Más allá de la puntual actualidad del PIN parental con su supuesto vigor en la Comunidad de Murcia, la cuestión apunta a un debate de mucho mayor calado y alcance.
La defensa del citado PIN es sólo una medida más de las propuestas –generalmente exigencias- de aquellos que defienden la “libertad de enseñanza” y por supuesto, la “libertad de elección de centro” para garantizar una educación acorde a los gustos y valores de los padres. Y aquí está el gran error, el equívoco que da lugar a reivindicaciones que no son más que falacias de consecuencias graves para el sistema educativo.
Porque la escuela no es – no debe ser – una prolongación de la familia. Ni en las formas ni en los contenidos. La educación que merezca tal nombre transmite – o al menos lo intenta – contenidos básicos compartidos por las comunidades científicas pertinentes y formas propias de la convivencia solidaria en una sociedad abierta y democrática. Huyendo del dogmatismo y del sectarismo, dando herramientas para el desarrollo libre –y por tanto, responsable- de cada individuo.
Por eso no caben los centros de adoctrinamiento de ninguna confesión concreta, por eso la asignatura de doctrina religiosa debe salir de los currículos enderezando una anomalía fuera de lugar.
Se trata de explicar a los padres que la libertad es para sus hijos, no para ampliar el grado de influencia familiar llegando a manosear la escuela. Porque ésta a veces ampliará los hábitos caseros, pero en otras ocasiones tendrá que compensar deficiencias de cualquier tipo que sufran en su propia casa. Se trata de apuntar a una escuela del siglo XXI: democrática, racional, laica e igualadora de lacras o de privilegios.
Se trata, volviendo al PIN- de que los sectores que lo reclaman dejen de menospreciar al sistema educativo y a los docentes creyéndose con la autoridad para vetar tal o cual contenido. Porque por cierto, nadie habla de implantar un PIN escolar. Es decir, que la escuela vetara determinadas charlas de padres con hijos. Es sólo una broma …como lo otro.