¿Qué pasó con los franquistas, los falangistas, los fascistas, los obispos, los funcionarios, los militares, los jueces, los fiscales, los catedráticos en derecho canónico y fascista, los periodistas, el clero…que, durante la República, la guerra y la posguerra, cuarenta años, sirvieron fielmente a la Dictadura? Se diluyeron durante la Transición? Desaparecieron por arte de magia? Si hubieran sido espíritus puros, seguramente. Pero esos espíritus no existen. Ni si quiera en la dialéctica hegeliana.
La Transición fue, para esta derecha clerical, un proceso de metamorfosis que, sin antítesis, quebrando las leyes de la dialéctica, tuvo una síntesis: el Partido Popular, como estructura orgánica e ideológica. Un partido cuyos ministros juran, en un Estado laico, ante un crucifijo. Haciendo, de esta manera, una burla a la Constitución y su título I, sobre derechos y libertades individuales. La Iglesia católica es su única soberanía, su único fundamento de legalidad y su conciencia. La doctrina cristiana. Ante la que inclina la rodilla el Jefe de Estado, monarca, de un Estado laico. Y esto no es un guion esperpéntico de los Hermanos Marx, que acabo de descubrir en un desván, cubierto de momias.
¿Qué tendrá Rajoy?, que, mientras millones de personas se van hundiendo, irreversible y necesariamente, en las arenas movedizas de la miseria, creada por su política económica, social, sanitaria, educativa y fiscal, para que unas oligarquías financieras, empresariales y religiosas sean cada día más ricas, mientras él sonríe, beatíficamente, como quien ha cumplido, satisfactoriamente para sus amos, con su misión. Como buen católico sabe que los pobres son y serán bienaventurados, sólo, mientras sean pobres. Por eso su política no tiene otra razón religiosa de ser que la de arruinarnos. Dando así sentido religioso a nuestras miserables vidas. A todos, menos a las oligarquías. Que éstas ya han conquistado el Reino de la Tierra.
Uno de sus predecesores fue Villoslada, religioso y antiliberal, allá en la segunda mitad del siglo XIX, para quien “El hombre que se necesitaba” era aquel que estaba dispuesto a matar por proteger a la Iglesia, capitalizarla con asignaciones en títulos de Deuda; el mismo que dejaría en libertad a la Iglesia para que se estableciera donde quisiera, cuando quisiera y como quisiera. El mismo que se comprometió a defender la propiedad privada de los ricos y a dar a los pobres pan y orden. Este era su programa, como expuso en “El Pensamiento español”, 1860.
Otro antepasado de Rajoy fue Nocedal, para quien “Lo que exigen los intereses permanentes de España es que España sea el paladín constante y acérrimo del catolicismo y la Santa Sede”.
Intelectualmente, su principal ascendiente fue Menéndez Pelayo, quien escribió, tal vez pensando en Rajoy, que “El genio español es eminentemente católico” y que la grandeza histórica de España se debe a que “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…esa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra.”
Pero sus inspiradores políticos son, sin duda, Maura, quien en 1914, escribió… “a fin de implantar en la vida política de España “el programa mínimo” del tradicionalismo, sin derrocar la dinastía, y hacer que el régimen liberal se fuese transformando paulatinamente en un régimen perfectamente católico.” Más este movimiento nunca tuvo trascendencia, añaden los jesuitas decepcionados.
Pero no importa, porque a partir del 1933, otro católico puesto por el papa al frente de la “CEDA”, el partido católico creado para organizar a toda la derecha contra la República, en cumplimiento de la carta de Pío XI, dirigida a los terratenientes, monárquicos y militares, en 1933, titulada “Dilectissima nobis”, Gil Robles, imitando al católico Dollfus en Austria, proclamó, citando la encíclica “Rerum novarum” de León XIII, sin pelos en la lengua:
“El corporativismo es una forma de democracia distinta a la predominante en nuestros días, que es la democracia liberal o inorgánica. Los sistemas demoliberales parten de la idea de que el individuo es un ser aislado, con tendencia a convivir, que libremente pacta con otros hombres y crea una sociedad concreta. El sujeto de la política es, pues, el individuo que ha sustituido a su comunidad. En consecuencia, no hay más técnica de representación popular que el sufragio universal inorgánico en el que cada individuo tiene un solo voto igual. Por el contrario, la democracia orgánica o corporativismo defiende que el individuo no es un ser aislado sino que está integrado en los órganos de la sociedad. Este tipo de democracia admite una pluralidad de cuerpos sociales intermedios tanto territoriales (municipio, comarca, región, nación, etc.) como institucionales (iglesias, administración, ejército, etc.) o profesionales (agricultura, industria, servicios, etc.). La diferencia entre estos dos tipos de democracia es obvia.
En la democracia inorgánica o liberal, los individuos ejercen sus derechos a través de los partidos políticos, que no reconocen capacidad política representativa a los demás cuerpos sociales. Es más, es fácil que degeneren en partitocracia y que no defiendan los derechos de los ciudadanos sino los intereses de los partidos. Representan, en primer lugar, a la oligarquía del partido, y en segundo lugar, los intereses de su ideología, imagen, programa, etc.
En cambio, un diputado orgánico, de un municipio o de un sindicato, representa unos intereses localizados y concretos. Además, no están sometidos a la férrea disciplina de un partido político y no corren el riesgo de que unas elecciones inorgánicas provoquen una revancha revisionista de los partidos opuestos, aún a pesar del interés general de la nación”. (Tardieu, A.: La reforma del Estado. Su problema en España, preámbulo de José María Gil-Robles, Madrid, Librería Internacional, 1935, pg. 25; Rojas Quintana, F.A.: José María Gil-Robles (1898-1980). Una biografía política. Tesis doctoral, Universidad Complutense, 2000).
Y tan arrogante como cualquier obispo, saltándose la recomendada humildad cristiana a la torera, remató: “Queremos una patria totalitaria y me sorprende que se nos invite a que vayamos fuera en busca de novedades, cuando la política unitaria y totalitaria la tenemos en nuestra gloriosa tradición”. Proclamaba la realidad de la unión de las derechas. ¿Para qué? “Para formar el gran frente antimarxista, porque la necesidad del momento es la derrota del socialismo”, finalidad a conseguir a toda costa. “Si hay que ceder se cede”. Y añadía: “No queremos el poder conseguido por contubernios y colaboraciones. El poder ha de ser íntegro para nosotros. Para la realización de nuestro ideal no nos detendremos en formas arcaicas. Cuando llegue el momento, el Parlamento se somete o desaparece. La democracia será un medio, pero no un fin. Vamos a liquidar la revolución.” (Arrarás, J., Historia de la Segunda República española, tomo segundo, Editora Nacional, Madrid, 1964, pgs 223-224)
Fracasó en su delirante sueño de imponer en España el modelo del fascista católico Dolfuss. La primera reacción fue la revolución de 1934. La derecha católica ya no era capaz de imponer la dictadura fascista por la vía de la accidentalidad y el posibilismo clerical. Y no tuvo otra alternativa que recurrir a la rebelión militar, contra la República. Había fracasado toda su estrategia papal de la “tesis e hipótesis”.
Franco fue calificado de hombre providencial. Que eso quiere decir que había sido elegido por dios para acabar con la República. No en vano fue nombrado Caudillo de España por la Gracia de Dios”. Y este es el mayor título que se puede dar a un mortal aún vivo. Y la guerra fue calificada de “cruzada católica contra la República”.
… “Esta cruentísima guerra es, en el fondo, una guerra de principios, de doctrinas, de un concepto de la vida y del hecho social contra otro, de una civilización contra otra. Es la guerra que sostiene el espíritu cristiano y español contra este otro espíritu, si espíritu puede llamarse, que quisiera fundir todo lo humano, desde las cumbres del pensamiento a la pequeñez del vivir cotidiano, en el molde del materialismo marxista. De una parte, combatientes de toda ideología que represente, parcial o integralmente, la vieja tradición e historia de España; de otra, un informe conglomerado de combatientes cuyo empeño principal es, más que vencer al enemigo, o, si se quiere, por el triunfo sobre el enemigo, destruir todos los valores de nuestra vieja civilización.”, dijo el 23 de noviembre de 1936, el cardenal arzobispo de Toledo, Gomá. Y se fue a la cama.
Y la Dictadura se metamorfoseó en monarquía parlamentaria. No con mucha alegría, desde luego. Porque las conquistas franquistas estaban amenazadas por las izquierdas y la unidad de la católica España por los independentistas. Era necesario reconquistar el Poder. Ocupar el Estado. El Partido Popular, nombre de orígenes católico, fue, como la CEDA, el instrumento orgánico para dar el asalto al Estado. El primer asalto lo dio Aznar y preparó las plataformas para el siguiente: la ocupación de todos los aparatos del Estado para conseguir el objetivo que se había propuesto, hacía cien años, Maura: … “hacer que el régimen liberal se fuese transformando paulatinamente en un régimen perfectamente católico.”
El papa León XIII, finales siglos XIX, no sin la inspiración de los carlistas y católicos franceses contra las repúblicas laicas, empezó a elaborar una nueva doctrina y una estrategia, en respuesta a las conquistas republicanas, laicas, socialistas, anarquistas y comunistas. En varias encíclicas: “Inmortale dei”, “Libertas”, “Diuturnum illud”,” Intergravissimas”, “Au millieu des sollicitudes”, “Nobillisima gens galorum”, “Inter Católicos Hispaniae”…etc fue elaborando una estrategia, mucho antes de que hubiera nacido Lenin, de conquista por la vía pacífica del Estado democrático, laico y sujeto de derechos para, desde la legalidad, pero contra la legitimidad, los derechos individuales, imponer, como dijo Maura, la doctrina cristiana y el Poder clerical. Del que, por cierto, la derecha española no puede prescindir. Sería como quitarles el biberón y la poca inteligencia que tienen. La suficiente para obedecer al clero.
Junto con el concepto de “accidentalidad de las formas de gobierno”, con lo que dejaba claro que la Iglesia no defendería ninguna forma de gobierno democrática, laica y republicana, impuso a los católicos la estrategia posibilista de no oponerse a la forma de gobierno para conquistar el parlamento y, desde ahí, imponer, sin renunciar, la doctrina cristiana.
Esta estrategia recibió en España el nombre ingenioso de “tesis e hipótesis”. Y no había nacido Lenin, repito. En qué consistía? “Había, dicen los jesuitas Llorca, Villoslada, Leturia y Montalbán, en su”Historia de la Iglesia Católica, Tomo IV”, pg. 620, había en el campo liberal-conservador, formando su derecha, sinceros católicos. El programa político de esta agrupación era el reconocimiento de la dinastía Alfonsina, el acatamiento de todas las decisiones pontificias, sobre todo las del Syllabus, pero reconociendo que, dentro del constitucionalismo, había que atemperarse a las circunstancias de los tiempos, haciendo ciertas concesiones, no en el terreno teórico, dogmático, de los principios, sino en el práctico del gobierno…”
El Padre Conrado Muiños describió esta estrategia en los siguientes términos: Tesis es el ideal o los principios y doctrinas cristianas que por ley divina deben regular la vida pública de todos los Estados; hipótesis, es la parte del ideal realizable según las circunstancias.” Alejandro Pidal y Mon, fundador del Partido “Unión Católica”, bendecido por León XIII y aprobado por el arzobispo de Toledo, lo resumió en el lema: “Querer lo que se debe y hacer lo que se puede”.
Al mismo tiempo, la Iglesia empezó, de una manera precipitada en los últimos treinta años, a multiplicar sus universidades. Con qué finalidad? Porque para qué necesita la Iglesia formar médicos, profesores, jueces, fiscales, economistas… muy sencillo, los necesita para conquistar todos los aparatos del Estado, la Educación, la prensa y hasta la economía. Los ministros, con Rajoy, sólo son aquellos que tienen la bendición de los obispos. Razón por la cual, es el Opus dei el que gobierna. Amparados en qué documentos o encíclicas papales.
Mariano Rajoy, escribe Josep Ramoneda en “El ascenso de la extrema derecha en Europa”, Público, 3-V-17,intentó imponer una contrarreforma en los primeros años de su mandato. El presidente quiso demostrar que la derecha había recuperado el poder sin complejos, y puso en acción al arsenal católico, conservador y centralizador. Desde la impunidad de la mayoría absoluta, implementó tres proyectos estrella que encargó a los tres ministros con más carga ideológica del Gobierno: la ley de Educación de Wert, la ley Mordaza de Fernández Díaz, y la del Aborto, en manos de Alberto Ruiz Gallardón.
Se le olvida a Ramoneda la cuarta pata de la estrategia clerical de Rajoy, el hombre que la Iglesia necesitaba, no en vano: desmantelar, privatizando, el Estado de bienestar. Y aquí entra en juego Ignacio González o la estrategia de la corrupción. Que es algo más que codicia. Es voluntad de Poder, como él mismo reconoce en sus conversaciones tratando de conquistar los aparatos judiciales y fiscales del Estado. Junto con los ministeriales.
A quién beneficia la privatización de la propiedad pública. Entre otros a la Iglesia porque las propiedades públicas, como los dineros públicos se van transfiriendo, a esta corporación clerical. Centros educativos, hospitales…Y todo ello fundamentado en una encíclica muy reciente, la “Centessimus annus” del papa Juan Pablo II. Porque toda la política de Rajoy, como la de la derecha del siglo XIX, emana de las encíclicas papales. Detalle que Ramoneda no ha tenido en cuenta.
La ley de Educación de Wert y la delirante y patológica oposición al aborto de ese extraño personaje Ruiz Gallardón, en contra de la coeducación y de la educación para la sexualidad y no contra la sexualidad, emanan de dos encíclicas, al menos, y un documento pontificio, la “Castii connubi” y la “Divini illius magistri”, de un lado y del documento titulado “Sexualidad humana: verdad y significado. orientaciones educativas en familia (8 de diciembre, 1995), publicado por el Pontificio Consejo para la familia.
En la Divini… podemos leer delicias como ésta: “Educación «sexual» 41. Peligroso en grado extremo…” “Coeducación 42. Igualmente erróneo y pernicioso a la educación cristiana es el método llamado de la coeducación, fundado también, según muchos, en el naturalismo negador del pecado original, y, además, según todos los sostenedores de este método, en una deplorable confusión de ideas que trueca la legítima convivencia humana en una promiscuidad e igualdad niveladora. El Creador ha ordenado y dispuesto la convivencia perfecta de los dos sexos solamente en la unidad del matrimonio, y gradualmente separada en la familia y en la sociedad. Además, no hay en la naturaleza misma, que los hace diversos en el organismo, en las inclinaciones y en las aptitudes, ningún motivo para que pueda o deba haber promiscuidad y mucho menos igualdad de formación para ambos sexos.”
Han pasado 16 siglos desde que los emperadores Constantino legalizara la Iglesia y el emperador Teodosio, santo, por cierto, la impusiera como única religión del Imperio. Que un país del siglo XXI, tenga ministros que viven en la Edad Media y piensan al dictado de la voluntad del clero, sería un chiste, si no fuera porque son vampiros que viven por las noches y duermen momificados por el día.
La ley Mordaza de Fernández Díaz, un ex ministro de misa diaria, cilicio y con una saneada cuenta corriente, es una terrible amenaza, un golpe de Estado, contra los fundamentos de legitimidad de la democracia y de las libertades. Contra el título Iª de la Constitución sobre derechos individuales y libertades. La Iglesia siempre ha combatido contra la Declaración de derechos humanos. Hoy día lo simula, pero los sigue combatiendo porque son incompatibles con la doctrina y valores cristianos, basados en: obediencia, castidad, mortificación, humildad, resignación…
Toda esa combatividad papal contra los derechos individuales la sintetizó y actualizó el papa Juan Pablo II en su citada encíclica “Centessimus annus”. Donde califica los derechos de “ideología de la democracia”, como algo peyorativo. En “Balance de un siglo y perspectivas para una nueva fase histórica”, revista católica Humanitas nº 24, dice Pedro Morandé Court La más notoria de esas consecuencias es la que se podría llamar “ideología democrática”, que poco o nada tiene que ver – más bien todo lo contrario- con la promoción y defensa de la democracia política. Tanto en la encíclica Centesimus annus como en la Veritatis splendor se denuncia la alianza entre democracia política y relativismo ético como una de las principales causas del deterioro moral de las sociedades de nuestro entorno. Se trata de la ideología del individualismo radical.” Sin disimulo, se condena la Declaración Universal de Derechos Humanos o Titulo Iª de la Constitución española.
Bien, pues en esta misma encíclica, este mismo papa defiende la propiedad privada, condena la propiedad pública, y poner como ejemplo de progreso universal la globalización. No dice nada de la inmensa miseria de la India, del Asia musulmana, de Africa, de la América del Sur, del desmantelamiento del Estado de bienestar. En definitiva, éste es un obstáculo para la expansión comercial de las multinacionales y oligarquías. Y la Iglesia no es otra cosa que una corporación multinacional educativa, sanitaria, inmobiliaria…etc.
Dice este papa en esta encíclica: En años recientes se ha afirmado que el desarrollo de los países más pobres dependía del aislamiento del mercado mundial, así como de su confianza exclusiva en las propias fuerzas. La historia reciente ha puesto de manifiesto que los países que se han marginado han experimentado un estancamiento y retroceso; en cambio, han experimentado un desarrollo los países que han logrado introducirse en la interrelación general de las actividades económicas a nivel internacional. Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre». La propiedad de los medios de producción, tanto en el campo industrial como agrícola, es justa y legítima… también la propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos.
Y sin embargo, esta tesis del papa entra en conflicto con el Nuevo Testamento, donde en los “Hechos de los Apostoles, 4.32, está escrito: “Todos los convertidos a la Fe, vivían en comunidad y poseían todas las cosas en común. Vendían sus bienes y propiedades y el producto lo repartían entre todos, de acuerdo con las necesidades de cada uno. Ninguno entre ellos debía sufrir de escasez; como fueron mucho los que poseían tierras de labor o casas, y las vendieron y pusieron el dinero a los pies de los Apóstoles, podía entregárseles a cada uno de ellos aquello que necesitaba…”
Por último, leí el otro día una entrevista a Jordi Evole, no me sorprendió que afirmara que los valores de la Iglesia son “buenos”. No me sorprendió porque a mucha gente de buena fe se les ha olvidado qué son los valores católicos. Son esos que potencian: la mortificación, el sufrimiento, la obediencia, la resignación, machistas, antifeministas, homófobos; condenan la libertad sexual, el aborto, los anticonceptivos, el matrimonio homosexual, la homosexualidad, el divorcio…De verdad, Jordi, ¿te gustan estos valores? Yo le preguntaría, ¿sabes que los valores del fascismo eran católicos. Sabes que los valores de Franco, de Salazar, de Dolffus, de Perón, de Petain, de Pinochet… son católicos? De verdad te gustan esos valores, los de estos dictadores católicos?