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¿Qué ha pasado con la Filosofía?

Para una de las cosas que debería servir una asignatura de Filosofía en la ESO es para denunciar todos los sofismas que estamos escuchando estos días. No es verdad, en efecto, que el PSOE haya suprimido la Filosofía de la ESO, pero porque ya no había Filosofía desde que el ministro Wert, con la Lomce, eliminó la Ética-Cívica de 4º de la ESO. Esta mentira que ha difundido la ultraderecha, sin embargo, es menos vergonzosa que el sofisma con el que se ha defendido Pedro Sánchez, porque no es eso lo que se le reprochaba sino el hecho de haber incumplido su compromiso de 2018 de restaurar la asignatura con toda su carga docente y todo su peso académico. No ha suprimido la Filosofía, pero sigue sin haber Filosofía.

El pedagogo y secretario de Estado de Educación, Alejandro Tiana ha mentido y engañado a sus socios de gobierno de Podemos (según denuncia Javier Sánchez) y ha traicionado la promesa del Gobierno. Es una práctica habitual de los actuales pedagogos: no consultar jamás a los profesores y a los estudiantes, los verdaderos implicados en el tema que gestionan. Por supuesto, tampoco en esta ocasión se ha consultado a la Red Española de Filosofía (REF) formada por profesores que llevan décadas estudiando la presencia de la Filosofía en la enseñanza secundaria y el bachillerato. Tampoco a la Conferencia Nacional de Decanatos de Filosofía, que ya publicó un comunicado denunciando la situación.

Por otra parte, los pedagogos y los expertos en educación que suelen elaborar los Libros Blancos suelen tener en común una absoluta ignorancia respecto a todo aquello que se encargan de gestionar. Ni conocen el trabajo en las aulas, que no han pisado en la vida, ni tienen ni idea de nada en general, porque, en el mejor de los casos, han estudiado una carrera inepta y vacía (en la que se aprende cómo enseñar Matemáticas o Historia sin saber nada de una cosa ni otra), y por lo habitual se dedican a la gestión y no a la enseñanza. Como tampoco tienen ni idea de lo que es la Filosofía, se imaginan que la cosa debe ir de enseñar valores a los niños, como si la Historia de la Filosofía y de la Ética pudiera resumirse en una especie de catecismo laico en el que se inculque un comportamiento cívico sin necesidad de creer en Dios, imaginando también que los profesores de Filosofía asumirán gozosos su papel de curas secularizados y predicadores de lo políticamente correcto. Es un insulto a la inteligencia y una prueba palpable de que en su vida se han enfrentado a un texto de Aristóteles, de Kant o de Hegel. Por eso han pensado que da más o menos igual que su flamante asignatura de Valores Éticos y Cívicos se imparta en segundo, tercero o cuarto de la ESO, es decir, a niños de entre 13 y 16 años, sin caer en la cuenta de que ese lapsus temporal es un universo y un abismo en el que se juega poder explicar o no de verdad Filosofía. A lo mejor estudiaron algo sobre eso de la adolescencia en alguna asignatura de la carrera, pero se les ha olvidado por falta de experiencia en las aulas.

Esta asignatura de Valores, además, de que podría ser impartida en varias edades muy distintas, tiene una carga docente ridícula y miserable. Y no se especifica que tenga que ser impartida por profesores de filosofía, lo que por otra parte es lógico, porque cualquier predicador laico o cualquier coach medio hippy  puede hacerse cargo de sus contenidos, entre los que se cuenta «resolución pacífica de conflictos», «empatía con los demás», «virtudes del diálogo», «ejercicio de autoconocimiento», «competencia y cooperación» (lo de la célebre «capacidad de liderazgo» queda para otra asignatura, bastante mejor dotada, por cierto: Economía y Emprendimiento). Pretender que esta papilla ideológica repulsiva tiene algo que ver con una programa de Filosofía es ridículo y ofensivo.

Ahora, la pelota está en el tejado de las Comunidades Autónomas. A esta situación nos ha llevado nuestro gobierno progresista. Los departamentos de Filosofía tendremos que confiar en que al menos los partidos de derechas sí recuerden su compromiso de 2018 (pues hubo unanimidad) de arreglar el desaguisado que el ministro Wert perpetró con las asignaturas de Filosofía de la ESO, en concreto con la Ética de 4º.  En su Comunidad, Más Madrid ya ha presentado al respecto una Proposición no de Ley, instando a que se establezca la asignatura de Filosofía en 4º de la ESO y a que se presione lo más posible al Gobierno central para «ampliar las horas de Filosofía en la ESO y recuperar su carácter obligatorio», además de establecer que la asignatura de Valores Éticos y Cívicos sea, al menos, impartida por filósofos. No hay que olvidar que en los tiempos de Zapatero, la tan denostada y polémica Educación para la Ciudadanía (impartida en 2º y 3º de la ESO), pese a que también contó con razón con la oposición de los filósofos, no sustituía a la asignatura de Ética de 4º. Impartida por profesores de filosofía podía servir a los estudiantes para un primer acercamiento al universo filosófico con el que se encontrarían en el último curso de la enseñanza obligatoria.

Dicho esto, es cierto que la presencia de la Filosofía en el bachillerato ha mejorado con la nueva ley. Pero, respecto a la ESO nunca ha sido peor la situación. Es una decisión muy grave e irresponsable, como ya expliqué hace tiempo en otro artículo, en este mismo periódico.  No ya sólo porque, como suele repetirse tan a menudo, eso prive a gran parte de la población de la posibilidad de ser «ciudadanos críticos» (que a lo mejor hay quien no desea que lo sean), sino porque corremos el riesgo de que la gente no entienda para nada lo que es ser simple y llanamente un «ciudadano». La «ciudadanía» fue una conquista de la Filosofía, la más grande de sus aportaciones a la historia de la humanidad. Es por ello por lo que Hegel pudo afirmar que la revolución francesa había sido «obra de la filosofía». Y por lo que Aristóteles consideró que la única manera de que, además de vivir, el ser humano pudiera proponerse una vida digna. Es inútil aleccionar a los niños en los «valores constitucionales» si al mismo tiempo se les priva de la posibilidad de pensar y de comprender lo que significa vivir en un orden constitucional. Y eso no es tarea de curas, por muy laicos que sean, si no de conocedores serios y rigurosos de la Historia de la Filosofía.

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