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Porque Dios lo quiere…

Abusos sexuales a niñas y niños, maltratos psicológicos y físicos, experimentos médicos y explotación laboral. Eso fue lo que sufrieron muchas niñas y niños en el franquismo y entrada la democracia. De forma exhaustiva, con decenas de testimonios, Los internados del miedo (Now Books, 2016) de Montse Armengou y Ricard Belis, documenta esta realidad silenciada.

En la postguerra, niñas y niños pasaron por una dictadura que marcó a sus familias a sangre y fuego. Pero también por la represión del régimen ejercida por muchos curas y monjas.

Con total impunidad, con el argumento de que “Dios lo quiere y si dices algo, tu familia va a sufrir cosas malas”, como le dijo un sacerdote a Dolores Zamorano, una de las protagonistas de Los internados del miedo, se cometieron crímenes de lesa humanidad contra los más indefensos. Así lo documenta el relato de Dolores y demás víctimas en este libro.

“Nada más llegar nos separaron en filas […]. Empezaron a llamarnos y a raparnos el pelo: ‘¡Qué asco estas piojosas! ¡Piojosas asquerosas, muertas de hambre!’”, revive Dolores Zamorano. Era el año 1956 y tenía nueve años. Ella y su hermana fueron a parar al Preventorio Antituberculosos de Guadarrama, en Madrid. Iban de vacaciones. Entonces, familias con pocos recursos mandaban a sus hijos a estos ‘retiros’, aunque no tenían ninguna enfermedad, para que salieran de una sociedad gris.

Tras el silencio

En Los internados del miedo se da voz a decenas de personas que sufrieron el adoctri­namiento nacionalcatólico. Pero los afectos al régi­men fueron más allá: practicaron violaciones y torturas contra niños. Muchos eran hijos de madres solteras o separadas a las que se les había quitado la custodia.

Un día,el cura le dijo: ”Hoy haremos algo que no puedes contar”

A partir de estos testimonios valientes, tras años de silencio y daño psicológico, Armengou y Belis realizaron el documental Els internats de la por (Los internados del miedo). Ahora el libro pone negro sobre blanco estas terribles historias, aunque el franquismo se arrogaba el cuidado ‘exquisito’ de los pequeños.

El terror era lo habitual. Dolores recuerda su primer desayuno allí: “Probé la primera cucharada, pero la segunda vomité”, entonces la cuidadora le dijo: “Agáchate, marrana, puta, ahora te comerás lo que has vomitado…”.

Pero no sólo eso. “Entrábamos a las duchas por grupos. Mientras esperábamos nuestro turno empezamos a oír unos gritos. De repente salió una niña llorando de las duchas con sangre que le corría piernas abajo. Yo en ese momento no entendía nada”, continúa Dolores en el libro.

Después lo entendió. El cura del preventorio la llamó varias veces a su despacho. Un día le dijo: “Hoy haremos algo que no puedes contar a nadie”, porque “si Dios se enfada contigo nunca volverás a ver a tus padres”.

Dolores explica: “El capellán me puso el miembro en la boca hasta que sentí que me empezaba a escurrir una cosa asquerosa”. Pero el cura siguió: “Y por detrás también me hizo lo que quiso”, completa el relato. Al salir, una cuidadora le dijo que tenía que guardar silencio y curó las heridas de la niña con normalidad.

Estas mismas empleadas del preventorio vejaban a las niñas si se hacían pis en la cama, frotaban con ortigas los genitales de las pequeñas. De esto también da cuenta Las desterradas hijas de Eva (Algon, 2012), de Consuelo del Cid, interna en ese preventorio, que recopiló muchos testimonios que Armengou y Belis amplían.

Ni el Estado ni la Iglesia han pedido perdón por los crímenes del franquismo. Tampoco a los niños de entonces. “Son los olvidados de los olvidados2, afirman los autores del libro.

En Los internados del miedo traspasan también los muros de Hogares Mundet, en Catalunya, reconocidos como ‘una gran institución’ donde algunos Salesianos practicaban el sadismo. Varios de estos casos son ahora parte de la Causa Argentina contra los Crímenes del Franquismo.

Lo que sufrieron estas niñas y niños, hoy mujeres y hombres, no fue anecdótico.

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