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Procesiones, populismos, y ¿claudicación?

Escribo procesiones como podría haber escrito el nombramiento de la virgen como alcaldesa perpetua del ayuntamiento de turno. Tengo claro que  cada cual podemos pensar como queramos y manifestarlo, siempre que al hacerlo no importunemos el igual derecho del prójimo. En ese sentido trato de respetar -que no tolerar, pues no son lo mismo- determinadas manifestaciones. Hablando de respeto, pido que se reconsidere el que le está faltando a las autoridades políticas y militares, cuando en nombre de toda la ciudadanía, acuden a ensalzar las creencias y manifestaciones de la misma. Lo que entiendo muy legítimo a título personal no lo veo así cuando se hace en representación del pueblo en conjunto y a sus expensas. Se me dice que soy demasiado puntilloso, cuando pongo esos reparos, y no me queda más remedio que dar algunas explicaciones. Digo que las autoridades, a las que se le supone mayor formación, debieran dar ejemplo al pueblo que al menos en parte se le supone menos versado. Sí, porque cualquiera que se para a pensar, sabe que una cosa es lo que nos  afecta de tejados para abajo y otra lo que hay más arriba. Alguna vez tengo que citar las equivocaciones de quienes se lamentan de la violencia contra la mujer por un lado, y por otro alientan la virginidad que el patriarcado propugna. En ocasiones he de señalar que quienes ponen a parir a sus representantes les parece bien que en las procesiones aparezcan en busca del voto. No sólo eso, sino que  los munícipes aprueben que la virgen se haga cargo de sus tareas corporativas y de modo perpetuo. Podríamos seguir por esa deriva populista.

Entiendo que hemos de aclarar eso del populismo que en los medios menudea demasiado, se explica poco y se tergiversa demasiado. Aunque pueda estar equivocado, yo lo entiendo como el envilecimiento y desorientación del pueblo para que renuncie a la racionalidad y a la formación de su propio criterio. De esa ausencia de criterio la podemos encontrar ejemplos a cada paso. Ye llegan a llamar con descaro a sí mismos constitucionalistas, quienes se manifiestan  acompañados por banderas pre democráticas. Claro estas confusiones, que pueden entenderse bien entre personas que carecen de instrucción e incluso memoria familiar, no es un hecho fortuito entre quienes nunca aceptaron la democracia. Dice un amigo mío, y yo cada día le doy más la razón, que ha habido un armario seudodemocrático, del que ahora salen quienes no se volvían locos por la convivencia dialogada. Sigue diciendo que el propio armario es el principal partido de la derecha, en el que además de una parte de personas conservadoras, se había refugiado mucha gente nostálgica del pasado y el fascismo. Claro que el populismo tiene más caras, incluso en países pobres, donde parte de las mismas clases populares olvidan los avances logrados cuando cesan, sin pensar en las causas de tal parada. Recuerdo ahora mismo a Brasil con el programa de “Hambre Cero” de Lula. Podríamos encontrar más variedades de populismo, pero ya basta. Sí que convendría señalar una mínima síntesis: falta de criterio y urgencia de progreso material. Son dos aspectos que se entrelazan. Vivimos el tiempo del “tener” en el que lo material prima con tal urgencia que ciega el pensar. El dejar de pensar viene afectando desgraciadamente a lugares en que las necesidades no son tan urgentes, pero en ellos lo que no empuja la pobreza, lo empuja el control ideológico. 

Hemos de hablar de las ocasiones en que la ciudadanía viene a menos y claudica hacia el populismo, así se pierde la propia autonomía y la armonía que sostiene la razón y el respeto. Vemos las variadas ocasiones que  impulsan al populismo. Esa claudicación del brasileiro aliviado del hambre urgente, de la persona que se niega a pensar en su entorno buscando cómo salir de la pobreza. La ocasión en que opta por una solución más cómoda y rápida, en detrimento  de otra salida más valiosa y duradera. Situaciones hay también en que aminoramos nuestras posibilidades de perseverar y agrandamos las dificultades y presiones que se nos oponen a lo ideal. Son éstas y otras las claudicaciones que se presentan en el ámbito personal, social y político. Podemos retornar al alcalde que cree conseguir los votos de vecindario cofrade, si lo halaga simulando una fingida complicidad. Olvida el munícipe lo que pierde en el camino: la autenticidad en la gestión y el digno ejemplo que van más allá de las próximas elecciones. Quizá lo veamos más claro,  si volvemos a los casos de populismo de que hablábamos más arriba referidos al gobierno de España. Se dice que el gobierno lo hace bien o mal sin querer ver las dificultades o ventajas que puede tener en sus decisiones. Claro que encuentra en el camino las zancadillas que ponen los medios y sus dueños, los banqueros que, como capitalistas, presionan en la misma dirección. Qué decir de la iglesia y su gran poder económico e ideológico, más en sus colegios que en sus iglesias vacías. Son estas presiones, que crecen con el tinglado mundial las que no debe ignorar la ciudadanía. Más ahora, en que el actual gobierno ha de hacer de la necesidad virtud. Lo puede seguir claudicando ante la iglesia que ha vuelto a declarar su oposición cerrada como en el siglo pasado. Puede claudicar aún menos ante una derecha política que, por fanática y torpe, ha quedado sin argumentos fiables ante el pueblo. Tendrá que medir bien hasta dónde llegar a claudicar ante la ciudadanía y ante el capitalismo opresivo. De la autonomía y criterio de la ciudadanía por un lado y por otro del temple del gobierno podrá depender un futuro humanista con una  economía, que, aunque no tan boyante, si solidaria.

Antonio Martínez Lara

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