¿Se viste nuevamente de color la primavera en Túnez? ¿Vuelve a ser el pequeño país norteafricano el primero de la clase en el mundo árabe, como cuando se dotara en 1861 de la primera Constitución y se colocara, junto a Egipto, a la vanguardia de su modernización? Cuando intelectuales, empresarios, sindicatos y demás portavoces de la sociedad civil coinciden con los políticos propios y las cancillerías extranjeras es que el río suena, y ya se sabe lo que sucede cuando el río suena. El punto de la coincidencia es la vuelta de tuerca experimentada por el país con la próxima aprobación de la nueva Constitución, que devuelve a los tunecinos el sueño de un futuro común en libertad y en paz, tan lejos de la anarquía libia, la guerra civil siria o el militarismo egipcio. De no ser por la sombra de incertidumbre, cada vez más densa, que arroja la formación de un grupo armado que se ha hecho fuerte en las montañas próximas a la frontera argelina, y la amenaza terrorista que ha dejado su impronta en algunos centros urbanos, se diría que Túnez se halla ante un futuro casi elegido a la carta.
Así pues, el peligro de una guerra civil dista de haber sido conjurado en Túnez, si bien la mera declaración formal de aceptación de la libertad amplía eo ipso la consolidación de la misma. No obstante, se habrá de conceder al tiempo, ese chivato privilegiado de todo lo oculto, un plazo prudencial que nos capacite para, observando el comportamiento de los diversos actores, elucidar finalmente sus intenciones.
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