La observación científica y las experiencias de laboratorio con distintos animales prueban que la homosexualidad aumenta exponencialmente con el rápido crecimiento de su número, como uno de los “frenos” de la naturaleza para asegurar la supervivencia de las especies. La Iglesia católica es la organización que se opone con mayor fuerza a frenar el actual insostenible crecimiento de la población mundial, con su prohibición de los anticonceptivos eficaces, por lo que es también, -incluso sin tener en cuenta su feroz separación de sexos en escuelas y seminarios, misoginia, exaltación del celibato, y demás factores-, la mayor promotora de una homosexualidad compulsiva; no lo es la UNESCO (¡!), como pretende denunciar ahora ese político mitrado de la multinacional vaticana, el actual obispo católico de Córdoba, que emplea el socorrido truco de achacar a los demás lo que uno está haciendo.
No son tontos, pues, esos jerarcas eclesiásticos, a quienes sólo los ignorantes pueden confundir con los auténticos religiosos y místicos, a los que esos jerarcas persiguen ferozmente, al menos hasta que mueren. Es que viven a base de inventar y fomentar ese como otros “pecados”, para medrar después perdonándolos. Hay una siniestra conspiración, sí, pero es la suya, no la de la UNESCO. Con la homosexualidad ocurre como con el aborto, del que su organización es también la mayor promotora a escala mundial, principalmente con esa su misma prohibición de la anticoncepción eficaz, para conseguir más poder, prohibiéndolos primero y perdonando después su multiplicada realización. De ahí que, en vez de alegrarse, haya preferido callarse ante la disminución del número de abortos en España, que fastidia sus maquiavélicos planes para esclavizar las conciencias.