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Quieren borrar una civilizacion

El jueves, las excavadoras del Estado Islámico comenzaron a arrasar los restos de un yacimiento arqueológico tan importante como cualquier otro en el mundo. Hasta ahora, Nimrud, 30 kilómetros al sureste de Mosul, había albergado ruinas de hace 3.000 años. La pulverización de esta ciudad de la antigüedad sigue de cerca otros actos de vandalismo grotescos y descorazonadores del EI. La semana pasada se difundió un vídeo que mostraba la destrucción de las antigüedades de los museos de Mosul. Como es muy probable que las obras fueran destrozadas hace meses, el polvo en las salas de exposiciones ya se habrá posado hace tiempo. Entretanto, en el mundo exterior, esos ataques brutales y deliberados a unos tesoros milenarios ya no son noticia de actualidad.

El EI, cuyos gorilas perpetraron el acto vandálico, comprende con más cinismo que nadie que los medios de comunicación internacionales se alimentan de una rápida serie de atrocidades, que se suceden en una vorágine mortífera. Así las cosas, ¿por qué debería preocuparnos más la destrucción de unas estatuas que la pérdida de vidas humanas? Es una cuestión que me perturba porque, siendo sincero, he de reconocer que ninguna de las imágenes provenientes de ese infierno que es el EI me han irritado más que las que muestran un toro alado de más de 2.500 años siendo destrozado, deliberada y metódicamente con una taladradora.

¿Por qué debería importarnos que la destruyeran? Una respuesta podemos encontrarla en una leyenda cristiana sobre Asiria, antiguo reino que abarcaba el Mosul actual y sus alrededores. En el año 362, la hija del rey asirio, moribunda por culpa de una enfermedad incurable, recobró la salud merced a las oraciones de un santo cristiano. Su hermano, el príncipe Behnam, quedó tan impresionado por ese milagro que dio la espalda a su religión ancestral y recibió el bautismo. Su martirio, sin embargo, no tardaría en llegar, ya que el padre de Behnam, encolerizado por su apostasía, ordenó que lo ejecutaran.

Cuando el propio rey cayó enfermo, su mujer tuvo un sueño en el que se le revelaba que el hombre solo podría curarse a través de su propio bautismo. El rey, doblegándose ante lo inevitable, no solo aceptó convertirse al cristianismo, sino también fundar varios monasterios. Uno de ellos, nombrado en honor a su hijo, se erigió cerca de Mosul. Desde el siglo IV hasta la actualidad, el monasterio de San Behnam se ha concebido como un monumento a la imperecedera fe cristiana del pueblo asirio.

Hasta que, el pasado julio, los combatientes del EI aparecieron por allí. «Aquí ya no pintáis nada», les dijeron a los monjes. La expulsión de los cristianos del monasterio de San Behnam formaba parte de un proceso de limpieza étnica mucho más amplio. La toma de Mosul por parte del EI ha situado el núcleo del cristianismo asirio bajo el dominio de unos yihadistas tan despiadados que hasta la propia Al Qaeda ha expresado repugnancia por sus métodos.

La yizya, un impuesto a los cristianos estipulado por el Corán y que constituye a efectos prácticos una licencia para la extorsión, se impuso con tan ávida brutalidad que la mayoría de los asirios iraquíes no tuvieron más opción que huir de sus tierras. El monasterio de San Behnam no fue la única iglesia que quedó abandonada. En Mosul también han dejado de celebrarse misas por primera vez en más de 1.500 años.

Ahora, a lo largo de la última semana, el EI ha centrado su implacable atención en los cristianos del país que, a día de hoy, sigue conmemorando con su propio nombre el antiguo auge de los asirios: Siria. El lunes, los milicianos del EI asaltaron 33 aldeas asirias y, según se cree, capturaron hasta 300 rehenes cristianos. Los combatientes, hablando por sus radios, se mostraban exultantes por la captura de los «cruzados».

Que una organización repleta de jóvenes asesinos de Europa occidental use esos términos para referirse a los asirios nos habla de su ignorancia histórica y de su hipocresía. Lo que no significa, huelga decirlo, que los integrantes del EI, conscientes de lo profundas que son las raíces del cristianismo en la región, dejen de matar. Antes al contrario: eso solo les ratifica en su determinación para borrar a los asirios y todo rastro de su cultura de la faz del sangriento califato.

Sin embargo, Asiria es mucho más antigua que su cristianismo. El nombre del rey de la leyenda de San Behnam se remontaba a muchos siglos antes del nacimiento de Cristo, y en la Biblia se conservaba un recuerdo terrible de Senaquerib: el azote que ejecutaba la ira de Dios contra su pueblo elegido, cuyos ejércitos arrasaron el reino de Judá y a punto estuvieron de tomar Jerusalén. Durante tres siglos, entre el 911 y el 609 A.C., Asiria fue la superpotencia indiscutible de Oriente Próximo, y su capital Nínive se encontraba donde luego se erigiría Mosul, la mayor metrópolis de su época.

A pesar del terror que el Imperio asirio infundió entre los judíos, el recuerdo de su sofisticación sobrevivió durante mucho tiempo tras su caída. De ahí que, cuando los asirios se convirtieron al cristianismo, se aseguraran de consagrar a Senaquerib como un converso. Incluso en el siglo XIX, en la región había gente que aseguraba descender del rey. Su grandeza nunca cayó en el olvido.

A mediados del siglo XIX arqueólogos franceses y británicos revelaron al mundo lo verdaderamente deslumbrante que había sido la civilización de la antigua Asiria. Los relieves y las estatuas de Nínive que hoy adornan el Museo Británico de Londres están entre las mejores obras de arte jamás creadas. Pero no todos los tesoros exhumados de las ciudades enterradas de la antigua Asiria fueron trasladados a Occidente: muchos se quedaron en Irak. Los fantásticos toros alados, esculpidos durante el reinado del propio Senaquerib, volvieron a colocarse en una de las puertas de Nínive. Cuando el EI tomó Mosul, se erigían cual reproche para los nuevos dueños de la ciudad: «estatuas e ídolos», en palabras del vídeo de propaganda difundido la semana pasada, «esculpidos por satánicos». El que veíamos siendo taladrado en el vídeo era uno de los toros de Senaquerib. El objetivo del EI no era solo imitar la destrucción de los ídolos por parte del profeta Mahoma, sino provocar e indignar a la opinión pública de todo el mundo, algo que sin duda lograron.

Y lo que es peor, su objetivo es completar el trabajo que empezaron al expulsar a los monjes del monasterio de San Behnam: materializar el exilio de los asirios de sus tierras borrando todo rastro de su historia y cultura. Al igual que los nazis destruían las sinagogas y a quienes oraban en ellas, el EI pretende eliminar de su califato todo rastro de quienes condena y tacha de kafir. Controlar el pasado para controlar el futuro. Los añicos de los toros de Senaquerib son un funesto testigo de lo a fondo que el EI ha aprendido esa verdad. Asiria y el pueblo asirio corren el riesgo de perderse en una oscuridad terminal.

Tom Holland es historiador británico, autor de Rubicón, Milenio y A la sombra de las espadas

 

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