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Recuperar el anticlericalismo

El 9 de diciembre, las organizaciones laicas, ateas y librepensadoras, celebramos el día de la Laicidad y la Libertad de Conciencia.

Día que sirve para reivindicar, recordar, para dar un toque de atención a un estado, que tras décadas, todavía tiene pendiente la laicidad del Estado, o sea, la separación entre iglesia y estado, la neutralidad del espacio público ante las ideas y creencias privadas.

Una laicidad, cuya inexistencia o débil implantación, son causa de multitud de situaciones, injustas, irracionales o incoherentes, que no deberían darse en el seno de un verdadero estado democrático.

En el marco de esta democracia fallida en cuanto a la laicidad, donde tantas veces se ha dicho que se hará lo que nunca se hace, donde todo ha de ser políticamente correcto aunque sea falso, donde las palabras ya perdieron su significado y continuamente hay que interpretar qué se quiso decir, querría reivindicar una palabra que tiene poco uso, que se intenta no pronunciar, que se oculta o que, en la mayoría de las veces, se malinterpreta: Anticlericalismo.

Anticlericalismo, que aquí ya sabemos que lo primero que suena, es a matar curas y quemar iglesias. Y ese es el significado que la política mediocre y bien pensante que nos toca padecer, quiere potenciar. Ese es el significado que quieren extender porque va asociado a la violencia, al miedo, a la barbarie, con el fin de menospreciar, arrinconar y paralizar cualquier movimiento que intente destapar las actuaciones de unas élites religiosas, cuyos objetivos son perpetuar sus privilegios, aumentar su poder y controlar los comportamientos sociales.

Anticlericalismo sólo significa ir contra el Clero. Ni más ni menos. Ni menos ni más.

Por eso quiero reivindicar el Anticlericalismo, no desde el odio o la violencia, sino desde los hechos.
Porque el clero, en todas las religiones, durante siglos ha mantenido a las mujeres, o sea, a media humanidad, en el ostracismo, en la desigualdad, en la opresión, en la oscuridad, en la inferioridad. Y hoy en día, el clero sigue haciendo esfuerzos y volcando sus energías, que son muchas, en que eso continúe siendo así.

Soy anticlerical, porque el clero sigue tapando y obstaculizando ante la justicia, los miles y miles de casos de pederastia acaecidos por todo el mundo, una práctica continua, que ha permanecido oculta durante lustros y de la que todavía no sabemos el alcance real por la opacidad del propio clero y por el miedo de las víctimas a denunciar. Unos delitos de los que muchos se están librando de pasar por la justicia terrenal, bien por compensaciones económicas, o bien porque nos hacen creer el cuento que ya su dios impartirá justicia en otra vida.

Anticlerical porque el robo de bebés ha sido una trama mundial auspiciada por entidades religiosas (sólo en el Estado Español se calculan más de 30.000 casos entre 1936 y 1991), donde por temporadas, primaban criterios represivos o simplemente el puro negocio.

Anticlerical porque en todo el mundo, el clero en vez de dedicarse a cosas divinas y a meditar sobre sus convicciones privadas, forman una clase que siempre se dedicó, y se dedica, a hacer política. Antes quitando y poniendo reyes o bendiciendo cruzadas. Ahora, influyendo en la legislación, incrustándose en gobiernos reaccionarios como en Sudamérica o creando regímenes teocráticos en países como Arabia Saudí o Irán.

Anticlericales por su oscurantismo y falta de transparencia en el destino de las millonarias y generosas subvenciones recibidas que no les impiden dedicarse a los negocios, especular en bolsa, acumular propiedades aunque sea recurriendo a injustas procedimientos como la inmatriculaciones, invirtiendo en empresas, alquilando locales.

Anticlericales porque la educación es la base del comportamiento humano, y el clero con su adoctrinamiento, no ya en cosas divinas, sino en cosas tan humanas como la discriminación de la mujer, la prohibición del aborto, el rechazo de la homosexualidad, la eutanasia, el matrimonio, la familia, los anticonceptivos o lo que ellos llaman pecados, etc., lo que hace es inculcar en generaciones de jóvenes, una serie de prejuicios que, como estamos viendo en estas últimas elecciones, terminan saliendo a la luz en forma de millones de personas votando a favor de todo tipo de discriminaciones, de coartar libertades, de demonizar ideas o sectores.

Hoy más que nunca, la Laicidad es necesaria, y su implantación, significaría un gran paso adelante para la humanidad. La Laicidad es el marco idóneo para una correcta convivencia, para una sana educación, enterrar privilegios, rescatar libertades, para poder desarrollar todo el potencial de libertad, creatividad y sensibilidad de cada persona,

Hay que pelear por la Laicidad, claro que sí.

Pero cuidado, no debemos olvidar, que conseguida la Laicidad, aun cuando la separación Religión y Estado fuera un hecho, el clero seguirá con todas sus fuerzas, predicando sus extravagantes dogmas, sus reaccionarias ideas, buscará imponer a toda la sociedad sus particulares principios, intentará recuperar los privilegios perdidos, apoyará, como lo estamos viendo en Bolivia, en Brasil, en Honduras o en Guatemala, las políticas que permitan revertir la situación, para que las cosas vuelvan a estar, según dicen ellos, como siempre debieron estar, o sea, «como dios manda».

Así pues, luchemos por la laicidad y la libertad de conciencia, pero dado que por orden divina, jamás cejarán en el empeño de imponer a toda la sociedad sus «verdades» reveladas, no perdamos nunca de vista al clero, aunque llegue el día en que, física, legal y espiritualmente ya esté separado del Estado.

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