‘Si María viniera a nuestros días y recibiera alguna formación científica y humanística, a buen seguro que querría poner denuncias por difamación’
Acabamos de sufrir la inmaculada pamplina nacional de cada año. El Estado español celebra la concepción de la notable historia según la cual una mujer no resultó alcanzada por la debacle moral que causó la mordedura de una manzana por parte de Dafnis y Cloe (suele citarse a otra pareja, pero es menos verosímil, y no quiero que parezca que me burlo). Mujer que, ya muerta, se puso muy guerrera ―según avalan nuestras fuerzas de Infantería―, y quién sabe si combatía a base de pildorazos ―lo que por fin explicaría que la tengan de Patrona las Facultades de Farmacia―.Y si fuera solo esta pamplina… Durante distintas fechas del año se desata por toda España, con refrendo y promoción de la autoridad civil y militar, un inusitado fervor hacia alguna Virgen, mientras se ignora (y hasta, como veremos, se menosprecia) a la mujer que fuera madre real de Jesús.
A cada cual más guapa y milagrosa
Lo que se celebra son figuras semipaganas, iconos más o menos locales de una de las acostumbradas adaptaciones eclesiales de mitos ancestrales. La Iglesia, como sabemos, reconvirtió muchos de esos mitos para sus propios oficios y beneficios, y así, sin mayor escrúpulo, transformó a María, seguramente una sencilla mujer israelita, en nada menos que una especie de semidiosa madre de Dios (pues previamente se transmutó a Jesús en Cristo-Dios). Y de esta recreación surgió la consabida infinidad de advocaciones o, como diríamos ahora, avatares, generalmente locales o tribales. A cual más guapa, y más maternal y milagrosa con los suyos, y guerrera contra los enemigos.Pero ¿qué sabemos a ciencia cierta de la madre del nazareno Jesús? Prácticamente nada. Para empezar, dejemos de lado, sin fácil ensañamiento, los pretendidos milagros de cada pueblo, supuestamente protegido desde el cielo, en curiosa y egoísta exclusiva, por su propia Virgen. Sobre la María terrenal, lo esencial de lo que nos cuentan las leyendas evangélicas y sus desarrollos posteriores es sencillamente inasumible. Me refiero sobre todo a la experiencia sobrenatural (¿o paranormal?) de María con un ángel, y a su condición de virgen, e incluso virgen perpetua (nunca copuló con su marido, ese José simploncillo que nos presentan), solo fecundada por Dios-Espíritu Santo, quizás encarnado en un gallo (no cito otro volátil fecundador más propicio para la mofa). Lo malo para la biografía de María es que ese pretendido trato físico con seres celestiales no dice mucho a favor de su salud mental. Por otra parte, si no copuló con José, es inevitable concluir que lo hizo con otro hombre (que, según las herejías populares, si algo de pichón tenía, no eran las alas).
Una malsana obsesión clerical
Todos los problemas vienen de esa malsana obsesión clerical con la virginidad, en este caso de María: ¿qué hay de malo en que Jesús proviniera de una relación sexual, como (entonces) todo hijo de vecino, y hasta ―a decir de la propia Iglesia― como Dios manda? Me parece que solo puede serlo (malo) para una moral desordenada. Sin embargo, a la Iglesia le ha interesado promover el disparatado mito creo que por tres razones principales. La primera, para dar peso a la idea del Jesús divino, adhiriéndolo a las leyendas de otros héroes y dioses nacidos de madres vírgenes. La segunda, para contribuir ―junto con otras creencias infumables, como la resurrección de Jesús― a la conveniente idiotización supersticiosa y temerosa del pueblo, clave para su sometimiento al poder eclesiástico. Y la tercera, quizás aún más perversa, para imponer, desde una institución obsesivamente misógina y machista, un modelo femenino de mujer sumisísima («Hágase en mí según tu palabra») y castísima. Casta hasta decir basta, de una castidad enfermiza. Con la inverosímil leyenda de la Virgen no solo se menosprecia el sexo, sobre todo el femenino: se le envilece. Con la Virgen como inalcanzable modelo de mujer, lo que se ha pretendido es que estas renuncien al placer sexual, a la libre disposición de sus cuerpos. Esta es la principal razón por la que el mito de la Virgen me parece, aparte de intelectualmente majadero (piénsese en el absurdo modelo de familia que resulta), moralmente repugnante. La santa Virgen es la gran enemiga de la mujer libre.
Por otro lado, atribuir sin pruebas una propensión alucinatoria, un carácter extremadamente sumiso y un obsesivo comportamiento antisexual a María, la mujer madre de Jesús, me parece una ofensa inadmisible a ella, la persona real. (Y eso sin entrar en el carácter generalmente ultra y chusco de las Vírgenes aparecidas, salvo que el vidente sea Fernando Arrabal). De la salud mental y el carácter de María, insisto, no sabemos nada; pudo ser más o menos sumisa o rebelde, recatada o descocada, guapa o fea… ¿y virgen o no virgen? Lo que sí sabemos es que precisamente lo que se exalta por encima de todo, su perpetua virginidad, es falso. Y lo que se asocia a esa falsa virtud (esa sumisión y esa fobia sexual de una alucinada) se me antoja difamatorio.
Reprimidos y agresores
Lo que de verdad revelan las características gratuitamente atribuidas a María son las penurias intelectuales y morales de los creadores y propulsores del mito católico de la Virgen, casi todos machos menos reprimidos (para mayor y abusiva desgracia) que represores. En la actualidad destacan entre ellos el papa, los obispos, los curas… y los políticos y militares a su servicio. En virtud del mito virginal han atacado y atacan la racionalidad y, sobre todo, han devastado y devastan la vida sexual, familiar y social de muchos millones de mujeres… y de sus parejas (masculinas o femeninas). Muchas víctimas femeninas interiorizan hasta tal punto su humillación y sometimiento que las transmiten como virtudes a sus propias hijas e hijos (damnificados por la catequesis incluso en la escuela). Doy fe de víctimas muy cercanas y queridas. A otras ―a menudo, monjas― incluso las someten a regímenes de semiesclavitud (o sin ‘semi’). Y han hecho y hacen creer a hombres y mujeres poco avisados que las que disfrutan del sexo como y con quien quieren son un poco putas (o sin ‘un poco’). Los responsables de todos estos agravios, a menudo santos varones ¿no son además unos canallas?Por otro lado, que tantísimos municipios y entidades públicas (civiles y militares) de España mantengan Vírgenes como Patronas oficiales ¿no es, evidentemente, una negación de la aconfesionalidad del Estado, una ofensa a la diversidad y libertad de las conciencias de los ciudadanos? Es, además de ridículo, inaceptable, que en una democracia se ofrezca a diversas Vírgenesoficiales del Estado el título de alcaldesas perpetuas, que los alcaldesterrenales les entreguen varas de mando, que estos mismos alcaldes y otros cargos ―hasta ministros― les concedan medallas de oro, que los militares las nombren capitanas generalas y les donen sus fajines, y que todos ellos, junto a policías y guardias civiles, procesionen, miseen, y les hagan ofrendas florales, alabanzas y plegarias públicas.
Una página arrancada
Claro que es que todas esas y esos capillitas del Reino tienen de modelo a los Nuevos Reyes Católicos, pero no los culpen, que es que a su ejemplar de la Constitución debe faltarle la página con el artículo 16.3 (que habla de la aconfesionalidad estatal). Esos comportamientos parecen casi inevitables en los cargos y políticos tenidos como herederos del nacionalcatolismo, es decir, los de derechas o simplemente simples, pero, por desgracia, tampoco se libran del meapilismo muchísimos políticos supuestamente ilustrados y de izquierdas; sobre todo, socialistas, pero también algunos podemitas, que demuestran un marcado déficit democrático, e incluso estético e intelectual.Porque, además de inaceptable en una democracia, todo ese despliegue beato institucional (no hay problema con la laicidad cuando la religiosidad se manifiesta, aunque sea en público, a título personal) desata una grotescaexhibición supersticiosa más propia de la España franquista y de la España negra… que claro que atrae turismo, sobre todo antropológico.Me divierte pensar que si María, a poder ser joven y poco adoctrinada, viniera ―Ministerio del tiempo mediante― a nuestros días y recibiera alguna formación científica y humanística, es posible que quisiera poner denuncias por difamación: por apropiarse de su imagen y abusar de ella, y de su reputación, con fines a menudo más miserables que misericordiosos. Y que se riera, con una risa triste, por tanta necedad interesada, pero sin interés en su ser real. Bueno, también puede que estuviera encantada con la sacra manipulación de su figura, pero ¿no merece la presunción de inocencia? De modo que defiendo a la persona María, a la mujer, frente al insensato, misógino, represor y militarista mito de la Virgen, y en particular frente a las hiperlaureadas Vírgenes oficiales.