Creo conveniente aportar algunos argumentos científicos -como bióloga participante del Grupo de Pensamiento Laico- que complementen las tesis de un laicismo cada vez más necesario. Desde tiempos remotos, la religión tuvo la doble función de explicar el mundo natural y de impartir principios morales. La primera se disipó con el avance científico y la segunda se ha ido contradiciendo con los hechos, la falta de escrúpulos y el lucro egoísta (Fromm, 1979).
A pesar de todo, la lucha por el derecho a hablar con autoridad entre las iglesias y el mundo académico continúa después de tantos siglos de tensiones y conflictos entre el saber empírico y el presuntamente revelado (entre conocimiento y fe).
La ciencia construye el conocimiento basándose en la prueba empírica de los hechos y va generando un cuerpo teórico refutando las hipótesis que son falsas. De esta forma, se depura el saber que avanza a medida que se van reconociendo certezas.
La creencia se acepta en virtud de la fe y no de la evidencia. Persiste el pensamiento mágico y mitológico, incluyendo los dogmas y las creencias religiosas revestidas de Verdad, que pretenden imponer su moral al resto de los individuos de la sociedad. A pesar de la evidente disminución de los creyentes en el mundo, su peso e injerencia en las políticas frena el avance, la aplicación de la ciencia y la libertad de pensamiento. En aquellas confesiones que creen literalmente en sus libros sagrados hechos tales como la evolución se ponen en entredicho y se censuran en las escuelas.
La creciente amenaza del cambio global, incluyendo el incremento del calentamiento de la biosfera, la pérdida de diversidad hasta cotas de extinciones masivas como la sexta que estamos evidenciando, la creciente inequidad, pobreza, riesgo de epidemias y número de refugiados, entre otras cuestiones graves, precisa del máximo acuerdo de los gobiernos para afrontar y reconducir estos problemas. Es decir, una gobernanza internacional ética, laica y con visión a largo plazo.
Es absurdo y peligroso dilatar más el tiempo y permitir que creencias basadas en mitos, magias y actitudes conspiranoicas y negacionistas se unan a los grandes intereses económicos que interfieren en la deseada gestión integral del planeta. Ya es bastante difícil conseguir acuerdos mínimos entre países para evitar el límite umbral del incremento de la temperatura media mundial, así como los Objetivos del Milenio, como recientemente hemos visto en la COP 26 de Glasgow.
Cabría pensar que las personas religiosas serían las más proclives al bien común y a la cooperación para lograr un planeta más saludable y habitable para todos, dado que las creencias fomentan la empatía intragrupal y mejorar los mecanismos de afrontamiento que reducen la angustia y ansiedad (Cristofori et al, 2021).
Sin embargo, la historia está plagada de conflictos y guerras entre diferentes confesiones que han segregado comunidades de la forma más violenta o sibilina. Entre otras cosas porque el convencido de su Verdad la suele imponer, como se sigue viendo desgraciadamente hoy en día.
Las creencias, como formas de representaciones mentales, son uno de los componentes básicos de los pensamientos conscientes y median un rango de comportamientos explícitos e implícitos que van desde la toma de decisiones morales hasta la práctica de la religión.
Los estudios de imágenes de las áreas corticales y subcorticales cerebrales pueden aportar información relevante con respecto a los sistemas de creencias. Según Langdon y Connaughton en La neuropsicología de formación de creencias publicado en 2019 en Journal of Neuroscience, el proceso cerebral de la formación de creencias está mediado por la corteza prefrontal. Esta zona es crítica en la toma de decisiones y en los procesos de valoración subjetiva, y no solo está involucrada en el procesamiento de recompensas y valores, sino también en la regulación emocional y en la representación de la memoria. Desempeña un papel crítico en los sistemas de creencias en general y en las experiencias y creencias religiosas emocionalmente significativas, en particular. La corteza prefrontal ventromedial es clave para dudar de las normas que se comprenden adecuadamente y en la resistencia a la persuasión de la autoridad.
Diversos estudios neurológicos en pacientes con daño cerebral selectivo muestran evidencia en la relación entre la flexibilidad cognitiva, la apertura mental y el mantenimiento de la convicción religiosa.
Los estudios de Asp, Ramchandran y Tranel (2012) en Autoritarismo, fundamentalismo religioso y la corteza prefrontal humana, y los de Zhong, Cristofori, Bulbulia, Krueger y Grafman (2017) en Neuropsychologia, concluyen que los pacientes con lesiones en la corteza prefrontal ventromedial presentan un mayor autoritarismo y más tendencia al fundamentalismo religioso. De manera análoga, las lesiones en el córtex prefrontal dorsolateral, región cortical clave en la flexibilidad del pensamiento conceptual y en la representación de creencias religiosas, generan una reducida flexibilidad cognitiva y menor apertura mental.
En Neural correlates mystical experience, Cristofori et al (2021) dicen que diferentes componentes de la corteza frontal y temporal tienen una función homeostática en la regulación de la experiencia mística. Es posible que el córtex prefrontal dorsolateral sea crucial en proporcionar una explicación racional de una experiencia que parecería mística. Es decir, el córtex prefrontal dorsolateral parece restringir las interpretaciones ingenuas y modificar el significado de la percepción de experiencias.
Devinsky (2003) y Bulbulia y Schjoedt (2019), entre otros, han descrito experiencias religiosas inusuales y extraordinarias como aspectos patológicos del lóbulo temporal en esquizofrénicos o epilépticos. En general, los delirios son comúnmente conceptualizados como creencias reales para los afectados y falsas para los observadores parciales.
Aunque con estos estudios no se afirma que las creencias y experiencias religiosas sean exclusivas de personas con daños cerebrales, tampoco se debe obviar que muchas de las convicciones que los sujetos consideran ciertas no deben ser confundidas con la verdad objetiva cuando se trata de actuar responsablemente en un mundo tan complejo como el actual.
La utilización de las ideas falsas y el confundir, distraer y enajenar a los individuos son estrategias que dan ventajas a los sectores interesados en mantener sus privilegios. Mientras no haya sociedades más cultas, capaces de sustentar un pensamiento maduro y crítico, un pensamiento laico y libre, las sociedades seguirán sometidas a los poderes de las grandes corporaciones y nunca serán dueñas de su destino.