecho de madera puede cobrar vida y su nariz crecerá cuando mienta.
Y nada de esto es intolerancia: las personas deben ser tratadas por igual ante la ley independientemente de cualquiera que sea su creencia o descreencia religiosa. E igualmente, que una religión considere pecadores a algunas poblaciones (LGBTI, ateos, abortistas, apóstatas, blasfemos), no significa que puedan modificar la ley para limitar o coartar sus derechos.
Como dije, esto de la islamofobia y la cristianofobia no tiene ningún sentido, porque una fobia es un miedo irracional, y temer a las religiones puede ser muchas cosas, pero nunca será irracional. Históricamente, y hasta hoy, las religiones han sido fuente de violencia, discriminación, intolerancia, guerras, genocidio, miseria y sufrimiento. Temerle a ideologías genocidas que le rinden culto a la muerte no es irracional, es el más elemental sentido de supervivencia, y empatía.
(Imagen: Fibonacci Blue)