Descargo de responsabilidad
Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:
El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.
De algún modo, por el influjo enorme de las religiones en la política, podemos considerar que, con mayor o menor intensidad o evidencia, llevamos muchos siglos viviendo en teocracias
Hace años, en una ponencia del científico francés Jocelyn Bézécourt, que abogaba por el pensamiento científico y racional para la buena marcha del mundo, haciendo hincapié en el freno que suponen las religiones para el progreso y la evolución de la humanidad, pronunció una frase, que recuerdo perfectamente, y que revela muy bien el trasfondo del hecho religioso: religión es política.
A poco que sepamos un poco de historia nos haremos conscientes del rol protagonista que las religiones han tenido, y siguen teniendo, en las cuestiones políticas y de Estado de todos los tiempos. Recordemos, por ejemplo, el papel crucial del cristianismo en la caída del Imperio Romano, a través del Emperador Constantino, quien le declaró, por edicto en el año 380, religión estatal del imperio. Y llegó la oscuridad; lo que la inglesa Catherine Nixey explica muy bien en su libro La Edad de la Penumbra: Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico (2018).
Es un libro muy interesante, porque nos enseña episodios importantísimos de la historia que no aparecen en ningún currículum educativo. Y nos narra cómo el cristianismo, en los siglos IV y V, arrasó con la cultura grecorromana y destruyó todo el mundo “pagano” (pagano era toda cultura y espiritualidad anteriores), y empezó a forjar el oscurantismo posterior que, con su cénit en la Edad Media, sólo empezó a retroceder con la llegada muy posterior del Renacimiento en el siglo XVI.
Recordemos también, por poner un ejemplo muy evidente, a los validos de los reyes, en los siglos XV, XVI y XVII, consejeros o personas de confianza que, en el Antiguo Régimen, acababan controlando el poder. Casi todos eran altos cargos religiosos. Por mencionar a algunos, el famoso cardenal Richelieu o Mazarino en Francia, el cardenal Mendoza en España, valido de los reyes católicos, quien ejerció un papel fundamental en la gestión del expolio del que llamaron nuevo mundo; o Buckingham en Inglaterra.
Recordemos el papel de la Iglesia católica en las dictaduras del siglo XX, en Europa y en América. O el retroceso radical que han experimentando los países musulmanes a través de la hegemonía del Islam. Imposible no relacionar al Islam con misoginia feroz, burkas, control social, control mental, ejecuciones, lapidaciones y mil monstruosidades más.
Anteriormente también había religiones en las culturas precristianas, por supuesto, pero no eran monoteístas, y se basaban en mitos y en una espiritualidad natural e inteligente que veneraba a las fuerzas de la naturaleza que permiten la vida. Que, por ejemplo, los celtas tuvieran como dios del Sol a Belenus, los egipcios al dios Ra o los griegos a Helios, es algo absolutamente natural, inteligente y racional, porque eran conscientes de que la naturaleza, las cosechas, la vida en su totalidad dependen de su luz y su calor.
De algún modo, por el influjo enorme de las religiones en la política, en la historia humana, en las sociedades y en las personas, podemos considerar que, con mayor o menor intensidad o evidencia, llevamos muchos siglos viviendo en teocracias. También en la actualidad, de muchas maneras. Hace unos días veía un vídeo de un extracto de una arenga dominical de un cura en Navarra que parecía, a todas luces, un mitin político de la ultraderecha más radical contra los inmigrantes y contra el gobierno de Sánchez.
La idea que intentaba inocular en las mentes de los asistentes al acto era el rechazo, si no el odio, a los migrantes extranjeros, argumentando los manidos tópicos de los intolerantes: “llenan nuestras escuelas”, “el gobierno da ayudas y dinero a los musulmanes, restando derechos a los españoles” y falacias similares. Un discurso xenófobo vergonzoso y repugnante que nada tiene que ver con ningún tipo de pensamiento ético, ni solidario, ni moral; ni mucho menos con ninguna actitud de un mínimo, ya no amor, sino respeto al prójimo. En realidad, lleno de odio, ese odio al diferente que las religiones promueven y siempre han promovido, porque el respeto a la diversidad es el polo opuesto a su ideología y su dogmática.
Al parecer, cada día hay más gente que graba en las misas a curas vertiendo ideas políticas, nada democráticas, ya digo, sino alineadas con los sectores más retrógrados, antidemocráticos, reaccionarios y fascistas. No se trata de casos aislados, sino de algo frecuente que ocurre de manera sistemática en las misas en todo el país; lugares que se convierten en tribunas mediáticas donde se fanatiza, se crispa y se polariza a una parte importante de la población, sobre todo a esa parte de la población ignorante o ya previamente adoctrinada o fanatizada. Porque, efectivamente, como dice Jocelyn Bézecourt, la religión es, antes que nada, política.
De ahí la importancia de la laicidad; de mantener a las religiones en el ámbito de lo privado, y alejadas de las cuestiones de Estado y del espacio público. Porque, como ya sentenciaba Séneca hace veintiún siglos, la religión es verdadera para los pobres, falsa para los sabios y muy útil para los gobernantes.