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Religión y Gobierno: ¿caminamos hacia la teocracia?

Los últimos años se ha puesto de moda atacar al Islam. Políticos, intelectuales y comunicadores nos alertan sobre oscuras células, en lugares más tenebrosos aún, que conspiran para destruir nuestro sistema y convertirnos a los valores del “profeta”.

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La amenaza varía según la salud mental de quien la pronuncie. Para algunos, el Islam busca reconquistar España y vestir con velo a todas las mujeres. Esto, por supuesto, incluiría prohibir el alcohol y no digamos los taquitos de jamón serrano.

Otros, más expeditivos, nos recuerdan que su objetivo es destruir el planeta mediante armas nucleares. Antes, eso sí, habrán violado a todas las mujeres rubias con quien se hayan cruzado. No se descarta un gran número de sodomizados.

Particularmente, desconfío mucho del Islam. Pero no por su doctrina en sí (en algunos aspectos no más absurda que otras), sino por el afán de “convertir”. En general, me horrorizan las personas que buscan “convertir” o “salvar” a los demás.

Sin embargo, entiendo que el peligro religioso no viene, a día de hoy, del sector del Islam que ataca rabiosamente a Occidente. Muy al contrario, el peligro real, tangible y aterrador procede del fundamentalismo protestante norteamericano. Y su intención de implantar la teocracia.

Puedo dar fe que la mayor parte de los protestantes (evangélicos) son personas afables y de buen corazón. Pero no puede afirmarse lo mismo de un sector importantísimo de la derecha religiosa de EEUU. Estos últimos componen una nutrida—y bien financiada—legión de perversos grillados, dominados por taras, complejos y fobias.

De manera trágica, los políticos norteamericanos se encuentran con que deben prestar cada vez más atención a las voces y demandas de esa derecha, salvo que deseen perder las elecciones. De hecho, durante el periodo de Bush se patrocinó un grupo de estudio bíblico para todos los empleados de la Casa Blanca que aspirasen a un ascenso.

En este sentido, conviene destacar un importante dato: en las elecciones a la Cámara de Representantes norteamericana en 2006, el 42 % de las personas encuestadas confesó que el sentido de su voto venía determinado por cuestiones religiosas.

de los objetivos de estos evangélicos es dominar la judicatura. Están furiosos porque, en virtud de la separación Iglesia y Estado, una reciente resolución judicial prohibió la exhibición de los Diez Mandamientos en salas y edificios judiciales.

Su “cristianismo” les impulsa a propugnar una limitación del tamaño del Estado y su capacidad para intervenir en los asuntos que importan a la gente normal y tranquila (sanidad, educación, pensiones, orden público…) pues el Estado debe quedar reducido a sus “límites bíblicos”.

Biblia en mano, defienden que la salud, la educación y las prestaciones sociales han de ser cubiertas por las iglesias y no el gobierno. Obviamente, los amantes de los siglos XVIII y XIX podrán disfrutar con legiones de menesterosos a las puertas de los templos si esos chiflados, algún día, se salen con la suya.

Estos “cristianos” evangélicos de la derecha no solo buscan dominar el poder judicial sino, como es de suponer, el poder ejecutivo donde avanzan como un cáncer. Y desde allí postulan la no regulación de los negocios, la industria y las finanzas. Ya sabemos que esto ha provocado una crisis mundial pero, a fin de cuentas, eso poco importa “si se cumple la voluntad del Señor”.

Con temor y temblor, denuncio que millones de evangélicos estadounidenses siguen la doctrina de predicadores que solo se diferencia en matices de los imanes fanáticos. Conciben su misión como la salvación de la especie humana, la implantación de la teocracia, el plan divino del cual se siente instrumentos.

Desgraciadamente, ese “plan divino” cuadra al milímetro con las políticas más reaccionarias y dañinas que puedan imaginarse.

Y no las trazan camelleros en cuevas de Afganistán sino ejecutivos encorbatados que pisan moqueta, ocupan puestos cruciales en la Administración, viajan en coches oficiales y aviones privados, y manejan medios de comunicación e ingentes cantidades de dinero. De ahí el peligro.

Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor
Blog de Gustavo Vidal Manzanares 

–> La amenaza varía según la salud mental de quien la pronuncie. Para algunos, el Islam busca reconquistar España y vestir con velo a todas las mujeres. Esto, por supuesto, incluiría prohibir el alcohol y no digamos los taquitos de jamón serrano.

Otros, más expeditivos, nos recuerdan que su objetivo es destruir el planeta mediante armas nucleares. Antes, eso sí, habrán violado a todas las mujeres rubias con quien se hayan cruzado. No se descarta un gran número de sodomizados.

Particularmente, desconfío mucho del Islam. Pero no por su doctrina en sí (en algunos aspectos no más absurda que otras), sino por el afán de “convertir”. En general, me horrorizan las personas que buscan “convertir” o “salvar” a los demás.

Sin embargo, entiendo que el peligro religioso no viene, a día de hoy, del sector del Islam que ataca rabiosamente a Occidente. Muy al contrario, el peligro real, tangible y aterrador procede del fundamentalismo protestante norteamericano. Y su intención de implantar la teocracia.

Puedo dar fe que la mayor parte de los protestantes (evangélicos) son personas afables y de buen corazón. Pero no puede afirmarse lo mismo de un sector importantísimo de la derecha religiosa de EEUU. Estos últimos componen una nutrida—y bien financiada—legión de perversos grillados, dominados por taras, complejos y fobias.

De manera trágica, los políticos norteamericanos se encuentran con que deben prestar cada vez más atención a las voces y demandas de esa derecha, salvo que deseen perder las elecciones. De hecho, durante el periodo de Bush se patrocinó un grupo de estudio bíblico para todos los empleados de la Casa Blanca que aspirasen a un ascenso.

En este sentido, conviene destacar un importante dato: en las elecciones a la Cámara de Representantes norteamericana en 2006, el 42 % de las personas encuestadas confesó que el sentido de su voto venía determinado por cuestiones religiosas.

de los objetivos de estos evangélicos es dominar la judicatura. Están furiosos porque, en virtud de la separación Iglesia y Estado, una reciente resolución judicial prohibió la exhibición de los Diez Mandamientos en salas y edificios judiciales.

Su “cristianismo” les impulsa a propugnar una limitación del tamaño del Estado y su capacidad para intervenir en los asuntos que importan a la gente normal y tranquila (sanidad, educación, pensiones, orden público…) pues el Estado debe quedar reducido a sus “límites bíblicos”.

Biblia en mano, defienden que la salud, la educación y las prestaciones sociales han de ser cubiertas por las iglesias y no el gobierno. Obviamente, los amantes de los siglos XVIII y XIX podrán disfrutar con legiones de menesterosos a las puertas de los templos si esos chiflados, algún día, se salen con la suya.

Estos “cristianos” evangélicos de la derecha no solo buscan dominar el poder judicial sino, como es de suponer, el poder ejecutivo donde avanzan como un cáncer. Y desde allí postulan la no regulación de los negocios, la industria y las finanzas. Ya sabemos que esto ha provocado una crisis mundial pero, a fin de cuentas, eso poco importa “si se cumple la voluntad del Señor”.

Con temor y temblor, denuncio que millones de evangélicos estadounidenses siguen la doctrina de predicadores que solo se diferencia en matices de los imanes fanáticos. Conciben su misión como la salvación de la especie humana, la implantación de la teocracia, el plan divino del cual se siente instrumentos.

Desgraciadamente, ese “plan divino” cuadra al milímetro con las políticas más reaccionarias y dañinas que puedan imaginarse.

Y no las trazan camelleros en cuevas de Afganistán sino ejecutivos encorbatados que pisan moqueta, ocupan puestos cruciales en la Administración, viajan en coches oficiales y aviones privados, y manejan medios de comunicación e ingentes cantidades de dinero. De ahí el peligro.

Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor

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