Miles de personas en el funeral por las víctimas de Lorca. Muchos otros ausentes por una ceremonia excluyente y confesional en un Estado que legalmente no lo es, pero cuya práctica no se aparta gran cosa del nacional-catolicismo franquista. ¿Tanto hubiera costado celebrar una ceremonia de Estado, sin simbología religiosa, centrada en el dolor y los sentimientos compartidos por todos y que tras ella cada cual procediera según sus creencias?
Señor presidente del Gobierno: ya no espero su ley de libertad religiosa. Pero ni en los pequeños gestos hay forma de encontrar un ápice de aquel talante con el que llegó a La Moncloa.