Ratzinger asegura que abandonó la tiara porque Dios se lo dijo de Tú a tú en una conversación. La anécdota inmediatamente adquiere marchamo de autenticidad y rango de noticia de alcance universal tan sólo porque Ratzinger fue durante unos años jefe espiritual de una de las mayores sectas religiosas de la historia. Si Ratzinger fuese simplemente un viejo campesino que hubiese aparcado el azadón y, al preguntarle un vecino las razones de su repentina jubilación, hubiera respondido: “Me lo dijo Dios anoche”, en lugar de “Ya estoy mayor” o “Me duelen los riñones”, la historia no habría ido más allá de una simple charla de ambulatorio. Los ancianos del lugar, quizá los mismos que se santiguan ante la intimidad de Ratzinger con el Creador, se tocarían la sien con el gesto compasivo de quien enrosca un tornillo y dirían, más o menos: “Pobrecillo, qué zumbado está. Quién iba a decirlo. No somos nada”.
No somos nada, en efecto, pero algunos somos incluso menos que eso. El oficio de Papa viste mucho, hasta el punto de que incluso en nuestros tiempos sigue engalanado con el dogma de la infalibilidad, algo que ya sólo parecía exclusivo de Mourinho. La diferencia es que hoy en día un entrenador mueve más portadas y titulares que un arzobispo: ya advirtió Marx que el fútbol es el opio del pueblo. Aunque técnicamente Ratzinger ya no es Papa sino ex Papa, ha comentado el diálogo que mantuvo con la divinidad con esa familiaridad que sólo dan las altas jerarquías. El oficio de Papa desgasta mucho. Incluso Mourinho decidió descender del papado del balompié y no vestir más la toga blanca.
No obstante, en términos periodísticos la historia no se sostiene, no tanto porque sea inverosímil, sino por la falta absoluta de detalles. ¿Estaba despierto Ratzinger o Dios le habló en sueños? ¿Dios se apareció o fue más bien como sintonizar una radio? ¿El mensaje fue telepático o venía en latín vulgar? El cronista bien entrenado no dejaría de preguntar por las circunstancias a los pastorcillos bendecidos por una aparición mariana. ¿Habían cenado setas? ¿Con mucho queso? Pitita Ridruejo sigue concediendo entrevistas en las que habla de sus entrevistas con la Virgen María, pero la visita de Dios Padre requiere de credenciales más serias.
Lo cierto es que el catolicismo sin sus milagros pierde mucho. La religión no da mucho juego cuando se la reduce a sus elementos esenciales de fe y devoción personal. Hitchens, en uno de sus duelos verbales contra sacerdotes y predicadores, decía que era más sencillo creer que una pobre mujer judía mintió para ocultar un adulterio que creer que las leyes de la naturaleza se habían vulnerado sólo para dar a luz a un niño. Más de dos mil años después los cristianos siguen creyendo lo mismo que creyó San José. Nadie le ha preguntado a Ratzinger si esa noche cenó un risotto de parmesano y setas.