Porque, en el sentido que Rousseau le da al término, es decir, la apropiación por unos pocos de lo que a todos y todas pertenece, estamos asistiendo a un verdadero robo
El filósofo ginebrino Jean Jacques Rousseau abre su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres señalando que la raíz del mal en la sociedad se halla en que alguien decidió apropiarse de lo que pertenecía a todos y los demás lo consintieron. Esa simpleza de los más, señala Rousseau, que permitió ese robo, está en el origen de una historia de "crímenes, asesinatos, miserias y horrores". Lo que Rousseau teoriza en el siglo XVIII para intentar explicar los males de su sociedad, puede tomarse como expresión de lo que sucede en la actual estafa que estamos viviendo.
Porque, en el sentido que Rousseau le da al término, es decir, la apropiación por unos pocos de lo que a todos y todas pertenece, estamos asistiendo a un verdadero robo, organizado desde el poder para beneficio de aquellos a los que sí que representan. Porque, como dice el slogan que se corea en las manifestaciones, no nos representan, y no lo hacen porque han decidido colocarse al servicio de otros. A ellos, a esos otros, es a quienes ofrecen, sumisos, el botín de sus robos.
Nos roban la sanidad pública, a mayor beneficio de empresas privadas que la gestionarán en busca de beneficios y colocando los objetivos sanitarios en un segundo plano. De la eficacia de la gestión privada de la sanidad ya sabemos a través del desastre que está suponiendo en la Comunidad Valenciana, donde, además de deteriorar el servicio, han sido incapaces de conseguir los beneficios económicos que buscaban y ahora, reclaman a la administración.
Nos roban la educación pública, reduciendo sus presupuestos, deteriorando su calidad, y derivando el dinero público hacia una enseñanza concertada cuyo objetivo es simplemente uno: el negocio. Y así, cuantos más alumnos en un aula, mejor, mayor beneficio para la empresa. Como director de un centro público que he sido, he asistido a reuniones con inspección en las que los centros públicos reclamábamos que la ratio bajara, mientras los concertados pedían que subiera. Evidentemente, no puede haber ningún argumento pedagógico detrás de esa petición, solo afán de lucro. La educación como puro negocio.
Nos roban las pensiones, para beneficio de las aseguradoras privadas, que quieren hacer negocio colocando planes de pensiones entre la población. Ese derecho ganado con una vida de esfuerzo y trabajo pretende ser arrebatado con un demagógico argumento de insostenibilidad del actual sistema. El sistema se hará insostenible si se mantienen las actuales cifras de paro o si se precariza el trabajo todavía más. Con un empleo estable y de calidad el sistema es sostenible. ¿No será que no se quiere que sea sostenible? ¿No será que se pretende que tengamos que morir al palo de los planes privados de pensiones, que nos vienen recomendando desde la época de Felipe González?
Podríamos seguir desglosando medidas diseñadas por el poder para encontrar nicho de negocio para una iniciativa privada atenta a la rapiña de lo público. ¿Hasta cuándo lo vamos a soportar? ¿Hasta cuándo vamos a consentir que quienes dicen que trabajan por el bien común sean en realidad agentes de intereses particulares que no buscan más que el beneficio de grandes empresas?
No nos engañemos. Lo que sucede es, en buena parte, responsabilidad colectiva. Pero no porque, como dicen cargados de cinismo, hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades, sino porque les hemos consentido, desde hace años, que se desliguen por completo de sus promesas electorales y se instalen en un sistema que, lo sabemos, se sustenta en la connivencia corrupta entre la política y la empresa. Sin embargo, los votos de la mayoría social, de esa que abomina de la política y de los políticos, ha ido cayendo siempre en la misma cesta, la que representa, precisamente esos intereses.
O la sociedad cambia y decide hacer frente, con el voto, la palabra y la movilización, a quienes nos expolian, o el sistema seguirá en el camino que tiene diseñado para exprimirnos hasta la última gota. Creo que es hora de preguntarse: ¿por qué permitimos que nos roben lo que es nuestro?
Juan Manuel Aragüés, Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza
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