Más o menos desde 2011, el movimiento ateo ha venido sufriendo una transformación que ha definido su rumbo en estos últimos 10 años —en pocas palabras, esa transformación ha sido un abandono de los valores ilustrados clásicos (libertad de expresión, libre investigación, la libertad de debatir ideas, el escepticismo y la tolerancia por puntos de vista diferentes) y su reemplazo por un conjunto de principios autoritarios (pureza ideológica, temas tabú, dogmatismo, e intolerancia por quien piense diferente).
Cuando la transformación empezó, yo estuve reportando lo sucedido; no sé de nadie más que haya cubierto estos temas en español, y ciertamente todos los activistas hispanohablantes con los que empezaba a relacionarme en ese momento se quedaban rascándose la cabeza cuando yo mencionaba el tema. Aparentemente, nadie más estaba interesado en estas cosas, lo que significaba trabajo extra, pues si quería que mis lectores supieran lo que pasaba, no sólo tenía que traducir, sino que además tenía que explicar quién era quién, para poder poner las cosas en contexto. Y durante un tiempo lohice, aunque eventualmente dejé de publicar sobre este tema, y me enfoqué en otros más cercanos a mis lectores.
En cualquier caso, siempre le seguí la pista al tema, porque aún hoy en día sigo asombrado de que un movimiento cuya existencia gire alrededor del respeto al diferente le haya dado la espalda a su propia razón de ser. ¿La cereza sobre el pastel? Que lo hicieron en nombre de la tolerancia y el respeto a la diferencia.
Lo curioso es que el ateísmo organizado fue el primero aunque ciertamente no el último nicho en sufrir una transformación de este tipo. Desde la comunidad del crochet hasta los medios de comunicación han sido presas de transformaciones similares, siempre caracterizadas por acoso, matoneo, y persecuciones a los disidentes. Esto no puede venir como una sorpresa para nadie que no haya vivido bajo una piedra en los últimos cinco años —las instituciones liberales y los principios ilustrados sobre los cuales reposan estas se encuentran bajo ataque en todos los frentes.
El conjunto de ideas detrás de estas transformaciones son aplicaciones de las propuestas de autores posmodernos y sus adaptaciones (unas más fidedignas que otras) al mundo actual, que se han popularizado pretendiendo que luchan por la justicia social; en consecuencia sus activistas han sido llamados Justicieros Sociales (SJW, por las siglas Social Justice Warrior; o woke, porque supuestamente ‘despertaron’ y abrieron los ojos ante las injusticias). En resumen se trata de una ideología moral bastante inflexible que es caracterizada por las políticas de identidad, la corrección política, y la promoción de la equidad (que no igualdad) y la diversidad de rasgos biológicos (aunque no de pensamiento). Como le he seguido la pista por años a esa transformación, particularmente en el movimiento ateo, y he registrado algunos de esos casos aquí, y otros en la versión de este espacio en inglés, en 2019 mi amiga Gretchen Mullen me invitó a exponer el tema. En ese entonces, para mí ya era claro que el movimiento ateo estaba condenado al fracaso si le seguía dando la espalda a los valores ilustrados, por lo cual escribí que el posmodernismo había secuestrado y destruido el movimiento, al punto de crear una grieta o brecha con dos lados claramente definidos: los autoritarios y los librepensadores.
En vista de que se me habría ido la vida recordando todos y cada uno de los incidentes de matoneo, acoso, y deshonestidad intelectual en los que los ateos woke han incurrido a lo largo de estos 10 años, preferí hacer un resumen de cómo ha ido evolucionando la conversación dentro del propio movimiento ateo, y ofrecer una sensación general de qué es lo que ha venido pasando desde 2011:
Para los que no sepan exactamente qué es eso, la Grieta Atea se produjo cuando, en su mayor parte, el Nuevo Ateísmo fue secuestrado por la “justicia social”: en 2011, había una bonita, vibrante y emocionante blogósfera escéptica y atea, en la que los bloggers y activistas denunciaban a diario los excesos religiosos, la pseudociencia, la anticiencia y las teorías de la conspiración. Los ateos estábamos por fin bien encaminados a ser una fuerza cultural a ser tenida en cuenta, una fuerza que abogaba por políticas públicas basadas en la evidencia y exigía que los ateos de todo el mundo tuvieran los mismos derechos y el mismo trato que cualquier otro ciudadano, y dejaran de ser tratados como ciudadanos de segunda clase. En junio de 2011, sin embargo, se celebró en Dublín la Convención Mundial de Ateos. Una de las ponentes fue la autodenominada feminista Rebecca Watson, blogger, youtuber y coanfitriona de podcast. Según ella, una vez que terminó su presentación, entró al ascensor para volver a su habitación y un desconocido la invitó a su habitación, ella declinó, el tipo aceptó el No por respuesta, y eso fue todo. Al día siguiente, Watson publicó un video en el que se quejaba del incidente y lo terminaba con algo parecido a “¡Chicos, no hagan eso!“. El video recibió un montón de comentarios, algunos de ellos con un claro tono machista, y también recibió reacciones que la criticaban por decirle a los chicos lo que podían y no podían decir. A partir de ahí, los aliados de Watson extrapolaron la situación y, de forma muy “progresista”, concluyeron que cualquiera que dejara un comentario discrepante era ateo (?) y un machista (??). Así nació el mito de que la comunidad atea no era más que un grupo de sexistas.
Recuerdo haber pensado: “¿Dónde está el principio de caridad que se supone que utiliza la gente comprometida con el escepticismo científico cuando se trata de alguien que no está de acuerdo con Watson —no es posible estar en desacuerdo con ella de buena fe y seguir estando a favor de los derechos de las mujeres? ¿Y cómo puede alguien saber lo que pasa dentro de la cabeza de un comentarista aleatorio de YouTube, para afirmar con absoluta certeza que esa persona no cree en deidades? ¿Cómo saben que todos los autores de comentarios sexistas son ateos?“.
¿ACASO NO ESTÁ BIEN PEDIR EVIDENCIAS?
En 2012, la blogger Jeniffer McCreight propuso la idea de Atheism Plus, que, según ella, significaba unir el activismo laico con otras causas valiosas, como los derechos LGBTQ, los derechos de las mujeres y otros temas relacionados con la igualdad. Pensé que era redundante, ya que eliminar el pase libre y el trato especial que recibe la religión en la sociedad y en la elaboración de políticas públicas es una condición sine qua non para tener derechos humanos universales duraderos. Qué inocente soy. Lo que McCreight defendía realmente era lo que podría resumirse mejor para un lector de 2019 como activismo secular más “justicia social”.
En los meses siguientes, me enteraría de que, de una manera verdaderamente conspiranoica, pedir evidencia de repente no estaba bien para algunos “escépticos” cuando se trataba de su tipo de feminismo. A partir de entonces, fuimos testigos de cómo un número nada despreciable de autoproclamados “escépticos”, “librepensadores” y “humanistas” rechazaban de plano todos y cada uno de los valores de la Ilustración y los principios derivados de ellos.
Algunas de las actitudes y comportamientos por los que yo despreciaba a la Iglesia Católica empezaron a aparecer de repente en el bando ateo: el pensamiento de grupo, el tribalismo, el acoso, las afirmaciones gratuitas, las generalizaciones erróneas, superioridad moral, puritanismo, el doble rasero, cambio de las reglas de juego, caza de brujas e intolerancia hacia cualquiera que se atreviera a dudar o incluso a hacer preguntas. Se convirtió en una bola de nieve muy rápido, y desafió mi capacidad de sorpresa.
SOBREACTUACIÓN, ETIQUETAMIENTO Y LIBERTAD DE EXPRESIÓN
Si te parecía preocupante que la libertad de expresión se viera peligrosamente coartada y que ni siquiera fuera posible invitar a salir a una persona que te pareciera interesante sin que te acosaran y todo internet se fundiera en un drama, no te preocupes, los únicos que se preocupan por la libertad de expresión son los supremacistas blancos (ellos se burlaban llamándolo “Freeze Peach“).
Si te preocupaba que la gente fuera etiquetada injustamente como neonazi, una de las peores cosas que le puede decir a alguien con escasa o ninguna evidencia, ten por seguro que era mejor dejar que 99 inocentes fueran etiquetados erróneamente como algo atroz en lugar de arriesgarse a que el único monstruo real no fuera identificado, intimidado, su información privada hecha pública, que fuera acosado e incluso golpeado; alternativamente, se te diría que nadie es acusado erróneamente de coquetear con la supremacía blanca: si alguien era acusado de ello, probablemente se lo merecía, así que no importaba de todos modos, porque de esta manera ningún supremacista blanco (presente ¡o futuro!) podría escapar de ser identificado. Si señalabas que, por muy viles que fueran, esas opiniones no justificaban responder con violencia, te explicaban que las palabras y tener una opinión equivocada equivalían a algún tipo de violencia que cumplía los criterios para ser expulsado de los “espacios seguros” con el viejo sándwich de nudillos.
DE ESPALDAS A LA ILUSTRACIÓN
Cuando señalamos que las palabras no son violencia, se nos acusó de negar la “experiencia vivida” de los demás.
Si replicabas que las experiencias vividas, por muy profundas que resulten, son subjetivas y, por lo tanto, no son una buena base para establecer normas para tratar a los demás, y que, en cambio, la objetividad ha funcionado hasta ahora y ha tenido bastante éxito a la hora de crear sociedades relativamente ricas y menos injustas, además de permitirnos ir a la Luna y conectarnos con todo el mundo a través de internet, entre otras cosas, te dirían que todos estos logros se construyeron sobre el colonialismo y que Estados Unidos es lo peor que le ha pasado a la humanidad (o que la objetividad y la lógica son parte de la caja de herramientas de los supremacistas blancos [?]).
Si te atreves a señalar que estás de acuerdo en que Estados Unidos/Occidente está lejos de ser perfecto, pero que no es peor que, por ejemplo, los regímenes teocráticos actuales, te dirán que estás siendo insensible y racista.
Si respondieras que el islam no es una raza, te dirían que los intolerantes utilizan la religión como un sustituto de la gente morena. Entonces dirías que no debería importar mucho, ya que los derechos son para las personas y no para las ideas, así que, mientras todos reciban el mismo trato, la gente estará protegida independientemente de su color de piel, sólo para que te griten, porque acabas de ofender a poblaciones históricamente oprimidas con tu daltonismo político.
Si señalaras que la gente tiene derecho a ser ofendida, pero nadie tiene derecho a no serlo, te dirían que tratar a todo el mundo por igual es una forma de intolerancia (y, de nuevo, parte de la caja de herramientas de los supremacistas blancos), ya que los derechos de la gente dependen de lo que hoy entendemos como una especie de puntaje de victimismo, en lugar de las protecciones universales que las ideas de la Ilustración otorgan a todo el mundo por el mero hecho de formar parte de la especie Homo sapiens.
No sé cómo hacer más palpable que, a cada paso, esta gente daba la espalda a los valores e ideales de la Ilustración, como la individualidad, la libertad de expresión, la libre investigación, la libertad de conciencia, el Estado de Derecho y la igualdad.
Para cuando todos estos intentos de conversación terminaron, el Nuevo Ateísmo y buena parte de las grandes carpas escépticas y humanistas ya estaban hechas pedazos, y los diferentes grupos resultantes podían situarse en uno de los dos bandos: los que seguían adhiriéndose a los valores de la Ilustración y los que no. De ahí la Grieta Atea.
A mí me parece bastante evidente que no se puede tener un activismo laico eficaz sin libertad de conciencia, libertad de expresión o libre investigación; por lo tanto, todo el esfuerzo de Atheism Plus fue un oxímoron desde el principio. Sin embargo, en los años transcurridos desde la grieta, he visto a casi todas las organizaciones ateas y escépticas en países anglosajones —con las posibles honrosas excepciones de Atheist Ireland, ExMNA, Atheist Republic y FFRF— caer bajo el encanto de la “justicia social”.
Parece que Daniel Galarza Santiago, un ateo que lleva el blog El Escéptico de Jalisco sólo vino ahora a leer esta conversación mía con Gretchen, y se sorprendió al enterarse de que al igual que ha ocurrido con cualquier otra comunidad, el ateísmo también cayó presa del posmodernismo; y él decidió que esto no es así.
Por supuesto, Galarza entonces publicó un artículo invitado en Factor 302.4. Agradezco a Alejandro Agostinelli el espacio que abre en su espacio para replicar.
Por razones que espero que sean evidentes al terminar de leer este artículo, esta no es una respuesta a Galarza, porque no me interesa establecer un diálogo, ni una conversación con él. Más allá de las falsedades y falacias contenidas en su artículo, no tengo ninguna razón para pensar que él llevaría un intercambio honesto de ideas — entre otras, porque esta no es la primera vez que Galarza me asigna posturas que no sólo no tengo, sino que además son contrarias a mis verdaderas posturas; y porque, en más de una ocasión, Galarza se ha tomado bastante a la ligera el acoso y el matoneo a activistas (incluido el mío). Y ahí es donde yo trazo la raya.
Sin más preámbulo, empecemos.
En su artículo Galarza resume mi conversación con Gretchen y cita el listado que yo estaba compilando de cuando las organizaciones ateas, sus representantes, o activistas con algún grado de reconocimiento han actuado de manera contraria a los principios de la Ilustración, y lo único que él tiene para decir es que el listado incluye varias de las principales organizaciones ateas del mundo, y que hay muchos enlaces a mi blog en inglés. Ehh… sí, ese es todo el punto: que las organizaciones ateas más grandes traicionaron los principios ilustrados y, precisamente porque le he seguido la pista a este tema, he podido reportar al respecto.
Luego afirma que para mí, el momento más bajo fue con Atheism Plus cuando se “proponía unir las causas seculares con los objetivos de los colectivos LGBT+, feministas, anti-racismo, etc., es decir, que el movimiento ateo formara parte de los Justicieros Sociales”. Si Galarza conservara algo remotamente similar a la comprensión de lectura, habría explicado que para mí nunca tuvo sentido la propuesta de Atheism Plus, porque los ateos ya apoyábamos esas causas (y eso está bien), así que la propuesta era redundante. Su redacción, en cambio, sirve para pintarme como un tipo opuesto a las causas de la igualdad. ¡Empieza bien!
Los nueve puntos que supuestamente arruinaron el ateísmo
Galarza entonces hace una lista de nueve razones por las cuales mi tesis supuestamente estaría equivocada, y que serían las verdaderas razones por las que se destruyó el Nuevo Ateísmo. Repasémosla:
Los puntos 1, 2 y 3 se pueden resumir en que hubo acusaciones de abuso y conducta sexual inapropiada, que las organizaciones fueron negligentes en la manera al abordar los casos, que todo esto generó indignación colectiva, y que Gretchen y yo ignoramos todo eso y preferimos enfocarnos en las denuncias falsas y difamaciones, que también hubo, y magnificar.
Como hipótesis, esto no es completamente implausible. No sería descabellado pensar que la comunidad atea está especialmente sensibilizada a la negligencia y el encubrimiento de casos de abuso sexual.
El primer problema de la hipótesis, sin embargo, es que no todos los casos son iguales. Buena parte de las denuncias que se han hecho públicas no llegan al nivel (en número, credibilidad o gravedad) del tipo de acusaciones que vimos con #MeToo.
Entre las acusaciones hay todo tipo de casos, desde los que tienen más inconsistencias que la última temporada de Game of Thrones hasta los que suenan plausibles, pasando por acusaciones falsas y difamaciones interesadas. Así que la aproximación tiene que ser tratar de llegar al fondo del asunto en cada caso —establecer una respuesta estándar protocolaria que exceda la casuística corre el riesgo de apresurarse a encontrar culpable a alguien que no lo es o a exonerar a alguien que sí lo sea.
El segundo problema es que el escepticismo puede ser resumido como la postura de que nada es cierto y toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario; y de todas las denuncias públicas que ha habido, la única que medianamente se ha comprobado ha sido la de Lawrence Krauss.
Esto quiere decir que el resto de acusados siguen siendo inocentes y así se les debe considerar. Pero no quiere decir que atribuyamos automáticamente mala intención a la persona que acusa —sólo significa que no tenemos ni idea de qué pasó exactamente, y que es mejor reservarse el juicio en ausencia de más y mejor evidencia. El caso de la acusación de Alison Smith contra Michael Shermer pone esto de manifiesto: una interpretación razonable de la evidencia disponible y de los reportes de prensa, es que se trató de una relación sexual en estado de embriaguez durante una conferencia; que ambas partes estaban borrachas y tuvieron sexo con lo que Shermer percibió como un consentimiento entusiasta en ese momento, y que ella estaba más alicorada de lo que él creía y a la mañana siguiente no recordaba mucho de lo que pasó. Incluso el relato de ella es consistente con esta interpretación.
Quienes esperaban que las organizaciones se desvincularan públicamente de los acusados sin tener evidencias diáfanas y contundentes de conducta inapropiada, claramente han preferido darle prioridad a una ideología sobre el escepticismo. Y precisamente han sido los justicieros sociales quienes se han preocupado de promover y exigir que se le crea siempre a todas las mujeres; y su actitud sobre este tema siempre fue la de matonear y acosar a cualquiera que sugiriera que es preferible sólo creer hasta donde permitiera la mejor evidencia disponible.
Pero de ser precavidos y cautelosos en ausencia de evidencia a concluir que las conductas inapropiadas son toleradas en la comunidad hay un trecho.
Como si el problema no fuera ya el equivalente moral a cruzar un campo de minas radiactivas saltando en una pierna; tenemos el giro de tuerca de que los ateos woke buscaron activamente conseguir que el movimiento fuera etiquetado como machista, y en el proceso de conseguir eso aprovecharon para lanzar acusaciones falsas y difamar a escépticos eminentes.
Tenemos evidencia documental de que los ateos woke fabricaron el mito de que la comunidad atea era machista. La receta es muy sencilla: ateos medianamente célebres, digamos PZ Myers o Rebecca Watson, publican un post o un video adoptando una postura controversial, y no hace ningún esfuerzo por esconder sus tonos chovinistas; las secciones de comentarios se llenan con participaciones de todo tipo —hay quienes están de acuerdo, hay quienes los insultan, y hay quienes discrepan respetuosamente y presentan argumentos civilizados; la persona que publicó el contenido controversial entonces entra en modo administrador y borra los comentarios civilizados; después le toma pantallazos a los comentarios que quedan y dice: “Miren todos, la comunidad atea está compuesta en su totalidad por cerdos machistas“; y repetir, y repetir hasta conseguir el nivel de indignación deseado. Y así ha nacido el mito. ¿No es acaso maravillosa la heurística de disponibilidad?
La escritora y bloger Rebecca Watson usa una técnica similar para inflar su estatus de víctima y a la vez avanzar la mentira de que la comunidad atea es machista, publicando las supuestas amenazas y acoso que recibe en su Page O’ Hate (Página del Odio). La receta secreta en este caso consiste en que Watson critica o insulta a alguien en línea y escala un conflicto artificial hasta que la persona ya exasperada reacciona como cualquier persona en línea cuando alguien a través de la pantalla está siendo ofensivo o ridículo. Watson le toma pantallazos a esa reacción, y la publica sin contexto como “amenaza” o “acoso”. Una visita desapasionada a la Page O’ Hate pone de manifiesto que, en muchos casos, la gente simplemente insulta a Watson. Y los autores de esos comentarios coloridos no son exclusivamente hombres, ni mujeres “antifeministas”.
¿Por qué haría alguien algo así? Creo que podemos afirmar con razonable certeza que no es porque esté tratando de proteger la causa ni los intereses de los ateos y sus comunidades —que ya vamos bien de mala reputación inmerecida.
Además de fabricar deliberadamente la impresión de que el movimiento ateo es machista más allá de cualquier redención, también hubo acusaciones falsas e intentos de difamación. Y esto también está comprobado —al respecto tenemos el testimonio de Ellen Beth Wachs, quien era una comentarista favorita en los blogs de los ateos woke y, como tal, fue agregada a un supuesto grupo de apoyo contra el matoneo a mujeres en la comunidad; cuando Wachs hizo una pregunta incómoda, el matoneo contra ella no se hizo esperar, y el grupo de ‘apoyo’ contra el matoneo se volvió en su contra —aun sabiendo que ella estaba en riesgo de suicidio— y la destrozaron. Wachs explicó que el grupo tiene una lista de personas a las que quieren sacar del movimiento y sobre las que inventan rumores.
Por supuesto, es plausible que el machismo y las conductas sexuales inapropiadas hayan alejado a algunas personas del movimiento; pero este problema, grave como es, nunca fue algo sistemático —quienes vendieron la idea de que este era un asunto estructural fueron los justicieros sociales, y no sólo terminaron alejando a las personas que ellos matonearon y acosaron, sino que también se desvincularon muchas otras, impulsadas por la indignación inflada artificialmente de que el movimiento no era más que una colección de sexistas irredentos. No sé cómo alguien podría afirmar que fue el supuesto sexismo el que arruinó los movimientos escéptico y ateo, como triunfantemente anunciaba el equipo de ciencia de BuzzFeed, y al tiempo negar que la Justicia Social jugó un papel instrumental en todo ello.
Creo que eso despeja el cargo de las acusaciones de abuso sexual y el manejo que le dieron las organizaciones. A su vez, el cargo de magnificar las acusaciones falsas y la difamación es muy extraño. Galarza admite que sí hubo “claros actos de difamación contra autores escépticos célebres, pero en tales casos los acusados han acabado por limpiar su nombre, continuando con sus labores académicas“.
Yo no me explico por qué alguien se tomaría el tema de las denuncias falsas con tanta ligereza. Una acusación falsa no sólo es una amenaza real para el acusado, quien puede perder su trabajo, su familia, amistades y reconocimientos —lo que es preocupante en sí mismo—, sino que además dice mucho de lo que piensan los que recurren a esta estrategia sobre las personas que han sido víctimas de violencia sexual real: que ven su padecimiento como un arma útil para avanzar una agenda personal o política. ¿Será que exagero al esperar un poquito más de indignación cuando alguien usa el sufrimiento de las víctimas de violencia sexual para hacerle daño a una persona inocente contra la que tiene una cuenta pendiente?
Adicionalmente, confiar en que alguien no va a perder su trabajo y prestigio cuando las acusaciones en su contra resultan ser falsas es haber bajado demasiado las expectativas, llegando a un sistema absurdo, kafkiano incluso, no muy diferente en su lógica a la mecánica de ahogar mujeres y si sobrevivían, se había probado la acusación de que eran brujas.
De no ser tan serio, sería gracioso que aquí Galarza menciona como caso ejemplar el de Karen Stollznow contra su ex pareja Benjamin Radford —lo que Galarza no contó es que Stollznow se retractó de todas las acusaciones, por completo, en 2015. Siguiendo la retorcida lógica de que sólo las acusaciones verdaderas terminan en consecuencias, en vista de que Radford mantuvo su puesto, y ha seguido publicando su columna, el acusado es inocente incluso por los dudosos estándares establecidos por el mismo Galarza, aunque nadie que leyera su artículo se habría enterado, porque él ni se molestó en mencionarlo.
Galarza dice que la acusación de Stollznow llevó a la renuncia de DJ Grothe como Presidente de la Fundación Educativa James Randi (JREF). No hay evidencia de un vínculo causal al respecto. DJ había estado en la mira de los justicieros sociales desde que en 2012 tuvo la desfachatez de comentar en Facebook que creía que los esfuerzos por retratar a la comunidad atea como una banda de sexistas y violadores habían repercutido en la baja asistencia a la conferencia organizada por la JREF, The Amazing Meeting (TAM), de ese año.
A finales de 2013, Carrie Poppy acusó a DJ de ser machista por no haber terciado desde JREF para que Radford fuera agregado a una lista negra que los justicieros sociales querían implementar entre las organizaciones (Radford trabaja con el CFI; esta no era una disputa de la JREF).
La negativa de DJ molestó tanto a Poppy, que ella fue directo a la máquina de indignación artificial que es PZ Myers, y le compartió un puñado de correos de la organización en los que DJ, efectivamente, se niega a entrometerse en los asuntos de CFI. Myers publicó los correos y cantó victoria como si los correos probaran algo distinto a que DJ no se entrometió en los procesos de una organización para la cual no trabajaba. Y, en retrospectiva, DJ Grothe hizo lo correcto, pues Stollznow se terminó retractando, y se habría equivocado si ponía a alguien en una lista negra sin que se hubiera demostrado su culpabilidad. (Miren esto: ¡ateos hablando de listas negras!)
En 2014, 12 meses después de la ‘denuncia’ de Poppy, DJ salió de la JREF; y nadie que no haya estado en la reunión entre él y la Junta Directiva puede decir con exactitud por qué —el respectivo comunicado de prensa de la JREF fue escueto, y no ahondó en razones. A pesar de que los justicieros sociales celebraron, no hay ni un átomo de evidencia de que la salida de DJ de la JREF haya tenido nada que ver con ninguno de estos temas. Esta no será la última vez que encontremos la falacia post hoc ergo propter hoc en el razonamiento woke.
Si Galarza, alguien que en el mismo artículo reconoció la existencia de casos deliberados de falsas acusaciones y difamación, sostuvo como vigente una acusación falsa que fue resuelta hace más de media década, ¿qué tan fuera de proporción resulta realmente preocuparse de las acusaciones falsas y la difamación deliberada?
En el punto 4 Galarza dice que “[p]retender que las organizaciones escépticas-ateas quedaran fuera de la ola de activismo social en contra de la desigualdad y la discriminación de distintos tipos, es sencillamente ingenuo“.
Tiene que estar de coña. ¿Es ingenuo esperar que el movimiento ateo y sus organizaciones no se monten a una ola cultural a la primera de cambio? Por el contrario, yo esperaría que las organizaciones escépticas aplicaran un poquito de escepticismo antes de sumarse a cualquier tendencia.
Esto se ha repetido hasta el cansancio. Por ejemplo, no puedo recomendar suficiente el relanzamiento de la serie Cosmos, donde en casi todos los episodios Neil deGrasse Tyson machaca que las organizaciones que en siglos pasados se dedicaban a la ciencia y el conocimiento se pusieron en ridículo una y otra y otra vez cuando siguieron acríticamente las tendencias culturales, en vez de cuestionar que las personas recibieran tratos diferentes según sus características inmutables, y así terminaron privando del acceso al conocimiento a muchísimas personas según su sexo y color de piel, o robando sus aportes, o desconociendo su autoría. Y ahora que el esencialismo biológico vuelve a estar de moda, a Galarza le parece oro molido que las organizaciones escépticas-ateas se suban al tren sin que medie el más mínimo análisis. ¡Vaya, qué ingenuo soy con mi objeción a eso!
Aunque la parte más frustrante de este punto no es la expectativa de Galarza de que el escepticismo organizado renuncie al escepticismo, sino la premisa absolutista de que sólo se puede estar a favor de la igualdad si uno abraza los medios autoritarios en nombre de la misma. Este es un monumental muñeco de paja, pues ni Gretchen ni yo, en ningún momento hemos pretendido que las organizaciones escépticas se queden por fuera del activismo contra la desigualdad. Es más, lo que yo he dicho —y que él se empeña en ignorar— es que el movimiento ya estaba haciendo activismo por la igualdad y contra la discriminación antes de la moda woke. En la segunda entrega de este ensayo voy a profundizar más sobre esta relación que ya existía entre el activismo ateo-escéptico y las causas de la igualdad.
Por último, de este punto se desprende que para Galarza la Justicia Social es deseable, por ser activismo contra la desigualdad. El problema, claro, es que siempre hubo buenas razones para ser escépticos frente a la ‘Justicia’ ‘Social’ y la honestidad de sus objetivos declarados. Darla por buena sólo porque sus creyentes bautizaron así su activismo no es muy distinto a creer que las pseudociencias sirven para curar a la gente sólo porque sus practicantes las llaman “medicina alternativa”, o que Corea del Norte es una democracia porque lleva la palabra en el nombre oficial, o que la Big Mac es una hamburguesa grande.
La ‘Justicia’ Social es al activismo contra la desigualdad y la discriminación lo que el movimiento Boogaloo es a la música boogaloo —nada: el nombre es tan sólo buen marketing para disfrazar el chovinismo de toda la vida.
Para empezar, porque cualquier concepto de “justicia” requiere de una realidad objetiva compartida, en la cual se pueden comparar dos situaciones y llegar a la conclusión de que una es objetivamente más injusta que la otra. De entrada, el posmodernismo y su flatulencia cerebral de la Justicia Social rechazan la objetividad, y postulan que todo es subjetividad y experiencia vivida. Sin un marco de referencia objetivo, no hay justicia posible.
Además, la Justicia Social niega nuestra individualidad y nos reduce a la suma de nuestros rasgos inmutables, según los cuales determina más o menos cuántos derechos tenemos, según nuestro puntaje en la matriz de la interseccionalidad. No en vano, Mansoor Hekmat rechazaba ya hace más de 20 años el relativismo posmoderno con el que se justificaba vestir con velo a las niñas de países islámicos, señalando que lo único que hace el relativismo es crear un apartheid jurídico integral, social, intelectual, emocional, geográfico y civil. No puede haber justicia de ningún tipo cuando los derechos de cada quién dependen de si tiene el color de piel correcto o equivocado, o de la sociedad en la que nació.
No sé cómo hacer más evidente que esta “ola de activismo contra la desigualdad” está condenada a conseguir más desigualdad, pues sus premisas son la antítesis de la igualdad. A eso me refería cuando dije que para esta gente es preferible condenar a 99 inocentes que permitir que un culpable escape; cuando la filosofía que nos ha permitido tener sociedades prósperas y florecientes es la de que es preferible que 99 culpables queden libres a condenar a un inocente.
Para estar tan preocupado por la desigualdad y la injusticia, Galarza ciertamente se dio el lujo de hacer unas maniobras olímpicas de gimnasia mental para ignorar todo eso, y simplemente saltar a la conclusión de que yo quiero que el movimiento ateo y escéptico se dedique exclusivamente a negar la existencia de fantasmas y desatienda la igualdad. Y vaya si lo entendió mal: es precisamente porque quiero que el movimiento ateo y escéptico siga poniendo su granito de arena para obtener más conquistas de igualdad y desterrar la discriminación que me opongo a la Justicia Social, como no podría ser de otro modo.
Me pregunto a dónde se habrán evaporado las capacidades de pensamiento crítico de Galarza, porque sólo bastó con que alguien dijera que cometía una atrocidad en nombre de la Justicia Social para que él vaya por el mundo justificándola. ¡Debe ser que mi ingenuidad no me permite ver la superioridad de hacer las cosas así!
En el punto 5 Galarza menciona que gracias a las denuncias, las organizaciones terminaron creando políticas de convivencia y comprometiéndose a expulsar y apartar a quien las incumpla.
Por supuesto, una organización debe tener códigos contra el acoso en sus conferencias. Sin embargo, ese momento fue muy extraño, porque se sentía como si los religionistas hubieran sido puestos a cargo. El tono de la conversación era más o menos así: “Uyy, ¿ateos? Habrá que darles códigos de conducta porque de otra manera no saben comportarse“.
De cualquier forma, las organizaciones pusieron manos a la obra y crearon unos códigos de conducta tan absurdamente estrictos que parecían escritos por alguien que jamás en la vida hubiera presenciado una interacción humana.
En ese momento, el activista Todd Stiefel escribió un artículo sugiriendo modificar los códigos y relajarlos, en vista de que en ellos se expandía alarmantemente el significado de la palabra “acoso”, para que cubriera comportamientos normales e inocentes.
Algunos de los cambios sugeridos incluían: que decir algo ofensivo no se considerara acoso —un punto que, uno pensaría, las organizaciones de una comunidad que tiende a blasfemar, tratarían con mejor criterio—, que tampoco era lógico considerar acoso todas las instancias de atención sexual indeseada (por ejemplo, invitar a una cita es bastante inocente… salvo que uno sea Rebecca Watson), y que equiparar todo el contacto físico no autorizado verbalmente con el acoso terminaba castigando cosas como un abrazo entre amigos, tocarle el hombro a alguien para solicitar un favor, o incluso confundir a un perfecto desconocido y darle unas palmadas en la espalda o taparle los ojos para que adivinara quién es.
No sé qué pasó finalmente, aunque nunca volvimos a escuchar de los códigos de conducta y, hasta donde sé, a nadie se ha expulsado de una conferencia invocándolos. ¡Es casi como si una vez la Justicia Social se hubiera apoderado de las organizaciones ateas ya no hubiera la necesidad de inflar la indignación sobre el acoso sexual con denuncias falsas o algo! Curiosamente, para estar tan obsesionadas con el acoso, las organizaciones nunca se molestaron en implementar políticas de no invitar a sus conferencias a personas que incitan desde sus espacios a matonear o acosar a otros sólo porque piensan diferente.
En el punto 6 Galarza dice no entiende qué tiene qué ver el posmodernismo con todo el asunto.
A falta de LEGOs y plastilina, tenemos la versión corta, la versión larga, el resumen histórico, la explicación de un filósofo, y la mirada a más grande escala del daño que el posmodernismo le ha hecho a la izquierda, para entender que esta ola de supuesto activismo por la igualdad se colige del posmodernismo.
La relación es clara, y si Galarza quiere seguir ignorándola, allá él. En todo caso esta es una falacia de pista falsa, porque incluso si fuéramos a conceder que la Justicia Social no aplica las tesis de Foucault en su más pura esencia, el problema es otro —el problema que nos aqueja (o debería aquejarnos) es que hay ateos y supuestos escépticos que han adoptado valores autoritarios y pretenden que las mujeres y los hombres merecen tratos diferentes, que el color de piel es un rasgo apropiado para descalificar a alguien de un trabajo (desarrollo esto más adelante), o que está justificado matonear y acosar a alguien según su sexo y su color de piel, o por pensar diferente. ¡Y eso es lo que arruinó al Nuevo Ateísmo —independientemente de qué tanto se ajuste a lo que Galarza entiende por “posmodernismo”!
En el punto 7 Galarza nos acusa de descartar o ignorar otras críticas al movimiento ateo, pero … el tema de nuestra conversación no era ese. El tema era el daño que la mal llamada Justicia Social (o la moda woke) le hizo al movimiento. Decir que nos equivocamos porque no nos salimos del tema que nos habíamos propuesto es, cuando menos, un poco extraño. Lo tomaré como un cumplido.
En el punto 8. Galarza menciona que otras personas han sugerido un relanzamiento del movimiento ateo, porque para diferentes críticos, el movimiento es neoliberal (?), capitalista (??), sólo representado por varones blancos, o que a sus representantes les falta formación académica en estudios bíblicos (???).
Todas esas críticas me parecen ridículas, pero de toda esa ensalada conceptual, lo único que se asemeja al tema que yo estaba tratando con Gretchen es la acusación de que el movimiento sólo es representado por varones blancos. Parte del despropósito woke ha sido esta obsesión racista y sexista, donde tener paneles mayoritariamente de hombres blancos daba pie a la acusación de racismo deliberado por parte de los organizadores. Esto es absurdo, pues esa sobrerrepresentacion puede ser mejor explicada por la más elemental estadística demográfica: en EEUU, los no-blancos ya son una minoría de la población. Luego, dentro de esa porción hay una porción más pequeña que son ateos/escépticos; pero el tamaño de este grupo es tan pequeño y tan denostado dentro de la minoría más grande, que nunca ha podido formar su propia subcultura, a diferencia de lo que los ateos-escépticos blancos finalmente lograron hacer, que llegaron al punto de tener números lo suficientemente grandes como para formar su propia subcultura.
Eso explica mucho mejor la sobrerrepresentación blanca entre la comunidad escéptica, en vez de las actitudes de alguien sobre la inclusión. Y, sin embargo, parece que la expectativa era que las organizaciones anularan las dinámicas sociales con sólo agitar una varita mágica, so pena de no ser acusados de ser racistas. ¡Buena suerte con eso!
Y las organizaciones, en vez de explicar que saltar a la conclusión de racismo era una falacia post hoc ergo propter hoc (y tener muy mala leche), se dejaron arrinconar y muy cobardemente empezaron a llenar sus conferencias con cuotas.
Ahora que el procedimiento estándar es tener paneles que representan a cada uno de los géneros, todas las orientaciones sexuales, todas las etnias, todos los sexos, todos los colores de cabello, y todos los colores de ojos, cuando veo a un panelista que no conozco, no sé si lo invitaron porque tiene algo genuinamente importante o interesante que aportar, o para llenar una cuota.
A mí me basta con que alguien tenga buenas ideas; mientras sea humano, me puedo identificar con él (o ella), y sus características inmutables me traen sin cuidado, porque son irrelevantes. Yo podría escuchar todas las intervenciones de Ayaan Hirsi Ali o Sarah Haider, no por su color de piel o su sexo, sino porque tienen cosas valiosas que aportar.
En el punto 9 Galarza cuestiona la sugerencia de que el movimiento ateo esté destruido, y afirma, en cambio, que el movimiento hoy está más fuerte que nunca.
Eso es demostrablemente falso. A finales de 2019, en un post en el que precisamente trató sobre la caída del movimiento ateo, el psiquiatra y blogger americano Scott Alexander Siskind demostró en desgarrador detalle, gráfica tras gráfica, que el Nuevo Ateísmo había fracasado, y que hoy en día es bastantes órdenes de magnitud menos popular de lo que lo fue en la primera década del siglo 21 —les deseo mucha suerte a los que lo quieren relanzar.
Digno de resaltar del artículo de Scott Alexander, es su extracto sobre cómo, de la noche a la mañana, la mayoría de la blogósfera atea anglosajona básicamente le dio la espalda al laicismo y el escepticismo, y empezaron a escribir sobre los sinsentidos woke, y a buscar generar indignación en sus lectores, con base a esos preceptos:
Claro, mucha gente que se identifica como atea ahora es bastante crítica con la justicia social. Eso es porque las únicas personas que permanecen en el movimiento ateo son las que no participaron en la transformación masiva hacia la justicia social. No es una contradicción decir tanto “La mayoría de los paganos que se ven por ahí hoy en día se oponen realmente al cristianismo” como “¿Qué pasó con todos los paganos que había antes? Todos se hicieron cristianos”.
Alguien debería exponer este caso de forma más exhaustiva, pero lo más destacado será sin duda toda la discusión en torno a Atheism Plus, la marca de una combinación de “ateísmo más justicia social” que en pocos años se convirtió totalmente en justicia social
[…]En el transcurso de una semana, obtuvo artículos elogiosos en la prensa convencional, desde el New Statesman hasta Salon y The Guardian (consideren lo extraño que suena hoy en día que un post de un blog ateo de nivel medio dé lugar a un montón de artículos de la prensa convencional) y el apoyo de las principales celebridades de los blogs ateos.
[…]El famoso blogger ateo PZ Myers abrazó la nueva etiqueta y dijo que “el ateísmo debería ser un movimiento social progresista además de ser una posición científica y filosófica”
[…]No quiero insistir demasiado en esto. No tengo una gran idea de cómo se desarrolló esta época, ya que fue más o menos cuando dejé de seguir todos los blogs y foros ateos por el bien de mi propia cordura. Mi impresión es que algunos de los Atheism Plussers admitieron más tarde que se pasaron de la raya y abandonaron esa marca. Pero la brecha que el incidente puso de manifiesto (no creada, pero sí puesta de manifiesto) se mantuvo. Por lo que sé, al final los ateos contrarios a la justicia social se marcharon a YouTube o a algún sitio horrible como ése, mientras que la mayoría de los miembros famosos importantes del movimiento de cara al público se convirtieron muy gradualmente en bloggers de justicia social.
[…]Ya no es “blogs sobre ateísmo”. Es “blogs sobre justicia social escritos por ateos”. Todo el movimiento ateo es así.
Un post que recuerdo claramente, pero que ya no puedo encontrar, era un llamado entusiasta a los ateos para que se pasaran a los blogs sobre justicia social. Decía algo así como “En lugar de ensayar los mismos argumentos cansinos a favor o en contra de la existencia de Dios, es hora de formar parte de la lucha por el progreso y la igualdad”.
Ojalá pudiera encontrarlo, porque el sentimiento que expresa es tan extraño que me preocupa que no me crean cuando digo que existe. Como, sí, los argumentos a favor y en contra de la existencia de Dios son viejos y cansados. Así como, por ejemplo, los argumentos a favor y en contra de las restricciones al aborto. Pero si un día todos los principales activistas a favor del aborto se pusieran de acuerdo entre ellos en que el movimiento a favor del aborto consiste realmente en detener el Brexit, y publicaran mensajes de apoyo como “Estamos cansados de que nos conozcan como esos aburridos entrometidos que hablan de los fetos esto y el derecho sobre tu propio cuerpo aquello, cuando millones de personas podrían verse perjudicadas por la desacertada y chapucera salida de Gran Bretaña de la Unión Europea” —y si a partir de ese día NARAL y Planned Parenthood fueran organizaciones 100% relacionadas con el Brexit— seguramente nos parecería extraño. Seguramente pensaríamos que tiene que estar pasando algo más profundo.
Cuando Daniel Galarza Santiago dice que nunca había visto que nadie además de mí afirme que la Justicia Social secuestró y destruyó el movimiento ateo, lo que está revelando es que ni siquiera se molestó en investigar si alguien más lo estaba diciendo.
Una cosa es no poner atención cuando esto estaba ocurriendo, y otra muy diferente venir y decirnos a los que sí prestamos atención desde que esta transformación empezó que ninguno de nosotros se preocupó nunca por los derechos de las mujeres, los LGBTI o de acabar con el racismo hasta que entraron en escena sus ídolos woke. La rueda ya estaba inventada, gracias.
El acoso es malo… cuando conviene
Lo único que parece ser constante en el texto de Galarza es su oposición al acoso. Por ejemplo, de su artículo se desprende que él cree, a pies juntillas, la versión de Rebecca Watson de Elevatorgate; y ciertamente no le falta fe al dar por ciertas las acusaciones con las que Karen Stollznow pretendió difamar a Ben Radford, al punto de que nuestro ‘escéptico’ de Jalisco omitió mencionar que la señora Stollznow se retractó de cualquier acusación contra Radford hace más de cinco años.
Lamentablemente, el historial del propio Galarza es bastante inconsistente con respecto al acoso y matoneo. Sólo basta con escarbar un poquito detrás de esa pantalla del paladín contra el acoso para encontrar que Galarza no tiene demasiado problema con el acoso cuando este es cometido por personas con las opiniones ‘correctas’.
Para no ir demasiado lejos, a los pocos dias de Elevatorgate, la propia Rebecca Watson aprovechó que fue invitada a hablar a otro evento para matonear desde la tarima a la estudiante Stef McGraw, quien estaba entre la audiencia (y Watson lo sabía). ¿El pecado de McGraw? Haber considerado que la reacción de Watson de derretirse en drama por una invitación a café se había pasado tres pueblos.
¿Qué piensa Galarza de eso? No parece que le preocupe demasiado, pues en 2020, su listículo de mujeres escépticas que son ejemplos a seguir menciona (de pasada) positivamente a Watson.
Podría ser que a lo mejor sólo le molesta el matoneo a mujeres cometido por hombres, pero no cuando es cometido por mujeres —en la competencia intrasexual él no se mete. Eso explicaría su silencio cuando Paula Kirby fue matoneada por Watson y sus ‘skepchicks‘, por cuestionar el tribalismo y actitud censora que estas empezaban a exhibir hace 10 años. El silencio de Galarza al respecto es ensordecedor, especialmente en vista de que para él no hay suficiente visibilidad de mujeres escépticas y ateas, pues el matoneo y acoso en línea de mujeres contra otras mujeres en la comunidad no ha escatimado en damnificadas, muchas de las cuales incluso se han apartado para siempre: Sara Mayhew, Miranda Celeste Hale, Karla Porter, Maria Maltseva, por mencionar las que recuerdo a botepronto. Como yo ya cubría el movimiento ateo en ese momento denuncié el matoneo y el acoso; y ciertamente no considero a Rebecca Watson como digna de mención en artículos sobre mujeres que son modelos a seguir. Galarza parece diferir.
ATACADAS, ACOSADAS Y MATONEADAS
Hay otros ejemplos claros en los que ateas y escépticas han sido atacadas, acosadas y matoneadas salvajemente por otras mujeres que vergonzosamente siguen haciendo parte de la comunidad. Podría mencionar el de Hariett Hall, quien cometió el pecado mortal de portar una camiseta con la frase “No soy una ‘skepchick’”. La camiseta redujo a lágrimas a las muy empoderadas skepchicks de esa conferencia, quienes pusieron el grito en el cielo, y hasta pretendieron que la ropa con mensajes ofensivos (?) fuera prohibida. También podríamos revisar una vez más el caso de Ellen Beth Wachs.
Si Galarza fuera tan respetuoso de las mujeres, que le trajera al pairo el matoneo de mujeres cometido por mujeres, eso seguiría sin explicar la deferencia que le muestra al que posiblemente sea la persona más tóxica alguna vez asociada con las comunidades atea y escéptica: el profesor de biología PZ Myers. Durante años, Myers ha organizado el matoneo y acoso de muchas personas, por la más ligera diferencia de opinión (o, peor, por cosas que nunca dijeron pero que Myers les asigna convenientemente).
Myers ha enviado su ejército de trolls a matonear a Sam Harris y ha difamado a Christopher Hitchens, asignándole frases que Hitch nunca dijo. En vista de que la gigantesca deshonestidad intelectual de Myers ha sido documentada desde hace años, y crece con cada día que pasa, en esta ocasión me voy a tener que limitar a un par de casos, para no hacer este artículo interminable. Para la muestra, Myers orquestó el matoneo y acoso contra la investigadora de retrovirus endógamos Abbie Smith porque ella no quiso censurar el “lenguaje profano” en los comentarios de su propio blog — cuando eso no funcionó para intimidarla, Myers lanzó una campaña para que los dueños de la plataforma donde Smith alojaba su blog (National Geographic) lo cerraran.
Aunque posiblemente el comportamiento de Myers más relevante con relación al tema que nos ocupa hoy sea el hecho de que en la universidad donde enseña, PZ Myers impidió que una estudiante interpusiera una denuncia por abuso sexual contra él, y desechó el episodio como una acusación falsa, según confesó el propio Myers. El tipo que había creído (y ayudado a publicar y difundir) difamaciones sobre conducta sexual inapropiada resultó creyendo que las acusaciones falsas sí existen después de todo, y le parece completamente normal y legítimo ser el acusado y a la vez ser quien impida que la acusación llegue a instancias más altas. La cosa no terminó ahí: PZ Myers ha cambiado su versión de estos hechos en varias oportunidades, y casi nadie se ha inmutado. ¿Dónde están esas hordas de ateos y escépticos que según Galarza conformaron el “rechazo generalizado de que este tipo de conductas fueran toleradas y/o ignoradas”? Vaya uno a saber.
El único que cuestionó el proceder de Myers fue Michael Nugent, presidente Atheist Ireland. Él advirtió que la conducta del profesor estaba mal y señaló las discrepancias entre sus versiones. ¿La respuesta de Myers? Lanzó su propia acusación contra Nugent, diciendo que usa su blog para refugiar depredadores sexuales; por supuesto, sin ninguna evidencia. Es como un acto reflejo a estas alturas: cualquier persona que le caiga mal a Myers, o le estorbe, él automáticamente los convierte en delincuentes sexuales, sin ninguna prueba. ¿Y qué dice Galarza sobre este señor? En el artículo reciente se limitó a decir que Myers “mostró una actitud bastante parcial”, que es una bonita forma de decir que tomó el lado de creer siempre todas las acusaciones (salvo la de su caso, por supuesto), y en otro post —en el que también tergiversó lo que yo dije—, Galarza se limita a decir que yo dejo claro que para mí Myers es deshonesto.
No, no, no. No es que sea “para mí” o para alguien más. Es que es demostrablemente cierto, objetivamente cierto que Paul Zachary Myers no sólo es deshonesto, sino que su deshonestidad se manifiesta en el uso sistemático de acusaciones falsas de abuso sexual como su arma arrojadiza favorita. Para alguien tan preocupado por el supuesto abuso sexual galopante dentro de la comunidad atea y escéptica, la preocupación de Galarza con la banalización y ligereza característica con la que los ateos woke se han aproximado al tema ciertamente ha brillado por su ausencia.
Otra posible explicación sería que Galarza se comió el cuento de la Justicia Social, con patatas y todo. Eso explicaría por qué el acoso y matoneo sufrido a manos de sus compañeros de causa no le genera la menor de las consideraciones, pero sigue tomando como ciertas acusaciones que ya fueron retractadas, como la de Stollznow.
Esta hipótesis parece estar más en consonancia con los hechos. El propio Galarza ha manifestado su creencia de que el movimiento escéptico está plagado de brechas y varios tipos de desigualdades, y como evidencia de esto cita un artículo de la justiciera social Kavin Senapathy.
Un poco de contexto: hacia mediados de 2018, Senapathy le hizo saber el mundo que para ella la “‘diversidad de pensamiento’ es una forma elegante de decir ‘no nos importa la verdadera diversidad’”. Esto no impidió que el Center for Inquiry (CFI) la invitara como conferencista a su reunión anual de ese año en Las Vegas. Fiel a su estilo, Senapathy hizo una pataleta cuando en esa misma conferencia Richard Dawkins y Stephen Fry se lamentaron de la deriva autoritaria que notaban en ciertos sectores de la izquierda. Senapathy no se aguantó que alguien discrepara de su postura política (el autoritarismo, no la izquierda), y salió de la sala de conferencias a supurar su odio contra Dawkins y Fry en redes sociales (lo que con la ayuda de Myers y otros chovinistas como David Gorski, Ryan J. Bell, Thomas Smith e Yvette d’Entremont rápidamente se convirtió en una fogata de asesinato moral a Dawkins y Fry… y luego fueron expandiéndolo para incluir su completo desprecio por Sam Harris, e incluso el entonces musulmán moderado Maajid Nawaz).
A pesar de que el CFI se acababa de fusionar con la Fundación Richard Dawkins, Senapathy no vio empacho en aceptar un puesto como anfitriona del podcast de la organización, en el que duró menos de un año. En octubre de 2019, Senapathy dejó CFI y escribió todo un artículo en el que acusa al CFI/FRD de promover pseudociencia racista. ¿Su evidencia? Que Richard Dawkins es blanco (sí, en serio), que el CFI publicó una guía sobre el racismo fácticamente impecable aunque sólo fue escrita por personas blancas, y que la organización tuvo la gallardía de contratar a Julia Sweeney para hacer parte de la Junta Directiva, a pesar de que es blanca —sí, Senapathy aboga por que las personas blancas sean descalificadas para un puesto según su color de piel. (Como guinda del pastel, Senapathy repitió un sartal de críticas desmentidas contra el libro En defensa de la Ilustración de Steven Pinker, con su acusación añadida de que Pinker es —sí, lo adivinaron— blanco.) Todo un dechado de virtudes, pues.
Y ese es el artículo al que Galarza enlaza aprobatoriamente para demostrar que hay “otros tipos de desigualdades” en el movimiento escéptico. Sí, otros tipos de desigualdades, porque él estaba hablando de la brecha de sexos, y le pareció muy apropiado citar un artículo en el que Senapathy se rasgaba las vestiduras con el nombramiento de Julia Sweeney —una mujer— a la Junta Directiva de una organización escéptica. ¡Definitivamente esto no hay cómo inventarlo!
No sé los (tres) lectores que hayan llegado hasta acá, pero yo me llevo la sensación de que Galarza es al acoso y el racismo lo que Gandhi era a la violencia: aunque posturea bastante hablando en contra, no tiene ningún problema con que ocurra si favorece sus causas.
Uno tiene que preguntarse por qué los comentarios desobligantes hechos por anónimos que recibió Rebecca Watson merecen tanta atención, como para romper el movimiento ateo en dos campos, pero todo este rosario de comportamientos inapropiados, reprochables, abusivos, sectarios, criptorreligiosos y, en muchos casos, incluso criminales, contra quienes han osado manifestar su escepticismo por la Justicia Social no evocan la más leve condena, a pesar de que sus autores son personas fácilmente identificables, invitados a dar conferencias y que en muchos casos se enorgullecen de estos comportamientos.
No es fácil sacudirse la impresión de que para los ateos woke (Galarza incluido) el acoso y matoneo sólo están mal cuando conviene.
¿Casos aislados?
Galarza concede que Gretchen y yo acertamos en algunos casos, aunque lo hace sonar como si los casos fueran raros, minúsculos y de excepcionalidad cósmica. Mi tesis: no sólo no son casos aislados, sino que la ‘Justicia Social’ es la norma, que es a lo que ahora se dedican convencionalmente la mayoría, si no todas, las grandes organizaciones nominalmente ateas; y que cualquier esfuerzo por defender el laicismo y la toma de decisiones basada en la evidencia necesariamente pasa por denunciar este estado de cosas, y hacer sonar la alarma.
A continuación, podrán familiarizarse con lo que es el pan de cada día para las organizaciones ateas anglosajonas y algunos de los activistas ateos más populares:
• En marzo de 2019, tras la masacre perpetrada por un supremacista blanco en una mezquita de Christchurch (Nueva Zelanda), la organización atea más grande de EEUU, American Atheists, responsabilizó a los ateos por el ataque. Como si los ateos no tuviéramos ya suficiente mala reputación y fuéramos discriminados en todo el mundo, esta organización que dice representar a los ateos y luchar por sus derechos, le estaba dando más munición a los enemigos del laicismo. Y con una falsedad como un castillo.
• No satisfechos con sugerir que las mismas personas cuyos intereses dicen defender tuvieron algo que ver con el ataque de Christchurch, American Atheists además compartió en sus redes sociales un artículo del Huffington Post en el que culpaban a Bill Maher, Harris y Dawkins directamente del trágico acontecimiento en Nueva Zelanda.
• Tenemos el caso de Sarah Braasch, que fue desestimado rápidamente por Galarza. Braasch es una estudiante de Yale con problemas de salud mental por experiencias traumáticas como abuso sexual. El dormitorio universitario le asignó un cuarto en un piso que sólo tenía ese cuarto y una sala de estudio.
A principios de 2018, un estudiante negro subió al ascensor con ella y fue hasta su piso; ella no lo reconoció y tampoco era claro que él tuviera la llave del ascensor del edificio, y no era clara ni obvia su razón para estar en ese piso, así que ella llamó a la policía del campus. A partir de ahí empezó una campaña de acoso todas las noches, de otros estudiantes que iban hasta ese piso a hacer ruido. Una madrugada, Braasch necesitó usar la caneca de basura de la sala de reuniones del piso, así que salió y se encontró con que había alguien durmiendo ahí. Sarah despertó a la persona, una mujer negra, y le recordó que las zonas comunes no se podían usar para dormir; la mujer discutió con Braasch, y preguntó si no era ella quien había llamado la policía contra su amigo hacía unas semanas (lo que es una indicación de que ella había participado del acoso afuera del cuarto de Braasch). Eventualmente, Braasch volvió a su cuarto y llamó una vez más a la policía del campus. La estudiante negra había grabado la discusión, y versiones editadas de la misma encontraron la forma de llegar a todas las cadenas de televisión del país, consiguiendo hacer de Braasch, literalmente, una villana de fake news.
La indignación escaló de manera acelerada, y la autora Ijeoma Oluo hizo un llamado para que todos los estudiantes negros fueran a acampar afuera del cuarto de Braasch todas las noches para acosarla. Sobra decir que Braasch tuvo que buscar una nueva residencia, y que a día de hoy teme por su vida.
Ocho años antes, Braasch había publicado dos artículos en la revista The Humanist de la American Humanist Association (AHA) — en junio de 2018, ambos artículos fueron dados de baja, con la excusa de que las metáforas usadas por Braasch eran racistas; algo que nunca sabremos con certeza, porque la AHA se tomó ocho años para aterrizar en esa conclusión (a la que llegaron con la ayuda de un intenso ciclo noticioso vilificando a Braasch) pero no permitió que nadie más decidiera por sí mismo. Para rematar, ese diciembre la AHA le dio su premio de Feminista Humanista del Año a Oluo. En 2020, Oluo fue galardonada una vez más por la AHA, con la tercera parte del premio Humanista Harvard del Año.
En resumen, una organización que lleva la palabra “Humanista” en el nombre ha premiado en dos ocasiones a una señora famosa que hizo un llamado a acosar a alguien más, con base en una historia ficticia, que ni siquiera se tomaron la molestia de contrastar. ¿Y qué tiene que decir al respecto el adalid antiacoso de Jalisco? Cuestiona que las decisiones de la AHA hayan sido equivocadas. ¡Vaya, cómo arde ese celo antiacoso!
• Para rematar, Braasch ha vuelto a la iglesia y a misa, donde ha encontrado compasión y una comunidad que no la rechaza por algo que no hizo — así que la AHA no sólo está premiando matones, sino que además ¡están mandando gente de vuelta a la religión!
• Ryan Bell es expastor de una iglesia adventista quien en 2014 decidió intentar vivir un año sin dios, lo que le costó el puesto (y posiblemente la mayoría de sus amistades). La comunidad atea llegó al rescate de Bell (quien eventualmente se volvió ateo). Para que no se muriera de hambre, fue nombrado Gerente Organizacional de la Secular Student Alliance (SSA), una organización que en teoría ayuda a los estudiantes de las universidades americanas a formar grupos ateos en sus planteles educativos. Desde entonces Bell se ha dedicado a hacer comentarios racistas y sexistas sistemáticamente. [Full disclosure: en 2011, antes de que abrazaran la moda woke, la SSA me dio el tercer puesto del premio a Mejor Activista Individual]
• En 2018 Bell acusó públicamente a los activistas Courtney Heard y Stephen Knight de ser apologistas del abuso sexual, por el simple hecho de haber sido invitados a Mythcon, una conferencia organizada por los escépticos de Milwaukee. Heard ha sufrido acoso sexual toda su vida, y fue violada en dos ocasiones diferentes. ¿Dónde está la indignación de Galarza —y de todos los supuestos biempensants de Elevatorgate— porque el representante de una organización atea enfocada en estudiantes vaya acusando alegremente a una sobreviviente de violación de ser apologista del acoso sexual? ¿Es esta una de esas acusaciones falsas tan necesarias para que las organizaciones aprendan a manejar los casos de conducta sexual inapropiada? ¿Y cómo se corresponde que Heard haya tenido que cancelar su participación en Mythcon ese año gracias a las acusaciones de Bell con la afirmación de Galarza de que el sistema kafkiano de que las acusaciones falsas igual no son tan graves porque sólo los verdaderos culpables se ven afectados? Joder, ya puestos: ¿acaso no estamos ante una de las instancias que ponen en peligro ese tema que tanto parece preocupar a Galarza de la visibilización de las mujeres en las comunidades atea y escéptica? Nada impide que Heard, como tantas otras mujeres antes que ella, decida que ya ha tenido suficiente de esto y se marche.
• En los círculos ateos woke hay todo un género literario que gira alrededor de hacer la peor interpretación posible de los tweets de Richard Dawkins, sacarlos de contexto, y luego enviar turbas de indignaditos que no pueden leer por sí mismos contra el profesor británico, a decirle que está senil y que es mejor que contrate a alguien para que filtre sus trinos o que directamente los escriba por él. Entre otras, lo han matoneado por preguntar cómo podemos ayudar a la revolución feminista que necesita el islam (la acusación en este caso es que él es hombre, blanco y occidental), y por decir que sería comprensible si una mujer quisiera interrumpir su embarazo al enterarse de que el niño nacerá con Down. En este género hay una categoría especial, en la que Dawkins es matoneado por tuitear hechos demostrablemente ciertos; entre la lista se encuentran el tweet de que Occidente tiene más Premios Nobel que los países islámicos, y la afirmación de que los mecanismos de la selección artificial y crianza selectiva también funcionarían en humanos a pesar de que tal cosa sería despreciable moral e ideológicamente —en esa ocasión, el propio Galarza se sumó a la turba enfurecida, y tomó la peor interpretación posible para acusar a Dawkins de promover la eugenesia.
• La admirada Watson ha sido una promotora comprometida de la anticiencia, y ha promovido el negacionismo científico en conferencias ‘escépticas’ a donde la han invitado a hablar… y los asistentes han terminado aplaudiéndola. *Facepalm!*
• La New England Skeptics Society (NESS) había invitado a Richard Dawkins a su conferencia anual de 2016, pero le retiró la invitación porque se ofendieron con un tweet de Dawkins en el que compartió un video parodia que critica la sección del feminismo que está obsesionada con la supuesta cultura de la violación en Occidente pero que ignora olímpicamente la muy real cultura de la violación en el islam.
• La excusa con la que Steven Novella (fundador de NESS) trató de justificar la decisión de desinvitar a Dawkins porque su tweet tenía la capacidad de ofender sentimientos. ¿Acaso no ha sido ese siempre el argumento con el que nos quemaban en la hoguera —que la blasfemia ofendía los sentimientos? Ohh, la sorpresa que se va a llevar Novella cuando se entere de la existencia de internet…
• Al siguiente año, Dawkins fue desinvitado de un programa radial de la emisora KPFA por el delito imaginario de islamofobia. David Gorski —cofundador con Novella de NESS y del podcast Skeptic’s Guide to the Universe (SGU), del que Rebecca Watson fue coanfitriona por años— salió a celebrar la noticia y añadir leña a la campaña de desprestigio contra Dawkins, acusándolo de ser machista y anti-feminista, y negándose a ofrecer evidencia para respaldar esas acusaciones. Lo más triste de todo es que, en ese mismo momento, el propio Gorski estaba siendo el objetivo de una campaña de desprestigio organizada por el actor William Shatner, cuando Gorski le corrigió una postura antivacunas.
• Cara Santa Maria, la cuota femenina que reemplazó a Watson en SGU salió en defensa de la Justicia Social, acusando a (casi) todos los críticos del concepto de simplemente ser racistas y sexistas. ¿He mencionado que a los ateos woke les encanta pretender que leen mentes y conocen mejor las motivaciones de las personas que ellas mismas?
• En 2019, la Atheist Community of Austin —que en el mundo hispano quizá es mejor conocida por The Atheist Experience, con Matt Dillahunty— se disculpó profusamente por la osadía de haber invitado alguna vez a uno de sus programas a Stephen Woodford (el youtuber responsable del canal Rationality Rules) porque Woodford alguna vez se atrevió a decir que no estaba completamente convencido de que las mujeres trans participen en las categorías deportivas de mujeres. El acoso que Woodford recibió lo obligó a borrar ese video, así que nunca sabremos exactamente cuál es su posición, ni podremos discutirla.
• RationalWiki, la enciclopedia en línea que otrora sirvió a la comunidad escéptica, con el paso de los años, se ha convertido en una cloaca de la Justicia Social. Para la muestra, toma como serios y válidos conceptos como la apropiación cultural y las microagresiones. Y las entradas sobre personas críticas de la Justicia Social son más colecciones de insultos poco elaborados que algo remotamente similar a lo que debería ser una enciclopedia. (Curiosamente, es difícil encontrar un escrito de Galarza donde no los cite como fuente fidedigna.)
• Una de las voces más influyentes en el movimiento ateo es la de Hemant Mehta. Cuando Alabama aprobó una ordenanza para restringir severamente el aborto en dicho estado, la prioridad de Mehta fue enfocarse en que los 25 republicanos que habían votado por la restricción eran blancos. (Que fueran cristianos es mencionado de segundas; pero de alguna forma Mehta culpa el color de piel por la decisión.)
• Mehta no es un recién llegado al mundo woke. Su chovinismo empezaba a ser visible por lo menos desde 2013, cuando juzgó la película The Unbelievers como sexista porque de una veintena de invitados especiales sólo tres eran mujeres.
• Cuando Quebec aprobó una ley de protección del laicismo, en la que se ordenaba cambiar el escudo de toda la provincia para que no tuviera la cruz cristiana, Mehta se opuso, porque la ley también implicaba que los servidores públicos no podrían hacer demostraciones religiosas durante su turno —o sea que no podían atender al público usando burkas (ni crucifijos visibles, aunque eso no le importó). Que hubiera activistas ateos defendiendo el privilegio religioso definitivamente no estaba entre mis predicciones para el siglo 21.
• Ed Brayton fue el administrador y dueño durante mucho tiempo de la red de blogs donde PZ Myers y otros hacen sus acusaciones infundadas. En más de dos ocasiones, Brayton se refirió a ateos que le caían mal como personas que debían ser convertidos en parias del movimiento. Por favor que alguien me explique la lógica de construir un movimiento ‘librepensador’ a punta de ir excomulgando disidentes.
Podría seguir citando muchísimas más instancias de eventos así, pero creo que el punto queda claro: estos no son casos aislados, sino muestras de un mismo fenómeno — el de la rendición sistemática —y voluntaria— de los valores de la Ilustración al autoritarismo, por lo general en nombre de esos mismos valores.
Para concluir
Creo que debo agradecer a Daniel Galarza, pues este es un tema sobre el que quise escribir en español muchas veces, pero no sabía si el interés al respecto había crecido, y, como demuestra este propio post, su extensión lo habría hecho una tarea apoteósica —las tergiversaciones de Galarza finalmente me empujaron a hacerlo.
La extensión de este tema es otra razón por la que no me interesa tener una discusión con Galarza. No tengo el tiempo ni la energía de estar escribiendo artículos así de largos sólo para explicar que el matoneo contra cualquier persona está mal, que juzgar a las personas por su sexo o color de piel está mal, y que esas actitudes no tienen cabida en la comunidad de la minoría más perseguida y oprimida de la historia.
Por último, espero que este post sirva para alertar a los activistas ateos de habla hispana del daño irreversible que la Justicia Social le ha infligido al movimiento ateo (y en buena medida también a la comunidad escéptica). Mientras quedemos ateos que defendemos la libertad de expresión, el debido proceso, la presunción de inocencia, la libre investigación, la libertad de debatir ideas, el escepticismo y la tolerancia, seguirá existiendo esa grieta ideológica entre ateos librepensadores y los autoritarios. Yo tengo claro de qué lado estoy, y no me voy a disculpar por ello.
(*) David Osorio es un periodista colombiano, autor de De Avanzada, un espacio donde cubre temas DDHH, las libertades civiles, el pensamiento critica, la más absoluta separación entre Estado y religiones, y la elaboración de políticas públicas basadas en la mejor evidencia disponible.
Ha sido cofundador de tres organizaciones ateas en Colombia, y ha sido premiado en los campos del periodismo digital y del activismo por el laicismo.
También lo pueden seguir en Twitter, Facebook, y en la versión de su blog en inglés, Avant Garde.