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Es inadmisible que en pleno siglo XXI se siga dando validez a los infames “libelos de sangre” antisemitas mediante la veneración de sus supuestas víctimas. Y, más grave aun, que a ese culto se contribuya con fondos públicos
La Guardia, municipio de poco más de 2.000 habitantes de la provincia de Toledo, se apresta a celebrar –del 23 al 28 de este mes– su fiesta patronal, en la que se honra al Santo Niño de La Guardia. El hecho no tendría nada de excepcional en un país donde las fiestas patronales constituyen una de las tradiciones más arraigadas, si no fuera porque el Santo Niño de La Guardia encarna uno de los capítulos más tenebrosos en la historia de la intolerancia y el fanatismo europeo: el de los “libelos de sangre”. Una práctica calumniosa extendida por casi toda la Europa medieval –en algunos territorios del imperio ruso se prolongó hasta comienzos del siglo XX–, mediante la cual se acusaba a judíos de secuestrar y asesinar a cristianos, sobre todo niños, con el fin de utilizar su cuerpo, su corazón y su sangre durante la Pascua en rituales macabros que replicaban la crucifixión de Jesús. Miles de judíos fueron condenados a muertes terribles por estos supuestos crímenes satánicos.